Dom 19. X. 14. Devolver al César su denario, vivir “como Dios”
29º domingo de tiempo ordinario. Mateo 22, 15-21. Le preguntan si se puede pagar el denario al César, y Jesús responde de manera paradójica, poniendo otra vez la “patata caliente” en las manos de los preguntan. Su respuesta ha de entenderse en varios planos:
a) Por una parte, Jesús no responde… dice que se pague, ni que no se pague, de manera que aquellos que quieren acusarle ante el César o ante el pueblo que se opone al César no puede hacerlo. Eso significa que, en un plano de Reino, la pregunta está mal planteada o no es fundamental.
b) Por otra parte, él eleva el nivel de la pregunta, pues no dice “dad al César”, sino “devolved”… Quiere que sus seguidores “devuelvan” al César lo que es suyo (un tipo de dinero), para situar su mesianismo (camino del Reino) en otro plano.
c) Él no necesita dinero para para ser Mesías (sólo la vida, solo el amor). Los que quieran ser suyos (instaurar su Reino) han de renunciar al denario del César, es decir, han de “devolverlo”.
d) La Iglesia posterior ha debido replantearse y recrear la respuesta de Jesús, suponiendo, en general, que se debe dar (¡no ya devolver) al César lo que sería suyo y a Dios lo que es Dios (¿no es todo de Dios?), convirtiéndose así en una institución “honorable”, que paga los tributos y acepta el orden del César, corriendo el riesgo de situarse en un plano espiritualista.
e) La interpretación del gesto y respuesta de Jesús, desde la nuevas circunstancias, ha definido y sigue definiendo la historia de la Iglesia y su forma de estar en el mundo.
Texto. Mateo 22,15-21
En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿Es lícito pagar impuesto al César o no?”
Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: “Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.” Le presentaron un denario. Él les preguntó: “¿De quién son esta cara y esta inscripción?” Le respondieron: “Del César.” Entonces les replicó: “Pues devolved al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.”
Introducción:
Tres niveles
El mismo Jesús que ha dicho «no podéis servir o adorar a Dios y al dinero» (cf. Mt 6, 24) añade aquí “devolved al César las cosas del César y dad a Dios lo que es de Dios”, una respuesta puede entenderse y aplicarse en tres momentos y niveles:
a. Nivel del Jesús histórico: No se ha de pagar tributo al César, sino “devolverle” todo lo que es suyo (su Imperio, su dinero), para construir así un Reino de Dios sin dinero, ni impuestos…
Vengamos a la escena: Jesús no tiene moneda, no le necesita para instaurar su Reino.La moneda la llevan otros otros (colaboradores del imperio): Fariseos y Herodianos, que asumen y aceptan el orden imperial (con su dinero). Por eso, ellos, si quieren recibir los “servicios” del César, deben entrar en su sistema y pagarle los impuestos. Pero Jesús y sus discípulos no llevan moneda, ni aceptan servicios del César, de forma que no necesitan su dinero, se lo devuelven todo.
No es que no quieran pagar impuestos, es que no quieren dinero. No es que luchen contra el César (con espadas o monedas), es que prescinden de él, no le necesitan. Están “indignados” con las cosas del César y quieren crean un estilo de vida alternativo, distinto, sin césares ni bancos, sin dinero imperial. Por eso lo devuelven (se liberan de todo lo que pertenece al César), para construir un Reino de Dios sin “mamona” del César (en la línea de Mt 6, 24).
Por eso, la respuesta de Jesús ha de entenderse en forma negativa. Él está con los “celotas” de Judas Galileo: Se niega a pagar los tributos del César. Pero lo hace de un modo radical: No rechaza el tributo, pero quedándose con el dinero del César. Rechaza el tributo devolviéndole todo el dinero al César, para no deberle nada, ni a su persona ni a su imperio.Jesús quiere crear un “orden alternativo”, sin impuestos al César ni a ningún otro señor (o Señor), en pura gratuidad.
