Dom 31 8 1. Pedro quiere vencer para instaurar el Reino
Domingo 22 tiempo ordinario. Ciclo A. Mt 16, 21-27. Presenté el domingo pasado un primer comentario de este texto, oponiendo la estrategia de Jesús y de Mahoma, con ocasión de las pretendidas guerras santas de nuestro tiempo. Queda pendiente mi visión positiva de Pedro como “piedra” mesiánica de Jesús.
Pues bien, el mismo Simón que aparecía como Piedra de Cimiento (Papa, portador de las llaves) aparece ahora como Piedra de Tropiezo (Satanás), tentador/tentación, en el sentido original de “skandalon”: lo que hace caer).
Estamos pues ante dos “pedros” que son uno:
— Piedra base de la Iglesia, signo de comunión de las restantes piedras
— Piedra escándalo (Satán), riesgo de que toda la Iglesia se hunda.
Marcos 8 sólo citaba el primer rasgo, como si Pedro no hubiera cumplido todavía sus “deberes” de Piedra (cf. Mc 16, 7-8). Mateo 16 los une de forma sorprendente: Entre lo más alto (ser piedra de cimiento) y lo más bajo (ser escándalo satánico, riesgo de caída para el edificio) se ha dado y sigue dándose una intensa conexión que nos sitúa ante el principio, la historia y la actualidad de la Iglesia.
Desde ese fondo quiero evocar hoy el tema de un pedro-iglesia que resiste a Jesús, desde la perspectiva de las postales anteriores, que han tratado de la estrategia de violencia y de no violencia de Israel. Buen domingo.
Punto de partida
a. Principio. Tanto en la historia de Jesús como al principio de la Iglesia Pedro ha sido una figura ambivalente. Histórica ha sido su destino de “piedra”, histórico el “escándalo satánico” asociado a su figura. A pesar de (o quizá por) esa misma ambivalencia Pedro ha sido venerado en principio de la Iglesia, como signo de humanidad cristiana.
b. Historia. A lo largo de los tiempos, la Iglesia de Roma (no así la ortodoxa ni la protestante) ha tendido a silenciar el rasgo satánico de Pedro, vinculado al deseo de Poder Religioso (es decir de “no sufrir”). Por eso, ella ha destacado la función de Piedra Firme y Poderosa… olvidando a veces que la misma firmeza de esa Piedra puede convertirse en “escándalo”, haciendo tropezar y caer al mismo Cristo eclesial (¡eres escándalo para mí, dice Jesús!).
c. Actualidad. Nos hallamos hoy, como siempre, ante los dos rasgos de Pedro, tal como suele “encarnarse” en el Papa (su Vicario o Sucesor): es Piedra firme que une a la Iglesia; es Satanás-Escándalo, que pone en riesgo de caída el edificio de Jesús.
El mismo Pedro/piedra es dos cosas a la vez:
a. Piedra cimiento que sostiene todo el edificio (piedra de Dios)
b. Piedra escándalo que hace tropezar y caer (piedra de Satán)
Ambas cosas a la vez es Pedro (ha sido Pedro) según el evangelio que vamos a leer. Ambas funciones van unidas en la historia, aunque una debería desaparecer.
Texto: Mateo 16,21-27
En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: “¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.” Jesús se volvió y dijo a Pedro: “Quítate de mi vista, Satanás, porque eres “escándalo” para mí (me haces tropezar); tú piensas como los hombres, no como Dios.” Entonces dijo a sus discípulos: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.”
1. El Hijo de Hombre tiene que sufrir.
Después de aceptar la respuesta de Simón (¡Tú eres el Cristo!) y de llamarle Pedro (¡Piedra de la Iglesia!), Jesús profundiza en el tema y entiende (interpreta) su mesianismo (su tarea de Reino) en una línea de entrega (hasta la muerte, si hace falta) a favor de los demás. No es Mesías el que gana y se impone, sino aquel que quiere y puede dar la vida (como indicado su mensaje de no-juicio, de perdón y amor al enemigo).
