Dom 13.07.14. Para que viendo no vean. Las líneas “torcidas” de Dios
Del blog de Xabier Pikaza:
Dom 15 tiempo ordinario A. El evangelio de este domingo es la gran parábola del sembrador, según la versión de Mateo 13,1-23, tomada con pequeños retoques de Mc 4.
No voy a comentar ahora la parábola en sí (Mt 13, 1-9), ni la explicación alegórica posterior (Mt 13, 18-23), sino las palabras centrales del juicio de Jesús sobre aquellos que “viendo no ven” (Mt 13, 10-17), palabras que han sido y siguen siendo una piedra de tropiezo para investigadores y de gran alegría para los auténticos cristianos. ¡Si los “grandes del mundo” comprendieran el evangelio de Jesús y siguieran siendo así “grandes”, sin cambiar, el evangelio sería falso!
Por eso es bueno que los grandes como tales no entiendan…, pues no entienden nada de verdad, viven de la pura mentira, son encarnación de un tipo de ideología diabólica
Esas palabras (tomada de un texto enigmático de Is 6) parten de un hecho y quiere dar una explicación doble, que yo ampliaré, primero con un pequeño comentario y luego con otro más extenso:
a. El hecho es que Jesús ha proclamado su mensaje en parábolas que quieren ser accesibles a todos, y ha ofrecido su vida como don o regalo de Dios, también para todos. Pero muchos no lo han acogido y escuchado. Éste es el primer escándalo del evangelio.
b. La primera explicación está en la línea del evangelio del domingo anterior (Mt 11, 25-30), donde Jesús distinguía entre los nepioi/pequeños que entienden el misterio y los sabios/prudentes que no lo entienden, pues se ciegan a sí mismos. No quieren ver lo que está claro, prefieren su ceguera. Éste es el escándalo antiguo, es el escándalo moderno: Muchos prefieren no ver.
c. La segunda explicación nos lleva al misterio de Dios: Ha sido y es en el fondo bueno que los “grandes” de este mundo “no entiendan”, porque no quieren entender (no quieran ver, no quieran oír), porque defienden una verdad previa, centrada en ellos mismos (en su poder, en su ventaja personal, en su dinero…). Ellos contribuyen de esa forma al misterio de Dios, que ama y perdona gratuitamente, y que ofrece a los hombres un camino de salvación desde los más pequeños (que los más pequeños acogen y entienden). Evidentemente, los que sólo se buscan a sí mismos no pueden entender el Evangelio.
d. Comentario personal breve. Éste es el problema mayor de nuestro tiempo. Dios habla claramente, pero los “grandes” de este mundo prefieren equivocarse, se ciegan a sí mismos, caminan a la muerte. Hay un tipo de política y de economía que no puede entender el evangelio, porque no quiere escuchar, no quiere convertirse. Hay un tipo de iglesia del poder que tampoco quiere ni puede entender el evangelio.
e. Comentario personal extenso… Será de tipo exegético, vendrá después del texto, que presento según la traducción litúrgica, que podría y debería ser precisada. Pero para nuestro fin ni vale así.
El tema es éste: Es muy doloroso, pero es también muy bueno, que muchos no puedan (no quieran) entender el evangelio, porque sólo se buscan a sí mismos. Saben quizá cosas extrañas y difíciles (de política, de economía, de religión…), pero se buscan a sí mismos, no se dejan transformar por el Dios de Jesús, que es el Dios de la pureza de corazón, del amor a los más pobres.
Texto. Mt 13, 10-17
Se le acercaron los discípulos y le preguntaron: “¿Por qué les hablas en parábolas?” Él les contestó: “A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender.
Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: “Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure.”
¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.
Comentario ampliado
Fuera del grupo verdadero de Jesús quedan “los otros”, que no entienden porque no “quieren dejarse transformar”. De esa manera la misma parábola (palabra) divide a los hombres:
— La palabra de Jesús funda la comunión de los que escuchan bien, de los que se dejan transformar por ella. Jesús ofrece su palabra al ancho mundo (siembra en toda tierra)…
— Jesús ofrece su palabra a todos, pero algunos (por razones diversas) no la acogen ni desean vivir conforme a ella, quedando de esa forma fuera de su comunicación (y/o comunidad). La distinción que él acepta es entre aquellos que escuchan/acogen (los que viven según la Palabra) y aquellos que no escuchan ni acogen (sino que viven a nivel de superficie, entre puros signos externos, sin que la parábola se haga palabra verdadera).
