“Edith Stein, constructora de humanidad”, por Gema Juan OCD
Sin dejar de mirar los terribles sucesos bélicos en Israel/Palestina, en Irak, en África… continuamos presentando el perfil de Edith Stein, esta vez desde el blog Juntos Andemos:
Entre Alemania y Polonia, entre judaísmo y cristianismo, entre la razón y la fe. En medio de estas aparentes contradicciones surge la figura de una mujer que aporta luz, ideas y alma para enfrentarse a algunas crisis actuales. Se trata de Edith Stein —Teresa Benedicta de la Cruz, cuando empiece su vida de carmelita descalza.
Una mujer que surge a caballo entre tantas cosas, capaz de armonizar las diferencias y de convivir en medio de ellas, que elige un camino de unificación y reconciliación con todo… una mujer así, puede ser un referente y significar algo útil y positivo para la sociedad. Seguramente por eso, entre otras cosas, fue nombrada compatrona de Europa.
Edith aprendió a implicarse en el mundo en que vivía. De joven, le gustaba estudiar historia y en su Autobiografía escribió: «No era en mí un simple sumergirme romántico en el pasado; iba unido estrechamente a una participación apasionada en los sucesos políticos del presente, como historia que se está haciendo».
Así explicaba que había nacido en ella «una extraordinaria y fuerte conciencia de responsabilidad social, un sentimiento a favor de la solidaridad de todos los hombres, pero también de las comunidades pequeñas». Muy pronto, Edith comprendió cómo se participaba en la construcción del mundo: a través de la responsabilidad y la solidaridad.
Y no como impulsos sin dirección, sino educando la fuerza interior. Por ello, dedicó muchísima energía a formar esa conciencia. No hay más que asomarse al ingente trabajo de investigación que realizó, junto a su tarea como conferenciante y educadora.
Pocos años después de la muerte de Edith en los campos de exterminio nazi, algunos países europeos echaron a andar una experiencia nueva. Buscaban conservar la paz, tras la última gran guerra que se había vivido, también pretendían lograr fuerza comercial y política a nivel continental y, a la vez, desarrollo y prosperidad.
La historia de esa Europa Unida ha crecido y dado fruto y, en los últimos tiempos, se ha tambaleado estrepitosamente. En última instancia –aquí no podemos realizar un análisis más profundo y extenso– al imponerse la economía como fuerza vectora de todo, ha quedado sumergida la verdadera política y el interés común. Y aquella Gran solidaridad –uno de los puntos de arranque de la historia compartida– se ha transformado en una Gran desigualdad.
Como dicen algunos expertos: «El proyecto europeo requiere unos ciudadanos identificados con sus valores y dispuestos a defenderlos». Y al hablar de esos valores, citan la reconciliación, la renuncia al resentimiento y la solidaridad. También, un modo de «complicidad» a niveles estatales, de forma que las redes creadas sean realmente eficaces.
En esa identificación, Edith aparece como un modelo de integración: propone una armonía real, que suma lo posible, participa en lo diferente y cuida lo más frágil. Se presenta como un faro que ilumina, que lanza señales para asumir, personal y colectivamente, lo que permite seguir creando una historia compartida en la que, para ir adelante, no haya que dejar cada vez más personas atrás.
Edith habla de una «responsabilidad recíproca» para formar comunidad, en cualquier nivel que esta se dé. Pero insistirá en la identificación particular, y en la necesidad de vincularse y asumir compromisos —algo que hace valer para individuos y estados.
Su lema de juventud era: «Estamos en el mundo para servir a la humanidad». Con esa u otra formulación, ese fue el ideal de su vida. Para ella se trataba de servir y hacerlo hasta las últimas consecuencias. Antes, había comprendido las muchas formas de servir que existen y se preocupó de formar las conciencias para el compromiso social más auténtico.
Partía de la idea de que los seres humanos no existen aislados, «su vida es vida en común» y la relación con los demás no es un añadido al propio ser sino que «pertenece a la estructura misma del hombre» —así lo enseñaba en su curso «Estructura de la persona humana».
Entender así al ser humano es una clave que determina cualquier empresa común. Desde ahí, se puede trabajar por la reconciliación y el no-resentimiento que, en definitiva, es la renuncia a la exclusión, propiciada por la diferencia racial, económica o por cualquier otra razón.
Edith veía la solidaridad como un camino muy amplio en el que cada quien debía encontrar su manera de servir: «En una comunidad estrecha, por ejemplo en la familia» o poniendo «todas sus capacidades al servicio de su pueblo» o, tal vez, saliendo «hacia otros pueblos».
También ella encontró su lugar, caminando «al lado del Redentor» y descubriendo en ello una «fuerza liberadora… un camino en la luz». Decía que, a veces, cuando Dios llama, parece apartar a una persona de la comunidad humana, pero explicaba que «desde el orden de la redención [una vida así] puede ser fecunda para la humanidad».
Por eso escribió que «el criterio último del valor de un hombre no es qué aporta a una comunidad –a la familia, al pueblo, a la humanidad– sino si responde o no a la llamada de Dios». Porque esa respuesta será siempre una respuesta de amor, una respuesta fecunda para construir familia, comunidad, Europa… para construir humanidad.
https://www.youtube.com/watch?v=OqEtID-kArE
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La séptima Morada, película sobre Edith Dtein, video 1 de 8 en Youtube
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