Dom 24 8 14 ¿Quién dicen los hombres…? Jesús y Muhammad
Dom 21, tiempo ordinario. Ciclo A. Con ocasión del así llamado “califato de Isis”, mi postal anterior ha suscitado una fuerte polémica, en cuyo fondo está la comparación entre Jesús y Muhammad (Mahoma).
Éste es quizá el tema fundamental de la historia de occidente y de gran parte del mundo en los últimos 14 siglos.
¿Quién de los dos tiene la última palabra (si es que la tiene), quién de los dos ofrece el mejor camino…?
¿O pueden tomarse ambos como variantes de una difícil subida al Monte de Dios, es decir, a la Nueva Humanidad?
El tema está en el fondo de la pregunta de Jesús en el evangelio de este domingo: ¿quién dicen los hombres que soy yo, que es el Hijo del Hombre? Está en el fondo el relato original de Marcos 8, 27-33, que ha sido también reconstruído por el evangelista, pero que está más cerca del original.
Se trata de precisar la estrategia de Jesús y la de Muhammad, para plantear desde ese fondo la semejanza y diferencia entre yihad y camino de cruz (no cruzada). Es lo que haré sobriamente en esta postal, con un poco de “aparato bibliográfico”, siguiendo el planteamiento de mi Historia de Jesús. Buen domingo a todos.
Buen fin de semana a todos. Esta postal se sitúa en la línea de la anterior, y responde a algunas cuestiones de los comentaristas, a quienes agradezco su colaboración. Pensando en ellos he preparado lo que sigue.
(En la imagen: Jesús en asno y Mahoma en camella se acercan a Jeerusalén, donde les espera el judío: ¿para abrazarles a los dos? ¿para compartir con ellos la herencia de Dios y de la tierra? ¿para llevarles a Gaza y al Califato de Isis para ver la forma de arreglar algo?)
Texto base de Marcos 8, 27-33
(a. Quién dicen) 27 Y salieron Jesús y sus discípulos hacia las aldeas de Cesárea de Filipo y por el camino les preguntó: )Quién dice la gente que soy yo?28 Ellos le contestaron: Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que uno de los profetas.
(b. Y vosotros). 29 El siguió preguntándoles: Y vosotros, )quién decís que soy yo? Pedro le respondió: Tú eres el Cristo.30 Y les prohibió terminantemente que hablaran a nadie acerca de él.(c. Jesús). 31 Y empezó a enseñarles que el Hijo del hombre debía padecer mucho, que sería rechazado por los presbíteros, los sumos sacerdotes y escribas; que lo matarían, y a los tres días resucitaría. 32 Les hablaba con toda claridad.
(c. Pedro y Jesús) Entonces Pedro lo tomó aparte y se puso a increparlo. 33 Pero él se volvió y, mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: ¡Apártate de mí, Satanás!, porque no piensas las cosas de Dios, sino las de los hombres.
Texto recreado por Mateo 16, 13-24
Introducción
13 Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a
sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?»
14 Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros,
que Jeremías o uno de los profetas.»
15 Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?»
16 Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.»
Inciso petrino
17 Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de
Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que
está en los cielos.
18 Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.
19 A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la
tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará
desatado en los cielos.»
Se retoma el texto de Marcos
20 Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que él era
el Cristo. 21 Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él
debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos
sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día.
22 Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo: «¡Lejos
de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!»
23 Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás!
¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino
los de los hombres! 24 Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.
((Dejo para otro día el inciso petrino, que es a todas luces posterior, aunque importantísimo. Hoy trato sólo de la decisión de Jesús, comparándole con Muhammad)
1. Tema de fondo: Jesús reformula y trasforma el proyecto davídico,
como habían querido hacer los macabeos (hacia el 170/160 a. C.), pero en un sentido muy distinto. Los macabeos, sin apelar directamente a David, se habían alzado contra la “contaminación” del helenismo y de los judíos que lo apoyaban. Pensaron que la “opción griega” iba en contra de la elección israelita y quisieron rechazarla por la guerra. De esa forma propusieron una respuesta limitada (partidista), dictada por la violencia, como aquella que intentarán algunos años después de Jesús los celotas (el 67-70 d. C.).