A fin de que mirando miren y no vean…
Sólo aquellos que se sitúan dentro (los seguidores de Jesús) son capaces de entender las parábolas, porque en ellas no se trata de aceptar un argumento racionalista, sino de iniciar un estilo de vida, en la línea del ver, del escuchar y del convertirse o transformarse. Desde ese fondo podemos trazar una línea de surgimiento eclesial que va llevando de la palabra como semilla sembrada en toda tierra a la palabra compartida de la comunidad cristiana. En ese contexto se añade que los de fuera “mirando no ven y oyendo no entienden”, a diferencia de los discípulos que acogen la palabra y se vinculan, para formar la comunidad del Reino.
Posiblemente, en esa afirmación (al hablar de los que ven y entienden) hay un toque de ironía porque, conforme a todo lo que sigue, tampoco los discípulos (los Doce y los del corro) comprenden a Jesús (a quien abandonan al fin de su vida). Pero es una ironía que nos sitúa ante una experiencia necesaria y enigmática (escandalosa), que recoge e ilumina desde una nueva situación cristiana la palabra profética más honda y más dura de Is 6, 9-10, que tanto ha influido en el comienzo de la Iglesia: «Embota el corazón de ese pueblo, endurece sus oídos, ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni entienda con su corazón, ni se convierta y le cure…» (Is 6, 10; cf. Mt 13, 10-17 par; Hech 28, 26-27).
En la línea de Isaías
Ciertamente, Jesús y todos los judíos saben que Dios ha hablado a los israelitas (y a los hombres y mujeres en general), por medio de Isaías, para que “le oigan”, para que entiendan, se conviertan y cambien… Pero ellos se han endurecido, como ha venido aprendiendo el profeta a lo largo de su ministerio: no han querido ver, han embotado su corazón, han rechazado la conversión. Así lo formula Isaías, de manera provocativa, atribuyendo ese endurecimiento al mismo Dios que le dice: «Háblales de forma que tu misma palabra sea convierta para ellos en causa de rechazo…». Lo que debía ser signo y principio de salvación se ha vuelto principio de condena.
Sin embargo, el mismo Isaías sabe que ese rechazo es en el fondo providencial, pues lo mejor que le puede pasar a este pueblo es que sea destruido, que se acabe ya y termine, porque sólo así puede haber esperanza de futuro, creación de un nuevo pueblo.
— Eso significa que en el fondo de la destrucción del antiguo Israel, incluso allí donde esa destrucción se entienda de un modo total (sólo queda una massebah, tronco seco, ídolo execrable) sigue habiendo esperanza. Esa palabra de destrucción (de tala profética) forma parte de una historia creadora, de forma que Isaías (el conjunto de la Escritura) sabe que la misma ruina y rechazo del pueblo se encuentra al servicio de la obra más alta de Dios, que empieza allí donde los viejos caminos de los hombres fracasan.
— Lo mejor que le puede pasar a nuestra cultura capitalista pura, contraria al bien de los pobres, es que se acabe, se destruya. Esta parábola de Jesús nos sitúa ante la bendición de la destrucción… Lo mejor que le puede pasar a un sistema inhumano es que acabe, se destruya (como sabe y dice el Apocalipsis).
((Por eso, el profeta añade y pregunta a Dios: «¿Hasta cuándo, Señor?» y Dios responde: «Hasta que las ciudades queden desoladas… y talado el bosque… y sólo quede un tronco o tocón», que parece seco (una massebah) que puede entenderse como “simiente execrable” o como “semilla santa”, capaz de convertirse en principio de nuevo pueblo (pues ambas cosas puede significar zerah qadosh; cf. Is 6, 12-13). He estudiado el tema en Dios judío, Dios cristiano, Verbo Divino, Estella 1996, 142-167. Cf. G. del Olmo, Vocación de líder en el antiguo Israel, Univ. Pontificia, Salamanca 1973, 235-262; R. Knierim, The Vocation of Isaiah: VT 18 (1968) 47-68; O. H. Steck, Bermenkungen zu Jesaja 6: BZ 16 (1972) 188-206; M. Buber, La fede dei profeti, Marietti, Casale Mo 1983, 125-153; E. Eichrodt, Teología del AT I, Cristiandad, Madrid 1975, 307-356.
Este pasaje de Isaías ha recibido interpretaciones y matices distintos a lo largo de su tradición textual y exegética. (a) El TM indica lo que he dicho arriba, de un modo provocativo: Dios mismo endurece el corazón de los israelitas, para que no vean, situándonos, por tanto, ante un tipo de predestinación teológica. (b) La versión griega (LXX) atribuye la responsabilidad al pueblo de Israel: no es Dios el que endurece al pueblo, sino que el mismo pueblo se endurece y no escucha a Dios. (c) Las versiones arameas (Targum) del tiempo de Jesús tienden a interpretar el texto de un modo “condicional”: a no ser que se conviertan (o a fin de que se conviertan).
