Del blog de Xabier Pikaza:
Según la teología tradicional, purgatorio (en sentido figurado) es el “purificatorio”, que no se entiende como “tiempo” sino como proceso de transformación creyente (nos atrevemos a decir “cristiana”) de aquellos que han muerto sin hallarse aún preparados para alcanzar la bienaventuranza de Dios. Tiene un sentido básicamente medicinal: las purgas se empleaban antiguamente para curar a los enfermos de cuerpo. Del mismo modo, los enfermos de alma, necesitarían una purificación espiritual, a fin de limpiarse por dentro, para así recibir el amor de Dios y responderle igualmente en amor, amando a los demás hombres y mujeres, llegando de esa forma al cielo.
Por eso, más que de purgatorio e incluso de purificatorio, habría que hablar de amatorio, es decir, de aprendizaje y experiencia de amor, pues quien no ha conseguido amar o recibir en gratuidad el amor de Dios en Dios no está preparado para responderle en amor. Es, por tanto, una escuela de amor, donde el símbolo del fuego no emplea en clave de castigo, sino de creatividad de amor.
De todas formas, la Iglesia Católica no ha logrado explicar plenamente el purgatorio/amatoria, de manera que, en general, las iglesias protestantes se oponen a su visión del tema. Pero muy posiblemente esa oposición se dirige a un tipo de “mercado” del purgatorio (¡misas por los difuntos, en sentido casi comercial!) que a la visión recta del tema. Sea como fuere, esta experiencia del pugatorio tiene sus límites, pero incluye también grandes valores. Sobre ella quiero reflexionar este día de difuntos.
(Imágenes: en la honda devoción popular de países de gran tradición cristiana como Galicia, en las representaciones del purgatorio (petos das ánimas) aparecían casi sólo obispos, nobles y curas; los demás, la gente de a pie, bastante purgatorio había tenido en este mundo). Buen día de ánimas a todos..
Principio
Estrictamente hablando, el símbolo del purgatorio no aparece en la Biblia, aunque se conocen y aceptan en ella las oraciones por los difuntos, como aparece no sólo en 2 Macabeos 12, 43-46 (que es el texto clásico sobre el tema), sino en el conjunto de la piedad israelita y cristiana. En esa misma línea se puede entender un pasaje de Pablo (1 Cor 15, 29), donde se habla de aquellos que se “bautizan” (es decir, se purifican) por los muertos. Pero más que en unos textos aislados, la experiencia y teología del purgatorio ha de entenderse desde la visión completa de la fe cristiana, que es una fe en la vida, en la transformación y resurrección de los creyentes, es decir, de todos los hijos de Dios, por medio de Jesús.
En ese sentido, creo que el purgatorio forma parte del proceso de muerte y resurrecciòn de los hombres en Cristo, para integrarse en el camino de su muerte, para resucitar con él (desde Dios) a la vida eterna (que es Dios Todo en todos). Ese es el principio de purgatorio, la afirmación de que la “vida” de los creyentes no termina con la muerte, sino que se abre en y por ella al despliegue de la luz/amor de Dios
1. Reflexión básica. Una historia de las religiones
El purgatorio puede vincularse con las “pruebas de purificación” que aparecen en diversas religiones: ellas son como pasos que el novicio o candidato a la madurez debe superar, a fin de alcanzar la perfección y adquirir de esa manera el conocimiento perfecto del misterio y la integración en el grupo de los purificados.
a. Cárcel penitencial. El purgatorio tras la muerte se ha comparado con una cárcel temporal, donde los delincuentes expían por los pecados que han cometido y se purifican, con el fin de integrarse de nuevo en la sociedad, viviendo en ella en una situación de limpieza. Entendida así, la cárcel responde no sólo a la justicia del “talión” (cada uno debe “pagar” por lo que ha hecho), sino también a una exigencia de maduración personal. Los hombres, especialmente aquellos que son reos de una determinada culpa, tienen que compensar por el mal que han realizado y alcanzar de esa manera la madurez personal que se necesita para vivir en situación de libertad; no es una cuestión de justicia exterior, sino de plenitud interna.
b. Purgatorio tras la muerte. Aparece básicamente como una interpretación teológica de la necesidad de purificación de aquellos que han muerto sin haber logrado una pacificación interior y una maduración personal. Las religiones de la interioridad (hinduismo, budismo) tienden a interpretar esta necesidad de purificación a través de la doctrina de las reencarnaciones: los espíritus que no han llegado a estar pacificados y no han alcanzado su nivel de perfección, tienen que volver a introducirse en los ciclos de la vida, para así purificarse, hasta alcanzar el estado de inmersión total en lo divino (o en lo nirvana).