El tema no es ya sólo cómo viene el Reino de Dios, sino qué hace él (Jesús) y que hace Pedro para que venga. En un momento dado, Jesús ha descubierto que él debe encarnar y cumplir en su vida la verdad de su mensaje:
Ha de entregarse en amor, no para sufrir sin más (en gesto masoquista), sino para amar, regalando su vida hasta el final en Jerusalén y ratificando de esa forma su tarea, pues sólo así podrá hacer que llegue el Reino (de un modo distinto al que querían Pedro y los demás discípulos).
En esa línea, Jesús no aparece ya como Cristo sin más, sino como Hijo de hombre, en un sentido personal. No ha venido para instaurar un Reino por la fuerza, sino para encarnar en su vida la verdad y tarea del Reino, precisamente en Jerusalén, como quiere Pedro, pero subiendo allí sin armas, no para triunfar sin para amar (es decir, para encarnar y cumplir en su vida su propio mensaje).
Disputa con Pedro: Quítate de mi vista Satanás, pues eres escándalo para mí.
Pedro no acepta esa visión y ese proyecto de Jesús y así sigue pensando en aquello que el Reino ha de darle, atreviéndose a corregir a Jesús, en nombre de una buena tradición israelita. Pues bien, Jesús rechaza a Pedro y su manera de entender el mesianismo como triunfo propio.
En ese contexto, el evangelio recoge un duro enfrentamiento que ha debido darse al interior del grupo de Jesús, en el comienzo de la Iglesia: su proyecto de Reino resultaba discutible y ha sido discutido de hecho (en el tiempo de Jesús o en el tiempo de sus primeros discípulos). En el fondo de esa discusión se halla, sin duda, la forma en que Jesús y sus discípulos han interpretado la subida a Jerusalén y la llegada (implantación) del Reino.
Todo nos permite suponer que el texto actual de Mateo recoge controversias mesiánicas que debieron darse más tarde en la comunidad cristiana, pero en su base hay un fondo histórico: El mismo Jesús ha debido ir precisando el sentido de su envío y su tarea mesiánica, al servicio del Reino, presentándose en un momento dado como Hijo de hombre que entrega la vida por el Reino.
Este pasaje de Mateo (y de Mc 8, 27-33) actúa como bisagra, recogiendo, por un lado, la experiencia anterior del proyecto de Jesús (lo que él ha pretendido) y, abriendo, por otro, un camino que sólo se entenderá en Jerusalén y Roma, en el despliegue de la Iglesia primitiva, cuando se plantea la gran alternativa entre el poder para conseguir el Reino sin tener que morir (Pedro), o el amor que está dispuesto a morir por el Reino (en la línea de Jesús).
Desde ese fondo se entiende su discusión con Pedro. No se trata de oponer la bondad de Jesús a la maldad de Pedro, sino de trazar la novedad y las consecuencias de aquel mesianismo que Jesús ha iniciado en Galilea y que debe culminar en Jerusalén. Jesús descubre y propone así algo no estaba previsto en los esquemas mesiánicos antiguos; por eso, Pedro se opone. En realidad, tanto Jesús como Pedro apelan a Jerusalén, ciudad que domina toda la escena, pues un profeta de Dios debe actuar en Judea, para que todos vean sus obras (cf. Jn 7, 1-8), culminando su misión en Jerusalén (cf. Lc 9, 51; 13, 33).
1. Pedro supone que, siendo Mesías, Jesús tendrá que subir a Jerusalén como Hijo de David, para que Dios le corono Rey definitivo, instaurando el Reino en claves de poder (evidentemente al servicio de todos). Quiere ser Piedra Gloriosa, llena de Poder, base de un edificio sin riesgo ninguno de sufrimiento, sin entrega de la vida.