Lógicamente, dentro del proyecto de Jesús (que no se construye con dinero) no tiene sentido pagar tributo al Cesar, porque él, Jesús, no tiene nada propio(¿qué puede pagar?)…y porque llega el Reino de Dios, donde no existen tributos; llega por decisión de los creyentes y por gracia de Dios, un Reino sin Grandes Césares de Roma o sin Pequeños Césares de Jerusalén.
b. Nivel de los evangelios, primera aplicación cristiana: Pagar tributo al César… mientras llega el Reino.
Jesús ha muerto sin que llegue (externamente)el Reino. Sus discípulos siguen en el mundo, dentro del Imperio, de manera que ellos deben “pactar” (esto es, aceptar) en este tiempo la política real del mundo. Así lo hizo Pablo (que reconoció en un plano civil el orden del Imperio de Roma, con sus impuestos…). Así lo hicieron los evangelios (Mc 12, 13-17 con Lc 20-20-26 y Mt 22, 15-20, nuestro texto, que sigue casi al pie de la letra a Marcos).
Jesús pensó que no se debía pagar el impuesto del Imperio, pues llegaba inmediatamente el Reino, y no hacía falta dinero alguno para construirlo. Pero el Reino no llegó de esa manera externa, y las comunidades cristianas debieron traducir y aplicar el mensaje de Jesús a una forma de vida “posible” en este mundo. Por eso, en este “tiempo intermedio”, entre la muerte de Jesús y la llegada del Reino de Dios, los evangelios siguieron poniendo en primer plano las cosas de Dios (que sólo a Él han de darse), pero añadiendo que los fieles pueden y deben pagar los tributos del César (pues aceptan, aunque sea malo, el orden del Imperio).
c. Tercer nivel: movimiento cristiano, un tema actual. ¿Qué podremos hacer nosotros?
La palabra de Jesús (devolved al César, dad a Dios…), reintepretada por los evangelios (dad al César, dad a Dios…) ha sido y sigue siendo uno de los testimonios básicos no sólo de la vida de la iglesia, sino de la cultura occidental (la única que, por ahora, ha separado el nivel de la política civil (césar) y de la religión (Dios), con los valores y riesgos que ello implica.
En este contexto, siguiendo en la línea de los evangelios, han empezado a distinguirse los dos planos… en contra de lo que sucedía en el primer proyecto de Jesús.
(a) Los cristianos ya no dicen “devolved al César” (dejar fuera de su cuidado las cosas del César, vivir sin ella), sino “dad al César”, lo que significa “colaborar al despliegue del Reino del César”
(b) Los cristianos ya no dicen “dad todo a Dios…” (pues Dios es lo único, en la línea del Shema de Israel), sino “dad a Dios…” de tal forma que las cosas de Dios puedan ponerse al lado de las del César, como si ambas pudieran compararse. Ellos han venido a convertirse así en un “movimiento realista”, de buenos ciudadanos (aunque desterrados, exilados), dentro de un Imperio al que son fieles… sabiendo que tienen una patria superior (la del Reino que llega). Por eso, mientras llega el Reino, ellos deciden pagar los tributos al César.
No se definen ya como un movimiento guerrillero, de ruptura frente al César, ni se alejan del mundo para vivir en los desiertos (como algunos apocalípticos y bautistas), sino que aceptan el orden social existente, como un grupo de “exilados y peregrinos”, que no son de este mundo (son del Reino que llega), pero que aceptan mientras este mundo sigue el orden del César (apareciendo externamente como buenos ciudadanos).
Nuestro pasaje acepta y recrea la palabra de Jesús en ese segundo nivel, uniéndola a un tipo de “pacto implícito” con el Imperio. Eso significa que, en forma actual, tanto Mt 22, 15-21 como sus paralelos (en Marcos y Lucas) no ofrece ya la Palabra originaria de Jesús (¡devolvedle todo al César, salir de su Imperio…), sino que la “intepreta y aplica”, dentro de las nuevas circunstancias de la vida social y política de los cristianos, que no quieren hacerse guerrilleros político/económicos (luchar contra el César con dinero), ni quieren salir del mundo (grupo contra-cultural estricto), sino dar testimonio de Jesús (del Reino que llega, de las cosas de Dios) dentro de este mundo del César (con sus tributos).