Por el contrario, los cristianos católicos han desarrollado la doctrina del purgatorio como medio de purificación individual (para cada hombre o mujer) y lo han concebido como un estado de vida intermedia entre este mundo y el cielo. Los que mueren en estado de imperfección no nacen de nuevo en la tierra, ni van directamente al “cielo” (ni son destruidos para siempre, como los posibles condenados del → infierno), sino que han de ser “purificados” tras la muerte, en un tipo de vida intermedia, que tiene precisamente esa función purgativa de limpieza.
c. Culto a las almas del purgatorio. Es de doble tipo, conforme a la doctrina de la “comunión de los santos”, que vincula a las tres “iglesias”: militante (de la tierra), purgante (del purgatorio) y triunfante (de los que han alcanzado el cielo, culminando de esa forma su camino de lucha).La visión de esa iglesia purgante, cuyos miembros difuntos (almas del purgatorio) pueden orar por los vivos de la iglesia militante y recibir la ayuda que ellos les ofrezcan (especialmente a través del sacrificio de la misa) ha formado una parte esencial de la piedad católica de la Edad Media y Moderna. Ese culto por las almas del purgatorio se ha realizado, según eso, en una doble dirección: los vivos han rogado por los muertos (para que culmine su purificación y salgan del purgatorio, triunfando en la vida superior del cielo); los difuntos del purgatorio han rogado por los vivos, protegiéndoles en los diversos peligros de la vida.
2. Disputa sobre el purgatorio. Un poco de protesta.
Está vinculada, sobre todo, con las formas externas de culto a las almas del purgatorio y, en especial, con las indulgencias. Fue una disputa que nació en torno al siglo XIII y culminó en el siglo XVI, con la crítica de los protestantes y las declaraciones del Concilio de Trento. Una gran parte de los católicos medievales vivieron muy preocupados (incluso obsesionados) por la idea de la salvación eterna, vinculada a la superación del purgatorio donde se suponía que penaban las almas de gran parte de los hombre y mujeres que habían fallecido, como puso de relieve Dante (1265-1321), de manera impresionante, en la segunda parte de la Divina Comedia, dedicada en especial al Purgatorio. Conforme a la visión común de aquel tiempo, el poeta pudo imaginar las diversas formas y tiempos de purificación de los muertos, hasta alcanzar la salvación eterna.
En este contexto, ha tenido (y sigue teniendo) una importancia especial la celebración de la Eucaristía como “sacrificio” por los muertos. Podemos recordar que, al menos en la mente de muchos creyentes devotos, la eucaristía dejó de ser celebración comunitaria de la muerte y de la vida de Jesús (expresada en la comunión de plegaria y de comida de los creyentes), para convertirse en un medio de expiación y remisión de los pecados de los difuntos. Con esta finalidad se multiplicó la celebración de “misas” y muchos tuvieron la impresión de que la superación del purgatorio estaba vinculada al número de veces que pudieran celebrarse a favor los difuntos (con los aspectos económicos, sociales y litúrgicos que esa suponía). En esa misma línea ha venido a situarse la concesión de “indulgencias” que papas y obispos han decretado, con el fin de ayudar a los difuntos a través de la recitación de determinadas oraciones o de la realización de algunos ejercicios de piedad e, incluso, de prestaciones económicas.
En contra de esta doctrina de las indulgencias y de la celebración de misas por los difuntos se empezó elevando la Reforma de Lutero, con sus 95 tesis del año 1517. Estrictamente hablando, en su raíz, el protestantismo no ha negado la posibilidad (o la existencia) de un purgatorio, entendido como signo (¿estado?) de purificación y transformación de los hombres y mujeres a los que Dios llama a su Reino por Cristo. Pero esa purificación no es algo que se pueda medir ni cuantificar en tiempos específicos (¡diaz años de purgatorio!) a través de un tipo y tiempo de indulgencias (¡plenarias, de cien años…!) o de celebraciones rituales, sino que forma parte del misterio de la “comunión” de los santos, es decir, de la comunicación creyente (mesiánica) de todos los hombres y mujeres de la historia.
