Leído en la página web de Redes Cristianas:
He metido dos entregas entre el primer punto que escribí y el que debía de ser el segundo, es decir éste. Pero vuelvo a acometer mi plan. Y escribiré, con esa metodología que me ayuda a ser claro, corto y sintético. Ahí va:
Los santos. Es verdad de que en la Iglesia de Roma comenzó el culto a los mártires. Pero era, además de comprensible, una ayuda en el fervor para asumir los riesgos que el mero hecho de ser cristiano conllevaba. Los enterramientos en las catacumbas servían, literalmente, de mesas más que sacrificiales, pues el sacrificio ya se había consumado en el anfiteatro, o en cualquier rincón o encrucijada. Se trataba, más bien, de mesas eucarísticas, es decir, de una gozosa acción de gracias por hermanos miembros de la comunidad que había ganado la palma y el laurel del martirio. Una manera muy entrañable, de tener en cuenta, como hacemos nosotros, a sus queridos, y venerados, difuntos.
El problema surge con el paso de la fe a la religión. Insisto en este punto, y pienso, y no quiero desistir, en iniciar una cruzada para denunciar la traición que hemos hecho, en la Iglesia, a los fundamentos bíblicos, tanto del Antiguo (AT), como del Nuevo Testamento (NT). Y como esto sucede a partir del siglo IV, cuando la Iglesia abandona la clandestinidad y va adquiriendo, poco a poco, pero demasiado rápidamente, un status social, que se va convirtiendo, con mucha más celeridad de lo deseable, en un apreciable, apreciado, y buscado, status político. Que nadie se asuste, ni se extrañe, de que relacione la aparición del culto, en mi opinión, excesivo, de los santos, con el nuevo status político de los jerarcas de la Iglesia. La búsqueda del poder, como suele pasar, hizo valer la cláusula de que el fin justifica los medios.
De cómo contentar a los conversos. Los cristianos fueron pedagógicos, e intentaron acomodar su calendario litúrgico, a las costumbres de los miles, millones, de paganos, convertidos, en poquísimo tiempo, pero sin una catequesis ni siquiera mínima, a la praxis litúrgica y vivencial de la Iglesia. Ésta no podía, ni iba a aceptar de ninguna manera, ídolos, ni diosecillos, pero el culto a los mártires derivó en la veneración más general a los que después reconocimos como “santos”. He buscado información no teológica, sino histórica, del culto a los santos, y no la he encontrado. O, por lo menos, no me ha parecido de fiar. Como tampoco me convencen los argumentos que ciertas publicaciones, o instituciones, eclesiásticas, ofrecen, con sus distinciones de hiperdulía, dulía, y otras palabrejas, para ocultar que lo que más fulmina la Sagrada Escritura es todo tipo de idolatría, y que culto, culto de verdad, solo a Dios.
Los santos como intercesores. No es preciso hacer un depurado estudio del NT, sino solo una atenta lectura, para entender que el único intercesor verdadero, y válido, es el que tiene acceso a los dos puntos interesados en la intercesión: el divino, como concesionario de un favor, y el humano, como peticionario. Y el único que tiene ese acceso a los dos lados, -por eso es “pontífice”, (el que tiende un puente)- es Jesús. Me gustaría ver la reacción de San Pablo ante tanto intercesor como le hemos añadido al Señor Jesús
Las especialidades de los santos. Claro que este departamento no lo reconoce oficialmente la jerarquía de la Iglesia. Que San Blas sea especialista en afecciones de garganta, o San Antonio de Padua experto en encontrar las cosas perdidas, o en procurar un novio/a majo, o que haya imágenes muy, regular, poco, o muy poco, milagrosas, etc., etc., la jerarquía no lo enseña, ni lo reconoce, (oficialmente), pero ¡tampoco lo reprueba o condena! Ni pregunta, -que yo sepa nunca lo ha hecho-, y a vosotros, ¿Quién os ha dicho o asegurado esas especialidades? ¿De dónde las habéis sacado?
La relación de los fieles de la Iglesia peregrina con l0s de la Iglesia triunfante. Uno de los argumentos más peregrinos favorables a esta relación es que, así como San Pablo escribe a los Romanos: (15, 30) “Ruegos hermanos que me ayudéis con vuestras oraciones”. Y Santiago dice: “Orad los unos por los otros para que os salvéis”. (5. 16), ¿por qué no nos vamos a encomendar a las oraciones de los bienaventurados? Que alguien pueda, seriamente, echar mano de esta argumentación, es, no solo gratuito bíblicamente, sino demencial. ¿Quién o dónde se asegura que los miembros de la Iglesia triunfante se pueden relacionar con nosotros, y pueden escuchar nuestras súplicas, y presentarlas a Dios?