Pues bien, a diferencia de macabeos y celotas, Jesús recrea la respuesta davídica de trasformación a través de la entrega personal sin violencia externa, como gesto de amor activo que puede “convertir” a los otros a través de la propia conversión y entrega, sin combatirles por la fuerza, en un plano más alto de unidad, sin imponerse por la fuerza sobre los hombres. Ésa ha sido la lógica de los itinerantes de Galilea, que culmina ahora, cuando Jesús llega a Jerusalén, como pretendiente davídico, para quedar en manos en manos de aquellos que pueden recibirle o rechazarle, en la “ciudad de las promesas de Dios”.
La estrategia de Jesús se entiende así en línea de amor activo y kenótico, pues sólo el que ama queda (se atreve a quedar) en manos de aquellos a quienes ama, sin buscar seguridades, sin trazar estrategias de lucha violenta. En un sentido, el amante no calcula, no mide, no quiere defenderse, pero en otro se siente capaz de “curar” (es decir, de sanar, de cambiar) a los mismos en cuyas manos se entrega. Por eso, la finalidad de Jesús cuando sube a Jerusalén y queda (se pone) a merced de las autoridades de Israel no es la de ser derrotado y morir, sino la de trazar una respuesta de amor, queriendo que los israelitas (y el resto de los hombres) puedan ser amorosamente trasformados. Jesús no es un suicida temerario, ni un guerrero violento, sino un hombre convencido del poder transformante del amor, que abraza a los mismos enemigos, como él había dicho en el Sermón de la Montaña.
2. El camino del Hijo del Hombre. Una comparación con Mahoma
Éste ha sido, a mi juicio, el descubrimiento mayor de Jesús: el mismo impulso del Reino de Dios le lleva a subir a Jerusalén, para quedarse allí en manos de las autoridades de Israel, ofreciéndose a sí mismo y ofreciendo su mensaje de Reino. Ésta ha sido la opción suprema de su vida, una opción que Marcos ha situado en Cesárea de Felipe y que nosotros hemos entendido desde el fondo de las tradiciones de la Biblia. En este contexto acepta ya abiertamente el título Mesías (Hijo de David), que él había rechazado o silenciado en un primer momento, presentándose como profeta y/o Hijo de Hombre. Por otra parte, todo lo que se aplica a Jesús puede aplicarse a sus discípulos/amigos, con quienes realiza un camino de Reino: no sube a Jerusalén para separarse de otros hombres sino para descubrir y recorrer con ellos un camino mesiánico que ahora precisamos, en relación al de Mahoma.
(((Cf. G. Theissen, El Movimiento de Jesús, Sígueme, Salamanca 2005, 96-97. En este contexto se entiende la diferencia entre Jesús y Mahoma, que marca en su raíz las dos grandes religiones monoteístas. (1) Llegado el momento decisivo, Mahoma abandonó el camino de del fracaso, pensando que Dios se expresa en la victoria social y religiosa. (2) Jesús, en cambio, descubrió la presencia de Dios en la misma derrota, al servicio del amor. He desarrollado el tema en Globalización y monoteísmo. Moisés, Jesús, Mahoma, Verbo Divino, Estella 2002. Cf. también: A. Aya, El Secreto de Muhammad, Kairós, Barcelona 2006; J. Kuschel, Discordia en la casa de Abrahán. Lo que separa y lo que une a judíos, cristianos y musulmanes, EVD, Estella 1996; M. Lings, Muhammad. Su vida, basada en las fuentes más antiguas, Hiperión, Madrid 1989; W. E. Phipps, ¿Con Jesús o con Mahoma?, Acento, Madrid 2001))).
Mahoma conoció e interpretó certeramente la experiencia y novedad de Jesús quien, a su juicio, no supo (o no quiso) subir a Jerusalén para triunfar, imponiendo de esa forma el Reino, sino que fracasó en su capital, dejándose matar, sin conseguir lo que pretendía. Pues bien, como profeta y mensajero definitivo de la voluntad triunfadora de Dios, Mahoma estaba convencido de que él debía triunfar para establecer su comunidad de sometidos (‘Umma). Por eso, en el momento del riesgo, cuando vio que podían matarle, planeó y cumplió una estrategia humanamente acertada: hizo que algunos de sus discípulos se refugiaran en Etiopía (hacia el 615 d. C.) y después, rompiendo los lazos tribales y sacrales que le unían con la Meca, “emigró” con la mayoría de sus seguidores a Yatrib/Medina, algunos de cuyos habitantes le habían llamado, fundando allí la comunidad de los liberados (Hégira, año 622).