En el fondo, esas tres versiones reflejan un mismo problema teológico (que está presente en todo el camino que va de de Isaías a Pablo, tal como aquí lo ha recogido Marcos). Pienso que su texto es básicamente fiel al TM, de manera que, en sentido estricto, es Dios quien “endurece” a los de fuera, para que no se conviertan (en un sentido), pero de tal forma que esa “falta de escucha-comprensión” está al servicio de otra comprensión más alta, que puede ser y será universal Para una visión de conjunto del tema, sigue siendo fundamental J. Gnilka, Die Verstockung Israels. Isaias 6, 9-10 in der Theologie der Synoptiker, SThANT 3, München 1961)).
Cita de Mateo
En ese contexto ha de entenderse esta cita de Mateo que acude una vez más a Isaías, sabiendo que el evangelio de Jesús es palabra de perdón y salvación universal, semilla de Dios en toda tierra. Ciertamente, sabe y dice también que aquellos que rechazan la semilla corren el riesgo de perderse, cometiendo el pecado contra el Espíritu Santo (cf. 3, 28-29); pero ese mismo pecado y rechazo contribuirá a la manifestación más alta de Dios. Sin “condena” (muerte) de este pueblo no puede surgir el verdadero Pueblo de Dios
Mateo retoma un motivo central de Is 6, 9-13, para hacernos pensar sobre la situación de aquellos que no han querido entender la palabra de Dios que es Jesús. (a) En un primer sentido, el texto nos sitúa, sin duda, ante el pecado “libre” de unos hombres que se niegan a “entender”, porque prefieren su “mentira” a la verdad de Dios. (b) Pero, en otro sentido, de un modo paradójico, conforme a una visión apocalíptica extendida en su entorno, Marcos presenta esa ceguera como efecto de una “predestinación” (una voluntad) de Dios, que ha cegado y cerrado los oídos de algunos, “para que no se conviertan” (mêpote epistrepsôsin, 4, 13) y sean perdonarles (aphethê autois, en pasivo divino).
¿Para que no se conviertan…? El misterio de Israel. Este pasaje nos sitúa ante la paradoja del Reino.
‒ Por una parte, Jesús ha venido para abrir ojos y oídos a ciegos y sordos (cf. Mt 11, 2-4), es decir, para proclamar la conversión (metanoia: 1-14-15).
‒ En contra de eso, aquí parece que Dios quiere cerrar los ojos y tapar los oídos de un tipo de hombres, de manera no se conviertan (con epistrephô, que aparece ya en Is 6, 10 LXX, como traducción de hebreo clásico, shub, que significa convertirse). Es como si el Dios de este pasaje (¡que es el Dios de Jesús!) se opusiera al Jesús que conocemos por el evangelio y no quisiera que unos hombres vieran, oyeran y se convirtieran.
Éste es el misterio del Reino (mysterion tês basileias tou theou), la novedad escatológica del evangelio, sobre la que Pablo había reflexionado de un modo sangrante y riquísimo en Rom 9-11:
Dios actúa, por un lado, como fuente de salvación universal; pero, al mismo tiempo, él puede aparecer como causante de la “condena” (es decir, la incredulidad) de Israel (al menos por un tiempo: cf. Rom 11, 30-31). Ciertamente, la “culpa” por no entender es de los hombres que no quieren ver/oír/convertirse. Pero, al mismo tiempo, en el fondo de ella hay una voluntad misteriosa de Dios, que ha decidido ese rechazo (esta ceguera/sordera y falta de conversión) para lograr, sin duda, algo más hondo, como Pablo afirma triunfante en Rom 11, 25-36 (cf. 8, 31-39), hablando también del mystêrion o gran secreto de Dios.