Ésa ha sido (y sigue siendo) una de las opciones transcendentales de la iglesia, hasta el día de hoy. Pero no podemos olvidar que, en principio, la palabra de Jesús debía (y debe) entenderse en otro nivel: No debemos pagar el tributo al César, pues queremos salir del “orden” del César, para ocuparnos plenamente de las cosas del Dios que llega (es decir, del Reino). En ese contexto he querido hablar de “Jesús del Indignado”. De su indignación poderosa (creadora, esperanzada) provenimos los cristianos.
AMPLIACIÓN
Contexto
El texto tiene muchos matices, empezando por la “coalición” entre los herodianos (partidarios del orden imperial) y los fariseos (reguladores del orden religioso), que se unen aquí frente a Jesús. Claramente vemos que “religión” (fariseos) e “imperio” (césar) van unidos.
El texto supone además que unos y otros (religiosos e imperiales) quieren “tentar” a Jesús, pues el tema se sitúe en un plano de disputa clave, planteada por los “celosos”, ya el año 6 dC, que rechazan los impuestos imperiales (que significan una sumisión de tipo “religioso” a Roma), para crear otro tipo organización política de tipo nacional (donde los impuestos serían distintos). Por eso, el conflicto en principio no es entre «impuesto sí o impuesto no», sino entre partidarios de un impuesto imperial o de un impuesto revolucionario.
Para unos, el buen impuesto sería el impuesto revolucionario, al servicio de la libertad del pueblo. Para otros el impuesto bueno es el imperial, que permite mantener las cosas como están, con el dominio social y religioso de los poderes establecidos.
El Orden del César
Dejar el dinero en manos del César significa permitir que exista el orden de este mundo (como supone Pablo en Rom 13, 1-6), pero sabiendo que ese orden es muy limitado y que corre el riesgo de destruirse y destruirnos, a no ser que nos arraiguemos en «las cosas de Dios», que se expresan y despliegan en línea de gratuidad. Dejar el dinero en manos del César significa, al mismo tiempo, dejarlo “en manos de este César”, es decir, de esta economía imperial, con el dominio consiguiente de una élite administrativa y militar.
Como he dicho, en principio, la respuesta de Jesús («devolved al César, dad a Dios…») significaba una ruptura radical: Jesús quiere que sus discípulos y amigos (en este momento último de anuncio y llegada del Reino) no paguen tributos…, no por exigencia militar (rechazar por guerra el orden del César), sino por desprendimiento radical.
Los seguidores de Jesús, en este último momento de la historia, a la espera del Reino, han de abandonar todas las cosas del César, darle todo el dinero… para ocuparse de las cosas del Reino de Dios, que ya llega. Pero, como he dicho, tras la muerte de Jesús, en esperanza de Reino, los cristianos optan por reintroducirse en el mundo, teniendo que vincular así cosas de Dios y cosas del César. Esa opción (que no es del Jesús histórico, sino de su Iglesia, que se opone al celotismo militar de otros grupos judíos del tiempo) nos sitúa en el centro de un camino de interpretaciones que no tienen respuestas teóricas, sino que deben desplegarse desde la misma praxis y compromiso de la vida.
APLICACIÓN. TRES ADVERTENCIAS SOBRE EL DINERO:
Desde esa perspectiva eclesial, presente por igual en Marcos y Mateo (en la línea de las iglesias paulinas, que aceptan el orden de este mundo, mientras llega Jesús), ha de entenderse nuestro pasaje.
(1) La moneda no es Dios. El ser humano tiene aspectos vitales y experiencias que no pertenecen a un César, cuyo dominio aparece básicamente centrado en el tributo. Los rasgos más importantes del mesianismo están fuera del alcance y dominio del dinero (cf. Mc 6, 37). Tampoco Jesús puede comprarse o venderse con moneda (cf. 14, 5-7), aunque los sacerdotes lo entiendan de esa forma, poniendo un precio a su vida (14, 11). Eso significa que la familia mesiánica no es resultado de planificación económica. Más allá del dinero se abre para los cristianos un amplio campo de comunicación y familia, en torno al pan compartido.