Como era lógico, tuvo que luchar contra la Meca y, tras ocho años de dificultades y padecimientos, logró volver victorioso, el año 630, para ofrecer e imponer en su ciudad (centrada en la Caaba, un santuario vinculado a la memoria de Abrahán) un equilibrio social que, a su juicio, se fundaba en Dios, logrando el sometimiento de la mayoría de sus habitantes. Murió a los dos años (632), tras haber culminado su tarea, expandiendo e imponiendo el Islam (sumisión a Dios) con palabra y ejemplo, pero también por las armas, en un duro esfuerzo de conquista y liberación.
Mahoma entró en la Meca al mando del ejército de los sometidos a Dios para establecer su “ley”, la voluntad de Dios, sobre el conjunto de la población.
3. La novedad permanente de Jesús
Jesús, en cambio, quiso entrar sin armas en Jerusalén, poniéndose por amor en manos de sus autoridades, dejándose matar por aquellos que creían en el Dios de la ley y el orden, no en la gracia. Sabía bien que su camino de amor (su anuncio y entrega) podía suponerle la muerte y la aceptó, por amor. No se echó atrás, no se escondió en su aldea, esperando tiempos más propicios. Tampoco quiso reclutar soldados revolucionarios para iniciar con ellos una marcha popular, subiendo a conquistar Jerusalén, en una guerra que actualmente pudiéramos decir que era “justa”. Superando ese nivel de “justicia”, Jesús estaba convencido de que el Reino es gracia y no puede instaurarse sólo por justicia. Por eso, no emigró o se refugió en algún oasis de seguridad, como Mahoma en Yatrib (Medina), sino que asumió el posible fracaso como camino de Dios (cf. Mc 8, 31; 9, 31; 10, 32-34).
((La estrategia de fuerza que parece haber propuesto Pedro en Mc 8, 27-33 (quizás más cercana a Mahoma) parece más fácil. Lo difícil es lo de Jesús: ponerse en manos de aquellos que pueden matarle, para así “vencerlos” (vencer a la muerte). Jesús no ha ocultado su camino, no ha llevado a sus discí¬pulos a ciegas (a la fuerza), de manera que ellos han podido traicionarle, negarle, abandonarle. Tenía una estrategia y la ha seguido, pero ella dependía no sólo de sí mismo y de la ayuda de Dios, sino también de la respuesta de los hombres. Los héroes de la tragedia griega eran “actores”: no podían decidir y cambiar su papel o destino, sino sufrirlo, es decir, interpretarlo en lucidez altiva. Mahoma y sus compañeros eran estrategas político-militares, con una intensa inspiración religiosa, y así planearon un camino y pudieron recorrerlo. Jesús no era trágico ni estratega político, sino un hombre de Reino, alguien que actúa en libertad de amor, amorosamente, sin imponer su proyecto. Por eso han podido matarle y le han matado)).
Nada de lo que sucedió en la pasión de Jesús era “necesario” en sentido externo, nada estaba previamente escrito como imposición. Judíos y romanos, Judas y Pedro, autorida¬des y discípulos conservaron su propia iniciativa al negar o condenar a Jesús. Públicamente había pregonado la llegada de Reino y había decidido subir a Jerusalén, rodeado por unos discípulos que aceptaban y asumían “críticamente” su función de mensajero escatológico de Dios.
Los discípulos de Mahoma estaban seguros de su profeta y en conjunto le siguieron y lucharon con él por conquistar la Meca. Por el contrario, los discípulos de Jesús confiaban también en él, pero manteniendo su propia autonomía (su deseo de triunfo), de manera que en el momento decisivo pudieron “abandonarle”, siguiendo otro camino. Sólo Jesús asumía claramente la posibilidad de su fracaso e incluso de su muerte, aunque aún no estaba decidido lo que sucedería (pues ello dependía de la forma en respondieran los habitantes de Jerusalén).