2. Pero, en contra de Pedro, Jesús decide subir a Jerusalén como Hijo de hombre, no para triunfar de un modo regio, sino para entregar su vida a favor de los demás (aunque no para que le maten sin más).
3. Pedro aparece así como Satán (tentador) para Jesus… es decir como “piedra de escándalo” (skándalon), que significa piedra que hacer caer al caminante o que destruye todo el edificio.
Tal como se plantea aquí, esa oposición entre Pedro y su maestro sólo puede entenderse plenamente en perspectiva pascual, como reflexión posterior de la iglesia. Pero ella refleja una experiencia histórica, propia del camino mesiánico de Jesús, en el que Pedro (que se llamaba en principio Simón) actúa como representante de los Doce, es decir, de aquellos que han querido entender y desarrollar el mesianismo de Jesús en forma triunfante (es decir, en la línea de un David nacional). En ese sentido, este pasaje refleja las tensiones mesiánicas de los compañeros de Jesús, que no han sido discípulos pasivos, sino que han querido influir en su camino.
En ese contexto se puede afirmar en resumen que Pedro desea conquistar el poder para reinar (instaurando así el Reino de Dios). Jesús, en cambio, no quiere poder para reinar, sino amor para cambiar a los demás, haciéndoles capaces de compartir con los otros su vida (como lo pide la palabra del Reino). Así se instaura y define la mayor revolución de la historia, la mutación mesiánica de Jesús, que los cristianos quieren seguir expandiendo por la Iglesia.
Dos estrategias.
La propuesta de Pedro forma parte de una estrategia tradicional del mesianismo israelita. Posiblemente no quiere la violencia militar directa (aunque no la rechaza), pero busca y supone un triunfo en línea de poder que se ratifique, si hace falta, por la fuerza, en la línea de los zebedeos, que quieren sentarse a los lados de Jesús, como ministros de un rey poderoso (cf. Mc 10, 35-37).
Pedro quiere poder para instaurar el Reino, pues, a su juicio, sólo con poder puede instaurarse. Pues bien, en contra de eso, Jesús no subirá a Jerusalén para tomar el poder, sino para decir su Palabra, instaurando de esa forma el Reino. De esa forma ha trazado la mayor revolución humana.
a. Por un lado está la historia del poder representada en Pedro, quien desea un tipo de autoridad que a su juicio es buena (limpia, legal), para realizar así, desde el poder, unos cambios que son buenos, trasformando la vida de los hombres, en línea de juicio, de recta justicia. No quiere un poder malo, dictatorial, sino uno bueno. Pues bien, Jesús le llama “Satanás” (tentador), recordándole así que su propuesta va en la línea del Diablo de las tentaciones. Jesús el llama “skándalo”, piedra de tropiezo, piedra que se mueve y hace que caiga todo el edificio de la Iglesia.
b. Por otro lado está la opción de Jesús, que no tiene poder exterior, ni siquiera para hacer el bien, sino sólo una Palabra que pone a los hombres en contacto con Dios, el único que puede transformarlo todo, sin dejar nunca de ser amor. Por eso, Jesús no puede tomar el poder para hacer el bien (como quisieron algunos “buenos” papas medievales o los «mejores» revolucionarios: jacobinos de París, bolcheviques de Rusia), porque el poder, una vez tomado, se convierte en imposición, de manera que debe defenderse con violencia. Jesús no tomará el poder, sino que ofrecerá (quiere instaurar) la Palabra de Reino, precisamente en Jerusalén.
a. Estrategia de Pedro.
La estrategia de poder de Pedro no es mala, pero pertenece a las cosas de los hombres, Jesús, en cambio, quiere expresar e instaurar la Palabra del Reino, que es amor que crea. Así sube a Jerusalén para decir con la Palabra su vida la buena noticia de Reino, que es amor que triunfa precisamente como amor (palabra creadora, perdón, superación del juicio), en la misma Jerusalén.