En la cumbre de su misión, hacia el 58 d.C., Pablo identifica el mystêrion de Dios con la pôrôsis o endurecimiento de gran parte de Israel, que rechaza el evangelio, para añadir que esa pôrôsis será temporal, hasta que los gentiles vengan al Reino, de manera que entonces, al final, todo Israel será salvado (Rom 11, 25-26). El mismo Dios ha cegado (endurecido) por un tiempo a los judíos, para que los gentiles tengan ocasión de “venir” y al fin se salven todos. En contra de lo que parecían anunciar los profetas, el conjunto de los judíos no se ha convertido, sino que ha rechazado a su Mesías. Pues bien, ese rechazo que, por una parte, es inmensamente doloroso, resulta por otra providencial. El hecho de que el conjunto del judaísmo no haya aceptado al Mesías no es un mal, sino un bien más alto, pues permite la “conversión” de los gentiles. En ese mismo fondo se entiende Nuestro pasaje de Marcos: «A vosotros se os ha dado a conocer el mystêrion del Reino de los cielos, pero a los demás…». Se trata del mismo mystêrion de Pablo: el conjunto de Israel no ha “entendido” (aceptado) el evangelio, de manera que las parábolas que en sí debían ser luz se han vuelto enigma, oscuridad incomprensible. Pues bien, esa ceguera, que por un lado es dolorosa, es luminosa en un plano más alto, pues permite y exige la misión universal del evangelio.
Un misterio de libertad, un riesgo de muerte
Ningún pasaje más apropiado para expresar este mystêrion provocador que Is 6, 9-10, un texto que, pudiendo entenderse como expresión de condena contra los judíos que no aceptan a Jesús, acaba teniendo un sentido muy positivo para ellos.
‒ Sin duda, en un plano, aquellos judíos (y judeo-cristianos) que no acogen el evangelio universal del Jesús de Marcos son responsables, han rechazado a su Cristo.
‒ Pero al mismo tiempo, su rechazo tiene un carácter providencial, pues ha sido motivado por Dios (¡que ciega, cierra los oídos…!), para que se cumpla de esa forma su plan (misterio), que se identifica con el mismo camino de Jesús, que será rechazado por el conjunto del pueblo de Israel y condenado a muerte, como seguiré indicando el evangelio de Mateo.
Por eso, la ceguera/sordera/infidelidad de los hombres (y más en concreto de los representantes del judaísmo oficial) forma parte del “misterio” de Dios, es decir, de la salvación de los hombres a través de la cruz del Cristo. En este “misterio” se anuncia y anticipa todo el evangelio de Marcos: el rechazo del “judaísmo oficial” con la muerte del Mesías judío pertenece, según eso, al plan de salvación de Dios. No es que Jesús lo haya querido como fin (ni siquiera Dios), pero Dios lo ha querido como medio, a través de la muerte de Jesús, él convertirá ese rechazo, en principio de salvación para los hombres (e indirectamente para los mismos judíos).
De esa forma se vinculan el abismo insondable de la libertad de Dios que elige a los que quiere (cf. Rom 11, 8), y el enigma de la libertad del hombre, que no puede ser forzado desde fuera. No se entiende mejor el evangelio allí donde se aprenden más teorías, sino allí donde se acoge su palabra, es decir, allí donde hay un hombre que se deja transformar en libertad por el libre amor de Dios en Cristo. Si no pudiera haber rechazo no habría tampoco siembra de evangelio. Así ha querido decirlo Mc 4, 10-12, reinterpretando de un modo emocional y duro las palabras abismales de Is 6, 9-10, sabiendo que el mismo Dios “endurece” (¡Dios se ha revelado por Jesús, suscitando el rechazo de muchos!), pero no para endurecerles sin más (¡puro sadismo!), sino para abrir una puerta más honda y más extensa de salvación, en la que caben los gentiles.
Mateo formula así un aspecto “esotérico” (escondido) de la enseñanza de Jesús, que los de fuera no pueden entender, pues ella les parece una locura. Sólo aquellos que están dentro (en su camino de amor), comprenden estas cosas (el sentido de la cruz) que para los de fuera carecen de sentido. Mirado así el evangelio no puede tomarse como verdad neutral o teoría abstracta que todos pueden entender, sino como un misterio que sólo acogen/entienden los comprometidos, dejando que les transforme y convierta.
En esta línea, para el evangelio sólo existe una parábola: la palabra de la vida de Jesús, que es aquel que “se siembra” a sí mismo, que se comparte como pan (cf. multiplicaciones y relato eucarístico) y se entrega hasta la muerte .Ésta es la parábola más exotérica (es para todos, abierta, como siembra en toda tierra). Pero al mismo tiempo, es muy esotérica, pues quienes no se dejan fecundar por ella quedan como estaban, no la entienden. Incluso los discípulos de Jesús serán incapaces de entenderla, rechazando al final a Jesús, de manera que deben ver de nuevo a Jesús, como dice el joven de la pascua a las mujeres en 16, 1-8. Éste es el mystêrion apocalíptico: Dios ha querido (ha debido) realizar la salvación de un modo “oculto”, a través de un mesías derrotado y condenado a muerte (1 Cor 2, 1).
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