((El riesgo de Jesús. En ese contexto podemos hablar de la solidaridad de Jesús, que se apoya por amor en discípulos poco fiables, y de su sabia ignorancia, que deja en manos de Dios la decisión final del Reino, pues así lo exige su “conocimiento” de la vida, como indican los anuncios de pasión (Mc 8, 31-32; 9, 30-32; 10, 32-34), que transmiten una experiencia antigua, aunque reformu¬lada tras la pas¬cua. Esta sabia ignorancia de Jesús seguirá definiendo el desarrollo posterior de este libro, que aquí situamos a la luz de un Dios que también “ignora por amor”, sabiendo que el amor triunfará al final, pero dejando en manos de los hombres la marcha de la historia. En esta línea se entienden las densas palabras finales de un libro de A. Geshé, donde Dios aparece “conociéndose a sí mismo” en los hombres; éste es el Dios que no puede imponerse desde fuera, ni imponer su mesianismo, sino que se busca a sí mismo y descubre su misterio caminando con los hombres. «Pero si Dios es de algún modo un poco enigma para sí mismo, ¿no será por esta razón por la que él tiene necesidad de comprenderse en nosotros? ¿No será este, como puede verse en el Pórtico de Chartres, uno de los sentidos de la creación y de la encarnación? Dios aparece allí revolviendo los cabellos de Adán, al mismo tiempo que está buscando la manera de descifrar en ese Adán los rasgos de su propio Verbo, que un día se encarnará. ¿No será quizá ésta una de las respuestas al Cur Deus homo, al “por qué se ha hecho Dios hombre” de san Anselmo? Dios viene a proponer al hombre una cuestión, para comprenderse a sí mismo. “Si vosotros no me confesáis [si yo no me comprendo gracias a vosotros] yo no existo”, dice el Talmud. Cuando vosotros me confesáis [cuando yo me comprenda en vosotros], entonces yo soy. “En el momento en que el alma realiza su confesión ante la faz de Dios, y en el momento en que ella reconoce y atestigua así el ser de Dios, sólo en ese momento adquiere Dios también realidad . Según eso, también el hombre revelaría a Dios, e incluso le revelaría a él mismo» (cf. de A. Geshé, El sentido, Sígueme, Salamanca 2004, 197). Eso significa que ni Dios tiene las cosas resueltas desde fuera, por arriba, sino que camina en amor con su Cristo.
4. Sigue la comparación entre Jesús y Mahoma
Pero sigamos con la comparación. Jesús vino de la periferia de Israel (Galilea) y “subió” al centro (Jerusalén) para ofrece su alternativa de gracia, su proyecto de Reino, que es vinculación de amor entre los hombres. No tuvo que salir primero en una especie de Hégira o retirada estratégica, como la de Mahoma, pues él no había empezado su tarea en la capital sino en la periferia, de donde vino a Jerusalén para anunciar la caída de su templo elitista y para promover un movimiento universal de comunión (de amor mutuo), desde los más pobres, sin necesidad de templo. No vino a enseñar teorías interiores, pero tampoco a conquistar el Reino con armas, sino a proponerlo en amor, quedándose sin armas en manos de los hombres.
Mahoma tampoco quería un Reino puramente interior (aunque destacó el valor y la necesidad de someterse a Dios), sino que “impuso” de algún modo un “reino social” o comunitaria, una “umma” de sometidos a Dios, dispuestos a extender su modelo de sumisión al mundo entero.
En esa línea, a diferencia de Jesús, Mahoma “tomó” por la fuerza el “templo” (la Caaba de la Meca) y la “purificó” de la idolatría, para convertirla en santuario o mezquita universal para todas las naciones de creyentes. Por eso, los musulmanes siguen teniendo un “santuario” central, vinculado a la memoria de Abrahán y de Mahoma y van a peregrinar allí, para adorar a Dios, una vez en la vida (si pueden).
