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“Para ser dama de beneficencia, de lo propio y de lo ajeno”, por Ramón Martínez

Sábado, 4 de octubre de 2014

1401280111279Un contundente artículo de Ramón Martínez en su blog Observatorio rosa

Desde la emisión del documental El sexo sentido, que abordaba los distintos problemas a los que se enfrentan los menores trans en España, la cuestión de la transexualidad en la infancia y la juventud se ha convertido en una cuestión de actualidad.

Gracias al enfoque que ofrece el vídeo, difundido en Televisión Española y en diversas presentaciones en colectivos, la ciudadanía ha empatizado con la situación de chicos y chicas transexuales, aun a pesar de algunas declaraciones dudosas de cargos de la Comunidad de Madrid que, como sabemos, controlada férreamente por el Partido Popular, se opuso este mayo a la aprobación de una Ley Integral de Transexualidad propuesta por el Partido Socialista y apoyada por Izquierda Unida y UPyD, en contra de la promesa de votarla a favor.

Como consecuencia de ello, el trato que reciben por parte de las administraciones públicas los menores trans es muy diferente según en qué comunidad autónoma residan, de suerte que afrontar la problemática de la transexualidad en la infancia se ha convertido en un objetivo principal del activismo.

Así, hace una semana tuve la oportunidad de asistir a la presentación de la Fundación Daniela, destinada a generar conocimientos y compartir experiencias en torno a la transexualidad infantil, iniciativa de lo más necesaria y que contará con la colaboración de grandes profesionales, además de la atención de una gran mujer, África, vicepresidenta e impulsora de la Fundación. No obstante, durante la presentación algún detalle que paso a referir me hizo reflexionar sobre el tema al que dedico estas líneas: ¿cómo debemos gestionar las lesbianas, gais, bisexuales y transexuales las alianzas con personas heterocisexuales?

Porque sucede que una organización que está llamada a revolucionar el modo en que la ciudadanía entiende la transexualidad fue acompañada en su presentación por algunos personajes de lo más inquietante: Santiago Miláns del Bosch, sobrino del tristemente célebre golpista y relacionado con la extrema derecha en los años 80; Jesús Fermosel, consejero de Asuntos Sociales; y Carmen Pérez Anchuela, directora general de Servicios Sociales de la Comunidad de Madrid. Esto es: las mismas personas que colaboraron activamente para que la Ley Integral sobre Transexualidad presentada por la diputada socialista y activista transexual Carla Antonelli no saliera adelante, y que incluía la administración a menores trans de bloqueadores hormonales, ahora se personan en un acto en que se crea una Fundación que persigue, entre otras muchas cosas, reconocer el acceso a esos bloqueadores como un derecho para la infancia trans. Una asombrosa paradoja que empaña el buen fin para el que se crea esta Fundación.

Al salir del acto comentaba con dos buenos amigos que la iniciativa era maravillosa y muy necesaria, porque gracias a la influencia de esta organización un sector declaradamente tránsfobo de nuestra ciudadanía, el más conservador, podría acercarse a la realidad de las personas transexuales y empatizar con ellas, empezando así a posicionarse como posible defensor de sus derechos; pero al mismo tiempo nos saltaron las alarmas: ¿qué influencia podrían ejercer esas personas sobre el discurso del activismo trans?

Con el trabajo que le ha costado al activismo trans que la despatologización se convierta en un objetivo fundamental no deja de preocuparme que estos señores y señoras que ahora se nos ofrecen como colaboradores en nuestra lucha puedan ahora desvirtuar los contenidos de una reivindicación desarrollada por las propias personas trans. Y como digo esto desde mi propia identidad cisexual no dejo de preguntarme ¿estoy cometiendo yo mismo el error que recrimino? ¿Cómo puede participar y colaborar una persona que no está atravesada por una determinada realidad en las reivindicaciones de las personas que sí lo están?