(2) Pero esta moneda no es tampoco el Antidios, no es diabólica en sí misma como han pensado algunos celotas o sicarios, pues el reino de Dios no se construye destruyendo Roma, como si los dos fueran homogéneos. Hay un lugar (al menos provisional) para el César y su economía en la vida humana. Por otro lado, el dinero vale para dárselo a los pobres (cf. Mc 10, 21). Ciertamente, Jesús ha destacado su riesgo (cf. 10, 17-31), pero no lo ha condenado en cuanto tal.
(3) La palabra de Jesús sobre el dinero del impuesto ha de entenderse a la luz de todo el evangelio. Tomada en sí parece enigma, salida ingeniosa, llena quizá de ironía; pero ella recibe su más hondo sentido a la luz de aquello que Jesús ha dicho y realizado en su camino de casa y comida compartida: el dinero valdría para comprar y compartir los panes y peces con los necesitados (cf. 6, 37; 10, 17-22; 14, 3-9). Por eso, la versión polémica de nuestro pasaje (entendido hacia afuera) debe completarse desde aquello que el mismo Jesús ha venido diciendo y realizando en clave de ayuda humana (curaciones), de participación económica y fraternidad fundada en el don mutuo de la vida.
Jesús no sataniza al dinero con su César (contra los celotas), ni lo diviniza. Su evangelio no se centra en temas o motivos de economía particular, en sentido técnico, sino en la experiencia fundante de la gratuidad, la familia universal de mesa compartida.
(4) El mismo Jesús que ha derribado por el suelo las monedas del templo (interpretadas como culto a Dios) y ha derribado la estructura sacral del judaísmo deja que funcione la moneda del César. No la considera divina, pero tampoco la expulsa del mundo. Ella puede realizar ciertos servicios, pero sólo en la medida en que no quiera convertirse en evangelio ni oponerse a los principios de la mesa compartida. El signo de Dios no es moneda sino pan regalado, fraternidad universal. Sólo puesta al servicio del reino tendrá sentido (será aceptable para el cristiano) la moneda del César. De lo contrario, si se vuelve absoluta o pretende definir la esencia de la vida, ella se vuelve “mamona”, realidad antidivina (como ha visto Mc 10, 23-27; cf. Mt 6, 26 y Lc 16, 13).
ERUDICIÓN. PARA UNA HISTORIA DE LAS RELACIONES ENTRE EL CÉSAR Y (LOS QUE SE DICEN REPRESENTANTES DE) DIOS.
A modo de ejemplo podemos citar cuatro ejemplos de relación entre los que representan las cosas del César y los que dicen representar las cosas de Dios. Ellos se han dado en la historia de occidente, pero no son los únicos casos que existen. Sin duda, el camino de las interpretaciones del evangelio de hoy sigue abierto.
1. Oposición de planos. Un problema de competencias
Jesús habría invitado a devolver (pagar) el dinero al César, de manera que los fieles quedarían de esa forma liberados del peso y de la carga de toda economía monetaria. Los hombres del César manejarían el dinero y lo que se hace con dinero (economía, política, ejército…). Los hombres de Dios tendrían que concentrarse en las cosas de Dios, viviendo en pura gratuidad (sin tener ningún dinero, ni entrar en el ejército, ni organizar empresas). Todo el orden del dinero (que es mundo del César) pertenecería a la mamona (orden impositivo e idolátrico); por eso los cristianos deberían abandonarlo como malo en sí, como inconvertible, saliendo así del mundo –gobernado por el dinero – para ocuparse sólo de las cosas de Dios (en pura contemplación).