Por el contrario, los cristianos ya no veneran a Dios de un modo especial ni en Jerusalén ni en Garicim o en la Meca, sino “en espíritu y verdad” (cf. Jn 4, 20-21). Como seguiremos viendo, Jesús no purifico el templo para que siguiera siendo templo externa, sino para que los fieles lo abandonaran (había cumplido su función) y descubrieran a Dios en el evangelio
Después de casi XVII siglos de interpretación “ontológica” de Jesús, motivada por el “genio” griego, el estudio de la Biblia vuelve a situarnos en el lugar donde nos dejaron los relatos de la historia de Jesús. Eso nos permite plantear de nuevo el tema del origen del cristianismo, en diálogo con el Islam (y las otras grandes religiones). En el comienzo del diálogo entre cristianos y musulmanes debe ponerse otra vez la vida histórica de Jesús, tal como se encuentra atestiguada por los evangelios. En este campo resulta esencial la forma distinta en que cristianos y musulmanes interpretan el “sentido” sagrado de Jerusalén y de la Meca. El hecho de que los cristianos no tengan “alquibla” (ni hacia Jerusalén, ni hacia la Meca) sigue siendo ejemplar.
Desde ese fondo se entiende la dificultad que Jesús tuvo para comunicar a los discípulos lo que él entendía y quería sobre el Reino. Ciertamente, quiso que compartieran su camino, aunque ellos apenas lograron entenderlo, como ha puesto de relieve el evangelio de Marcos, cuando interpreta a Jesús desde el trasfondo de la incomprensión y rechazo constante de sus discípulos, que resultan cada vez más incapaces de entenderle y de seguir, hasta que al fe le abandonan (con la excepción paradójica de las mujeres de Mc 15, 40-41.47 y 16, 1-8, como veremos en el capítulo siguiente). Este “fracaso” no depende sólo (ni principalmente) de la cobardía de los discípulos, sino del mismo carácter del Reino, que rompe las expectativas y claves de la historia anterior.
5. Una disonancia
El evangelio muestra así una especie de disonancia entre Jesús y sus discípulos, una incomprensión creciente, que se encuentra también motivada por el hecho de que ni siquiera Jesús podía saber y describir externamente la manera en que iban a desarrollarse los acontecimientos. Ciertamente, él tenía un plan, vinculado a la “entrega” evangélica de su vida y, según ella, no podía subir a Jerusalén como soldado, para imponerse por la fuerza, sino que debía y quería hacerlo como amigo (representante y portavoz de un Reino de amigos), para quedar en manos de las “autoridades de Israel” (como los itinerantes quedaban en manos de los más acomodados). Tenía un plan de amor, pero su desarrollo dependía de la respuesta de los responsables de Jerusalén (y de sus mismos discípulos, que le seguían de manera libre, conservando su propia iniciativa).
Jesús no podía compartir la estrategia de los sacerdotes de Jerusalén y de los políticos de Roma, pues ella se situaba en el plano de la racionalidad social y política, es decir, de “juicio” o talión: de medios y fines, es decir, de intereses. Pues bien, Jesús se ha mantenido por encima de ese plano, de manera que hemos podido presentarle como una “mutación” en línea de humanidad: ha renunciado a la violencia, es decir, a la “política”, entendida en forma de cálculo razonado (de medios a fines) en el que intervienen factores de violencia militar o social, para actuar simplemente “por amor”, quedando así en manos de aquellos a quienes venía a ofrecer su mensaje amoroso de Reino.
Ciertamente, él confiaba en Dios, en la presencia de un poder de gratuidad, a quien llama Padre y a quien pide que “venga tu Reino”. De esa forma expresó su fe en un Poder de Salvación que no actúa desde fuera, interrumpiendo el orden de la lógica social, sino que se revela en la misma libertad de los hombres que actúan y toman decisiones. Lógicamente, él debe poner su destino en manos del Dios que actúa a través de una historia humana, en la que influyen las autoridades de Jerusalén y sus mismos discípulos.
Ciertamente, no se puede suponer sin más que esos discípulos habían entendido a Jesús de una manera del todo equivocada; más aún, parece que ellos no quisieron ser violentos en línea militar (no eran celotas), pero deseaban que el proyecto de Jesús triunfara; no estaban dispuestos a verle “fracasar”, quedando en manos de las autoridades. Por su parte, las autoridades de Jerusalén tampoco eran violentas, en un sentido perverso, pero estaban dispuestas a defender su parcela de poder y no podían aceptar a un hombre como Jesús, que lo rechazaba. Por eso le mataron, como seguiremos viendo .
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