Eso significa que el Reino de Dios no se conquista con una buena guerra (victoria de los buenos), ni con una buena democracia (la voluntad de poder de la mayoría), sino que se identifica con el mismo ofrecimiento de la vida de aquellos que se hacen palabra de amor para los demás.
Frente a la autoridad del poder (que quiere Pedro) para cambiar así las cosas, eleva aquí Jesús la autoridad de la Palabra creadora, teniendo que estar dispuesto a quedar en manos de los “poderosos” de Jerusalén, que aquí aparecen desde la perspectiva del Sanedrín judío (sacerdotes, escribas, ancianos). Así visibiliza y lleva hasta el final la estrategia de los itinerantes, a quienes hemos visto en Galilea, quedándose en manos de aquellos a quienes anunciaban y ofrecían el Reino, fueran o no bien recibidos; también Jesús va a quedar en manos de los “poderosos” de Jerusalén, sea o no bien recibido.
Se funda en una interpretación de la Escritura y resulta humanamente más viable, en línea del dominio mesiánico, trazando una forma de Reino. Pero, a juicio de Jesús, Pedro sigue la lógica humana (toma de poder) y no responde con fidelidad a la intención más profunda del Reino («tus pensamientos son los de los hombres, no los de Dios»: Mc 8, 33).
Pedro quiere el “poder religioso” para transformar así, desde arriba, para bien de todos, el desorden actual de la realidad. Ésta había sido la lógica de los macabeos y de sus sucesores, asumida por los sacerdotes de Jerusalén, que toman el poder (o lo comparten con Roma), diciendo que realizan la obra de Dios. Ésta será la lógica de los zebedeos, que también quieren tomar el poder religioso (y social), para bien del pueblo (cf. Mc 10, 35-45); ciertamente, quieren ser mejores que otros, pero, al fin, siguen una línea de dominio impositivo, no la Palabra del Reino de Dios.
b. Estrategia de Jesús, Palabra de amor.
No quiere ni busca el poder para instaurar el Reino, pues le basta la Palabra, es decir, el amor que se ofrece y expande, de un modo generoso, desde abajo, a partir de los pobres. No sabe de antemano la forma en que el Reino vendrá, pero sabe que no puede instaurarlo tomando el poder para ello (pues no sería Reino), pues el Reino es Palabra, y la Palabra no puede imponerse, sino proclamarse, esperando la respuesta de los hombres. Ésta es su opción: Como Hijo de hombre, Jesús sólo puede actuar por la Palabra (es decir, como Palabra), quedando desarmado en manos de los poderosos. De esa forma expresa la voluntad salvadora de Dios, que se define en los evangelios por la palabra dei: es necesario (que las Escrituras se cumplan, que el Hijo del Hombre padezca…)
Jesús recorre y concreta así el camino de la Escritura, medida que lo va recorriendo y ya no aparece como Moisés, ni como Elías o David, sino como Hijo de hombre, que instaura el Reino¸ es decir, la Palabra de Dios, quedándose en manos de los hombres.
La Lógica del Reino de Dios
La acción mesiánica de Jesús no se manifiesta ya través de una conquista militar o de un dominio social (o religiosa), con toma de poder (¡para hacer el bien!), sino a través de su misma Palabra, hecha Amor de Reino, es decir, creatividad activa, en perdón y no violencia, superando la lógica del juicio que había dominado sobre el conjunto de la humanidad. Aquí se sitúa la prueba de Jesús (su tentación: cf. cap. 5): Se trata de saber si el mensaje de Reino funciona, si la Palabra es verdaderamente creadora. El mismo Jesús viene a mostrarse así (subiendo a Jerusalén) como prueba y verdad de su mensaje.
La lógica del Reino exige que los aspirantes mesiánicos (Jesús y sus compañeros) queden sin defensa exterior (económica, militar o religiosa), en fidelidad a la Palabra, en manos de aquellos que poseen el poder económico, militar y religioso, para expresar y realizar así, gratuitamente, su obra e instaurar el Reino.