En este contexto, hay dos problemas de fondo. (a) ¿En manos de qué César se deja el dinero? En principio se supone que hay que dejarlo en manos de César Augusto de Roma… Pero otro dirían que hay que ponerlo en el banco de Judas Galileo, que también quiere un imperio judío… (b) Sea como fuere, Jesús sabe que no podemos salir de este mundo… donde el dinero es signo de relaciones económicas. En un plano, el dinero es bueno; no podemos dejarlo sin más en manos del Diablo, pues el César no es sin más un Diablo, pero tampoco son diablo los partidarios de Judas Galileo.
2. Subordinación, en línea sagrada. Aquí manda Dios y los delegados de Dios ¿No manda nadie, todos sirven?
Pero dejemos la disputa entre el César de Roma y el Judas Galileo. Supongamos sin más que sabemos quién es el buen César a quien se debe un tributo, para que mantenga el orden social y militar. Esto significa que deben aceptarse los dos planos, uno civil, otro religioso, pero sabiendo que uno es superior al otro. Al César pertenece lo más bajo, es decir, el dinero, con todo lo que implica en el nivel de la organización externa del mundo.
Eso significaría que aquellos que están dedicados a las «cosas de Dios» (los sabios, los eclesiásticos) podrían y deberían dominar sobre los «hombres del César, como suponía ya PLATÓN en la República, cuando afirmaba que los sabios dirigían a los guerreros y a los trabajadores. Cierta iglesia cristiana medieval ha interpretado de esta forma el texto, suponiendo que el Papa y los Obispos (dedicados a las cosas de Dios) debían dominar y dominaban sobre los «hombres del César», soldados y trabajadores, poniendo las cosas del mundo al servicio de las de Dios (entendidas al fin en clave de poder).
Pero el tema está en saber si las cosas de Dios pueden entenderse en ese plano, en un plano de dominio, para dirigir desde arriba el orden de este mundo, en un tipo de cesaro-papismo medieval (nunca impuesto del todo)
3. Coordinación o complementariedad. Aquí mandan los dos, amigados o enfrentados.
Ha sido y sigue siendo la actitud más común: los seguidores de Jesús habrían terminado asumiendo y aceptando los dos planos, sin que uno se imponga sobre el otro. Habría según eso dos niveles, dos poderes (el de Dios, representado por el Papa; y el del César, representado por el emperador). Serían autónomos, deberían respetarse uno al otro.
La moneda del César podría interpretarse como expresión de una comunicación humana en el plano económico y administrativo. Las «cosas de Dios» se situarían en un plano distinto y más alto, pero no opuesto al anterior. Los hombres vivirían de esa forma en los dos reinos, sabiendo que los «proyectos y caminos» de cada uno de ellos pueden y deben complementarse, siendo distintos.
En esa línea, los «hombres de Dios» procurarían que la «mamona» pudiera convertirse, perdiendo su carácter egoísta, para ponerse al servicio de la gratuidad, es decir, del amor mutuo. En una línea convergente, «los hombres del César» deberían procurar que los «hombres de Dios» no impusieran su poder sagrado de un modo dictatorial, sobre el conjunto de los hombres.
Pero el tema está en saber si las cosas de Dios y las del César pueden ponerse en un plano semejante, de disputa de poderes
4. Subordinación, en línea política. Aquí manda el César del Dinero, manda el Banco.
Los hombres del César, que manejan el dinero y el poder del sistema, en clave de ley, han querido y quieren poner las «cosas de Dios» a su servicio. Esta es la actitud más normal dentro de la sociedad capitalista de la actualidad, que no lucha contra la religión como pudieron hacer los sistemas marxistas del siglo XX, pero que la pone (pone todas las religiones y proyectos humanistas) al servicio de su propia dominación económica, en línea de sistema.
Los señores del César (de un César político-militar-económico) parecen imponerse como únicos poderes sobre el mundo, como única realidad… Ciertamente, ellos dejan que sigan existiendo “las cosas de Dios”, pero en un plano marginal, privado, sin que influyan de verdad en el orden de la vida.. Hoy estaríamos en ese momento… bajo un César autónomo que no tiene contra quién luchar, pues las cosas de Dios han perdido su importancia.
