“Meditación sobre el selfie”, por Pedro Miguel Lamet
Daring Lee Thompson,selfie en el Cristo Redentor en Rio de Janeiro.
Leído en el el blog de Pedro Miguel Lamet, El alegre cansancio:
El selfie se ha puesto de moda. Se trata de disparar una autofoto, generalmente con la cámara delantera del móvil, para incluirse en paisaje de fondo y divulgarla por la red. Los selfies pueden resultar peligrosos si se realizan en situaciones comprometidas, como hemos comprobado en noticias recientes: un matrimonio polaco que se despeña por el cabo de Roca en Portugal, otra familia que cae al apoyarse en una balaustrada insegura en Sitges, gentes que sufren accidentes al hacerse el selfies conduciendo al subirse en un vagón de mercancías y en otras situaciones comprometidas.
La autofoto es una manifestación más del protagonismo mediático del que somos víctimas. Se trata a toda costa y nunca mejor dicho de “salir en la foto” y alcanzar popularidad sea entre los amigos de las redes sociales, sea en una grabación para youtube.
Lo que resulta preocupante es lo que hay detrás. Cuando los aficionados a la fotografía recorrimos cualquier parte del mundo con nuestra cámara acuestas, nuestra intención suele ser o bien documental –traernos a casa imágenes que hemos saboreado- o bien artística, la degustación del arte fotográfico, que no deja ser una interpretación de la realidad a través de la selección de un encuadre, un enfoque, una modificación del diafragma, la velocidad, etc. O bien otro te hace una foto solo o en grupo en un determinado entorno,
Aquí cambia la filosofía: YO soy el fotógrafo y YO soy el objeto de la fotografía. Es como un brote más de una sociedad narcisista que quiere convertir el YO en el eje del universo. Nada tiene de malo hacerse un selfie, como otra actividad lúdica más y como consecuencia de los avances tecnológicos y las mejoras introducidas en los teléfonos inteligentes. El buen autoretrato a veces ha sido un acto de humildad de grandes pintores y fotógrafos. Lo grave es lo que puede revelar sociológicamente: la obsesión por el protagonismo y la sacralización del yo, la necesidad de poner nuestro sello, en este caso nuestra cara en todo.
Todos los caminos auténticos de espiritualidad comienzan por una pérdida del yo, una renuncia a mí mismo, no para negarnos como personas, sino, por el contrario, para crecer al recuperar nuestra verdadera identidad en la totalidad. Cuando yo me pierdo, me encuentro, cuando mi yo disminuye, descubro que formo parte de algo mayor, que pertenezco a Dios. Es verdad que hay muchas maneras más sutiles de hacerse selfies: el de la vedette, el actor o el autor famoso, la bella mujer que quiere hacerse el centro de todo, el ejecutivo, magnate o incluso padre de familia que necesita la adoración y el reconocimiento continuo de sus semejantes, el blogero con más visitas… La renuncia a sí mismo de Jesús no es un ejercicio de masoquismo sino una manera más profunda de realización.
En fin esta pequeña meditación me ha sugerido la creciente moda del selfie. Cuando muera, no podré hacerme más selfies. Quedarán sí cada vez más viejas y pálidas fotos mías. Pero mi fe me dice que para entonces habré descubierto mi verdadero rostro no corruptible en el infinito rostro de Dios.
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