Éste es el proyecto de Jesús, que no actúa con violencia, desde fuera (desde arriba), sino que se entrega al servicio de la Vida (Reino de Dios), introduciéndose amorosamente, como Palabra, en la trama de violencia de Jerusalén para ofrecerse y ofrecer allí el amor del Reino, transformando el camino exódico y davídico.
a. Jesús retoma el camino del Éxodo (cf. Lc 9, 31), en la línea del Canto de Moisés, donde se dice a Dios: «Los introduces y los plantas en el monte de tu heredad, en el lugar que has preparado como tu morada, en el santuario que establecieron tus manos» (Ex 15, 17). Este monte y santuario es Jerusalén y Jesús sube allí, no para conquistar la ciudad e imponer en ella su dominio, sino para ser (ofrecer su) Palabra de Reino, culminando el movimiento mesiánico que había comenzado en Galilea, al servicio de todos, desde los expulsados y aplastados de la sociedad. El Mesías de los pobres de Galilea no puede triunfar con violencia en Jerusalén; si ahora quisiera imponer el reino con violencia, Jesús sería infiel a su camino de Reino.
b. Jesús reformula y trasforma el proyecto davídico, en sentido distinto al de los macabeos, que se habían alzado contra la contaminación de los judíos helenistas y de los reyes sirios que les apoyaban (hacia el 165 aC.), pensando que iba en contra de la elección israelita y decidiendo rechazarla por la guerra. Según I Mac, ellos conquistaron la ciudad, purificaron el templo, expulsaron a los extranjeros y cambiaron a los sacerdotes… pero todo siguió casi como estaba, en una línea de violencia que desembocará, tras Jesús, en la gran guerra de los celotas, con derrota del 67-70 dC. Pues bien, a diferencia de macabeos y celotas, Jesús subió a Jerusalén para proclamar su Palabra, instaurando de esa forma el Reino, como amor gratuito, quedando en manos de aquellos que quisieran recibirle o rechazarle.
Así sube a Jerusalén, para ratificar su Palabra, en gesto de amor, poniendo su vida en manos de los poderes de la ciudad. Ciertamente, él no sube para ser derrotado y morir, sino para ofrecer su amor de Reino, queriendo que los israelitas (y el resto de los hombres) fueran amorosamente trasformados por la Palabra. Pero obrar de esa manera significa estar dispuesto a morir. Está convencido del “poder” de la Palabra, y así, confiando sólo en ella sube a Jerusalén para implantar allí el Reino.
Sobre el entorno político-cultural de esta estrategia de Jesús,
cf. E. Bickerman, The God of the Maccabees (SJLA 32), Leiden 1979;
K. Bringmann, Helenistiche Reform und Religionsverfolgung in Judaea (Abh.AkWiss), Göttingen 1983;
M. Hengel, Judaism and Hellenism I, SCM, London 1974, 107-254;
H. Köster, Introducción al Nuevo Testamento, Sígueme, Salamanca 1988, 263-346;
E. Nodet, Essai sur les Origines du Judaïsme, Cerf, Paris 1992, 165-211;
E. Schürer, Historia del pueblo judío en tiempos de Jesús I, Cristiandad, Madrid 1985, 171-322.
Ofreciendo una visión de conjunto del tema, G. Theissen, La fe Bíblica en perspectiva evolucionista, Verbo Divino, Estella 2002, 115, afirma que el primitivo cristianismo ha querido solucionar los problemas que brotaron del encuentro entre judaísmo y helenismo, situándose así en la línea de los macabeos, pero con métodos distintitos: los macabeos conquistaron Jerusalén y se hicieron sacerdotes, para gobernar así al pueblo de Dios. Jesús, en cambio, subirá a Jerusalén sin armas y será condenado por los sumos sacerdotes (descendientes de aquellos macabeos).
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