5. Problema por resolver. ¿Una quinta-esencia, una quinta solución?
Esas cuatro respuestas marcan de algún modo nuestro camino. A lo largo de los siglos, en situaciones muy distintas, los cristianos (y también los judíos) se han sentido vinculados a los dos pasajes que acabamos de evocar (no se puede servir a Dios y a la Mamona; dad al César lo del César y a Dios lo que es de Dios), teniendo que descubrir en su mismo compromiso práctico la relación y diferencia que existe entre el buen denario del César (que sería un impuesto al servicio del orden común de la sociedad) y la mala mamona de Mt 6, 24, que es ya contraria a Dios.
La relación entres esos dos dineros (uno que es pura mamona del Diablo; otro que es propio de un buen César, que lo pone y que se pone al servicio de la humanidad) sigue siendo el tema clave de la antropología política (y de la política real) de la historia de occidente y del mundo.
En algunos pasajes de la Biblia (como Ap 13-14) la moneda del impuesto es pura mamona antidivina. Eso significa que debemos salir de ese mundo de política perversa, dejar de pagar, hacer huelga total… romper el sistema… para crear un orden humano de pura resistencia y gratuidad.
Pero hay otros pasajes del Nuevo Testamento (como 1 Pe y Rom 13) que han aceptado el impuesto del César, para mantener el orden de este mundo. Según ellos, el dinero no es pura mamona (aunque puede volverse mamona), sino que puede convertirse en un signo de mediación social para bien de todos (y en especial de los creyentes.
UN ANEJO. CONVERTIR EL DINERO, NEGAR EL DINERO. CAMINOS ABIERTOS
En el primer caso, devolver o pagar el dinero al César significaría salir del orden del César, crear un tipo de humanidad distinta, sin dinero…
En el segundo caso, el dicho de Jesús supondría que debemos “convertir al César”, cambiar el orden económico mundial, hacer que la banca y el imperio estén al servicio del hombre…
Parece que Jesús ha optado por la primera alternativa: No quiere el dinero del César, pide a los suyos que se lo devuelvan… De esa forma, sin dinero, sin impuestos posibles, Jesús y los suyos quieren construir (iniciar) un Reino distinto, sin poderes imperiales.
La Iglesia ha tenido que optar por la segunda: Aceptar los impuestos, para convertir (si fuera posible) el dinero y el imperio, haciendo que puedan ponerse al servicio de la humanidad y, en concreto, de los más pobres. Pues bien, en este camino, muchas veces, la Iglesia ha querido convertirse en Imperio, ha caído en manos del dinero.
Por eso es necesario volver a Jesús… No para copiar el pie de la letra lo que él hizo, sino para recrear su movimiento, desde nuestro tiempo… En ese contexto es necesaria una fuerte indignación, no para aprovecharse del Sistema, sino para salir fuera del orden del sistema, buscando la utopía del Reino. En ese sentido, Jesús nos pide que salgamos de este mundo malo, donde bancos e imperios se vinculan para servicio de sí mismo, no para servicio de los pobres.
Bibliografía
Sobre Mc 12, 17, cf. E. LOHMEYER, Markus, KEK, Vandenhoeck, Göttingen 1967, 252-254;
R. PESCH, Marco, Paideia, Brescia 1982, II, 339-346;
J. GNILKA, Marcos II, Sígueme, Salamanca 1986, 175-182.
Sobre la problemáica de fondo de las cuatro interpretaciones, cf. J. C. ESLIN, Dieu et le Pouvoir. Théologie et Politique en Occident, Seuil, Paris 1999.
El tema de la relación entre el dinero-capital y el Reino de Dios (la plenitud del hombre) está en el centro de la teología más significativa de los últimos decenios, a partir de la «teología política» y de la «teología de la liberación». He planteado el tema en
— Violencia y religión en la historia de occidente, Tirant lo Blanch, Valencia 2005
— Evangelio de Marcos, Verbo Divino, Estella 2012.
PD. Este tema viene de años anteriores. Por eso, a modo de recuerdo y posible orientación para los lectores conservo algunos comentarios antiguos.
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