Hablo de la necesidad de espacios propios y de las formas de vinculación con ellos de las personas ajenas a la reivindicación, y como siempre el feminismo es el mejor sistema de pensamiento del que tomar ideas. Cualquier reivindicación sobre los derechos de las mujeres debe ser acordada, en su contenido y su estrategia, por las propias mujeres, y luego podemos llegar los hombres a defender sus demandas junto a ellas, codo a codo.

En el feminismo los hombres somos compañeros de lucha, pero es evidente que nuestra participación debe ser limitada, porque no experimentamos la discriminación que precisamente los hombres ejercemos sobre las mujeres. Con las personas transexuales sucede lo mismo, ¿cómo va a poder una persona cuyo sexo biológico y género sentido se corresponden, una persona cisexual, entender la situación de las personas trans? Dejemos que sean las personas trans las que construyan su discurso y decidan cuáles son sus necesidades más urgentes, y apoyemos sus demandas como si fueran las nuestras propias, porque dentro de cualquier reclamación de derechos se ven comprometidas todas las reivindicaciones de Derechos Humanos.

Pero es preciso mostrar toda la cautela posible a la hora de afrontar nuestra cooperación con las exigencias que nos son ajenas, porque es demasiado fácil convertirnos, de compañeros de lucha, en damas de beneficencia, esto es, personas cuya colaboración con la reivindicación que no les afecta la toman como una forma de caridad, en su tercera acepción según el diccionario de la RAE, “limosna que se da”. Es decir, según nuestra actitud podemos ser cooperadores necesarios y comprometidos, que afrontan la petición de derechos ajenos como si les fueran propios, o personas que aceptan “rebajar” su estatus en mayor o menor medida para empatizar con una discriminación que no les afecta; personas que dan y que no comparten, que regalan y no sienten, que aceptan manchar sus limpísimas manos sin reconocer que pueden tenerlas tan sucias como cualquiera.

Y esto empeora porque la actitud de beneficencia acostumbra verse recompensada socialmente y permite una limpieza de imagen. El pinkwashing, que hace olvidar con una forma muy particular de colaboración los errores de un pasado oscuro. Tan oscuro como un apellido.

Pero en una semana donde, aunque recibimos la grandiosa noticia de que Gallardón, el ya exministro de Justicia e Inquisidor General contra el feminismo, abandona la política, gracias al trabajo de miles de mujeres progresistas que no han dejado de gritar su derecho a decidir sobre su propio cuerpo, hemos tenido que escuchar las palabras del excéntrico obispo de Alcalá, que acusaba al Partido Popular, al hilo de la retirada de la Contrarreforma de la ley del aborto, de estar ideológicamente influido por el feminismo e infectado por el “lobby” LGTBQ, que ya quisieran ellos –y sin olvidar la caradura que demuestra un representante de una entidad infectada por la pedofilia al otorgarse el derecho a señalar cualquier tipo de “infección”, a no ser que sea la que su organización ayuda a propagarse por África, con la obsesión con predicar en contra del uso del preservativo–.

Y las del impresentable Duran i Lleida, que mezcla independentismo con discriminación hacia personas lesbianas, gais, transexuales y bisexuales al oponerse tajantemente a la aprobación de una ley catalana contra la discriminación por orientación sexual e identidad de género, después de haber defendido hace un tiempo las terapias “reparativas” de la homosexualidad, y haber defendido la necesidad de derogar el matrimonio igualitario; en esta semana que una sola alegría se ha visto tan empañada por la actitud de tanto fanático, no dejo de preguntarme si no es urgente y necesario incorporar a la defensa de los derechos de todas las personas a cuanta gente sea posible, y hacerles comprender la necesidad y urgencia de tantas y tantas reivindicaciones, tratando por todos los medios que no ocupen los espacios propios que nos son necesarios para poder desarrollar libremente nuestro pensamiento.

Yo, por mi parte, invitaré siempre a quien quiera a participar de mis reivindicaciones propias, y ofreceré todo mi apoyo a las luchas que me sean ajenas, porque indirectamente también me son propias, siempre intentando caer en los vicios de la canción de Nacha Guevara que da título a esta columna, Para ser dama de beneficencia, porque para participar de una lucha no hay que querer ayudar: hay que creérsela.

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