Pienso que, de alguna forma, todos los cristianos, incluidos los católicos, nos hemos hecho un poco protestantes.. Admitimos el misterio de la comunión de los santos y de la oración que nos vincula a todos los creyentes (a todos los hombres, vivos y muertos) en el misterio de Cristo, pero nos cuesta mucho entender el sacrificio en un sentido antiguo, y más el sacrificio de la misa en línea penitencial.
3. Reflexión de conjunto.
El purgatorio ha sido (y en parte sigue siendo) uno de los elementos fundamentales de la visión religiosa de muchos católicos, especialmente en los medios populares. A pesar de los excesos que se han podido cometer en este campo, el purgatorio constituye uno de los símbolos más importantes de la experiencia cristiana, pues nos sitúa ante la puerta de la muerte y de la resurección, con sus sus grandes paradojas, con su inmanesa esperanza.
(a) Por un lado, aquellos que mueren (¡todos los hombres!) quedan en manos de la misericordia de Dios, que les ofrece su salvación en Cristo.
(b) Pero, al mismo tiempo, ellos quedan ante todo aquello que han sido y son (en sí mismos y desde los otros), de manera que necesitan rehacer su vida, desde el don de Dios, en comunicación con todos los restantes hombres y mujeres de la tierra.
(c) El purgatorio nos sitúa en el lugar donde se distinguen y encuentra las dos “comunidades” de creyentes: los que caminan en este mundo y los que ya han muerto. De un modo lógico, el recuerdo y el culto a los muertos formas parte de la vida y esperanza de aquellos que viven.
Ésta es una doctrina que sigue siendo importante para el cristianismo. Desde ese fondo podemos citar algunos números que el Catecismo de la Iglesia Católica ha dedicado al tema:
«Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de la muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. «La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos, que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al purgatorio sobre todo en los concilios de Florencia [1439] y de Trento [1563]. La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura -por ejemplo, 1 Corintios 3,15; 1 Pedro 1,7-, habla de un fuego purificador. Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: «Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado» (2 Mac 12, 46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos, y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico, para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos» (CEC 1030-1032).
«La Iglesia peregrina, perfectamente consciente de esta comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros tiempos del cristianismo, honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos, y también ofreció por ellos oraciones, «pues es una idea santa y provechosa orar por los difuntos, para que se vean libres de sus pecados» (2 Mac 12,45)». Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor». «La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados ya perdonados, en cuento a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones, consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos» (CEC 958 y 1371).
Ésta es la doctrina oficial del catecismo. Ella refleja la tradición venerable de la Iglesia católica. Pero apartir de ella se puede avanzar, en la experiencia y en la teología.
Quizá se pueda decir que el “purgatorio” es el mismo amor de Dios que será capaz de hacer que todos los hombres amen; no será “penorio” (lugar de penas), sino amatorio (experiencia y camino de de felicidad y amor, porque sólo aquellos que aprenden a amar (se dejan transformar en amor y por amor para la felicidad) podrán vivir plenamente en Dios. En ese sentido, el purgatorio forma parte de la experiencia cristiana de un Dios que quiere ser amor total, todo en todos por gracia.
El purgatorio es la experiencia y certeza de un excedente de gracia; es la certeza de que el infierno no podrá dominar sobre la Vida de Dios. La forma de “orar” por las almas de purgatorio y de acompañarlas (y de dejarnos acompañar por ellas) en el camino de la vida eterna forma parte del misterio de la comunión de los santos. Pero hay un modo infalible de ayudar a las almas del purgatorio (almas son las “personas”, en cuerpo y alma: es ayudar a vivir en amor y solidaridad a los hombres y mujeres de este mundo; es procurar que ese infierno de mundo se vuelva lugar de purificación para la vida y la esperanza, en ese mundo en que habitamos los hijos de Dios.
Biblia, Espiritualidad
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