La necedad.
Para el bien, la necedad constituye un enemigo más peligroso que la maldad. Existe la posibilidad de protestar contra el mal, de ponerlo de manifiesto y, en caso necesario, de evitarlo por la fuerza; el mal lleva siempre en sí el germen de la autodestrucción, al dejar en las personas al menos una sensación de malestar. En cambio, frente a la necedad carecemos de toda defensa. Ni las protestas ni la violencia sirven aquí para nada; las razones no surten efecto; las realidades que contradicen al propio prejuicio no necesitan sencillamente ser creídas- en tales casos el necio se muestra incluso crítico-; y si los hechos son inevitables, pueden ser simplemente dejados a un lado como casos sueltos carentes de significado. En todo esto, el necio, a diferencia del malo, se siente enteramente satisfecho de si mismo, e incluso puede hacerse peligroso cuando, levemente irritado, pasa al ataque. Por ello es necesario mayor precaución frente al necio que frente al malo. Nunca más intentaremos convencer al necio mediante razonamientos; tal procedimiento es absurdo y peligroso.
Pienso que deberíamos totalmente prepararnos por una disciplina del cuerpo y del espíritu para el día en el que que seremos puestos a prueba. Debemos empezar de nuevo a comprender.
(…)
Nos queda el camino estrecho y casi imposible de encontrar del que recibe cada una de sus días como la última y que vive a pesar de todo por su fe y su responsabilidad, como si tuviera un futuro largo.
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Dietrich Bonhoeffer, Resistencia y Sumisión – Cartas y apuntes desde el cautiverio. Ediciones Sígueme. Salamanca 2004 (El peso de los días, 18).
Prólogo. ˜Después de diez años. Balance en el tránsito al año 1943. Página 16-17
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