Porque Jesús está presente entre nosotros “realmente”, y, por lo menos yo, no pediré el enchufe de ningún santo si mi amigo de verdad, con el que tengo confianza, el que es mi confidente, y sé que está a mi lado, y, además, y esto sí que es decisivo, es el dueño de todo el cotarro, es mi amigo y hermano mayor, y dio la cara por mí, y murió por mí: Jesús. (No me extraña lo que me decía, en Brasil, un pastor metodista: “Vosotros, los católicos, con la Virgen y tanto santo, escondéis a Jesús”).
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Dos notas a mi artículo de ayer. Necesarias por olvido
Ayer olvidé dos aspectos muy importantes, y muy esclarecedores, en el asunto que nos ocupa. Así que pondré en dos notas breves y sencillas esos dos temas, que me parecen, por lo menos interesantes. El primero, mucho más que el segundo.
Solo Dios es Santo. Esto ya lo he tratado y repetido varias veces. Pero considero el punto, y el matiz, fundamental en toda reflexión sobre los santos, su culto, su intercesión, su poder y su actuación en la vida de los fieles. Cuando proclamamos de algún ser humano la santidad estamos cometiendo, de alguna manera, una usurpación. La Santidad es el atributo divino por antonomasia, “stricto sensu”, lo que quiere decir que Dios es Santo porque es Dios, y al revés, es Dios porque es Santo. Así como podemos imaginar otros atributos, siempre imaginar, no afirmar apodícticamente, que dependen de alguna manera de su voluntad, -Dios es misericordioso porque quiere, es creador porque un día decidió serlo, es compasivo con sus criaturas porque así le gusta ser, etc. -, Dios es Santo porque esa es su esencia, su naturaleza, su razón de ser. Por eso mismo es tan difícil no solo definir, sino tan sólo describir la Santidad. Pero podemos dar alguna pista:
La santidad no es una realidad moral o ética: éstas son posteriores al comportamiento, uno es moral por las acciones que hace, o inmoral por las faltas que comete. La santidad es previa, también en las personas: somos santos porque Dios nos concede participar de su Santidad por nuestra incorporación a Cristo en el Bautismo. Y esa santidad la demostraremos después por coherencia con nuestra nueva condición de elevados a la vida sobrenatural, a la Gracia, al ADN, como me gusta decir, de Dios. Pero no seremos santos porque cumplimos los mandamientos, que son un hito de moralidad que cualquier ser humano puede alcanzar, sino por ser, y así obrar y sacar a la luz, participantes de la radical originalidad de Dios, y de su soberana distinción de todos los demás seres.
Por eso no nos deja de extrañar la beatificación o canonización basadas en “virtudes heroicas”. Desde que estudiaba Teología opino así, y veía, lo digo con temor y temblor, la contradicción de los decretos de beatificación o canonización con los conceptos y postulados bastante diáfanos que a parecen en las Sagradas Escrituras. Que, por cierto, respetaron y cumplieron los cristianos que se jugaban la vida por el mero hechos de serlo: cristianos; es decir, los de la Iglesia primitiva, hasta la salida de las catacumbas. ¿Alguien se imagina a San Pablo participando, o tan siquiera escuchando sin protestar airadamente, uno de esos decretos? Las virtudes heroicas producirán un héroe, no un Santo.
La contaminación del dinero. Es triste tener que decirlo, pero es la verdad. Las religiones, con sus santuarios, sus dioses, sus departamentos especializados, acaban siendo un fructuoso negocio económico. Que lo nieguen, si no, fenómenos como Santiago de Compostela, Lourdes, Fátima, Aparecida, Guadalupe, Santa Gema, y otros muchísimos que no cito. Los fieles, mal aleccionados, consideran que los santos o vírgenes de su devoción serán más receptivos a sus preces si las adoban con buenos donativos. Así como en el tráfico y guerra de reliquias en la Edad Media se escondía un sentido pagano y supersticioso de los recuerdos de los santos, el negocio con los mismos fomentó el mantenimiento y el aumento del santoral. Eso por un lado, y por otro, los emolumentos que según todas las lenguas, malas y buenas, hay que proporcionar al Vaticano en las causas de los Santos. Y si no es así, no se preocupan nada de dar pistas equivocadas. ¿Por qué instituciones, institutos y congregaciones religiosas poderosos/as económicamente han conseguido tantas elevaciones a los altares de miembros de los mismos sin ningún tirón popular fuera de su ámbito religioso? Que nadie se me enoje, como bellamente dicen nuestros hermanos latino- americanos. Pero he querido dejar bien claras estas dos notas porque opino que servirán para entender mejor el asunto que he tratado en los dos últimos artículos, sobre el culto a los Santos.
Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara
Imagen: Anthony Gayton
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