La homofobia del Cardenal
El mundo se mueve a favor de la igualación de derechos para la diversidad de preferencias sexuales. Varios países y estados del continente han legalizado los matrimonios de homosexuales y tomado medidas para prevenir las discriminaciones. Otros se preparan para hacerlo.
De manera que nos encaminamos hacia situaciones en que los homosexuales y toda la diversidad de preferencias que de esta condición se derivan, tendrán acceso legal a constituir familias. Y eso es bueno para todos y todas, y no sólo para los beneficiados directos, pues el reconocimiento de la diversidad y la tolerancia ante las diferencias nos hace más completos. La homosexualidad no es una enfermedad, ni una desviación, sino una preferencia sexual. En cambio, la homofobia si lo es: es una reacción morbosa y agresiva ante lo diferente, que en ocasiones esconde una inseguridad ante la propia identidad.
De todo esto no se ha enterado la jerarquía católica dominicana. Ni siquiera se ha enterado de las posiciones algo más flexibles que ha planteado públicamente el papa Francisco. Y por ello la prensa nos ha traído las nuevas reacciones que hacia los matrimonios de homosexuales han explayado tres figuras de la conferencia episcopal encabezados por el impresentable cardenal López Rodríguez.
Siguiendo su innata vocación para enrolarse en las causas negativas, el Cardenal aparece recordando que el mito de la creación se basa en una mujer y un hombre, no en dos personas del mismo sexo. Lo cual resulta una vulgaridad que tiene poco que ver con lo que discutimos. Y de cualquier manera el Cardenal debe ser más cuidadoso en el recordatorio de los mitos fundacionales del cristianismo, basados en la idea de una iglesia pobre, humilde y ligada a la suerte de los desposeídos, justo lo opuesto a la estirpe oligárquica y la arrogancia del Cardenal y de la mayoría del alto clero dominicano. No son los homosexuales quienes niegan los valores cristianos, sino los curas racistas, homofóbicos, antifemeninos, xenófobos y elitistas como López Rodríguez.
Y aún concediendo al Cardenal que tiene derecho a proclamar los valores que quiera desde su iglesia –y que corresponde a los católicos resolver ese asunto, que yo no lo soy- existe una aporía mortal en lo que este señor proclama.
Según López Rodríguez “…legitimar eso de matrimonios de homosexuales me parece que es algo salvaje y yo estoy radicalmente en contra de eso“. Salvaje es una palabra fuerte. Y curiosamente no fue la que empleó cuando le tocó explicar las preferencias sexuales del nuncio pedófilo que el mismo apañó mediante declaraciones públicas ambiguas y falaces. Cuando, acicateado por el escándalo, el cardenal López Rodríguez se refirió por primera vez al asunto del nuncio pedófilo calificó sus crímenes de “travesuras”. No lo dijo en una cena privada, sino en televisión.
Lo que el exnuncio prefería sexualmente y saciaba miserablemente con niños pobres en las calles de la ciudad sí es una “desviación”, “una salvajada” y una “aberración” (para usar otras perlas contra los homosexuales de los obispos de Higuey y de Barahona), pues daña a otras personas, a niños, cuyas vidas se verán marcadas traumáticamente por el contacto con ese cerdo con sotanas. Pero no es simplemente un pecado, sino un delito. El exnuncio no es un travieso, ni un desviado a secas, sino un criminal impune. Como también pudieran ser criminales –ojalá un día los abogados hablen- quienes lo apañaron y disfrazaron sus crímenes de “travesuras”.
El Cardenal siempre ha estado listo para participar en “salvajadas” e ilegalidades. Recordemos, por ejemplo, sus apoyos militantes a la resolución del TC para despojar de su nacionalidad a cientos de miles de dominicanos de origen haitiano y convertirlos en cadáveres civiles incapaces de aprovechar las magras oportunidades que la vida les ofrece. Como salvajada ha sido la militancia del cardenal contra el derecho de las mujeres al aborto, siquiera en condiciones de necesidad terapéutica. Un atentado atroz contra las mujeres pobres, pues las ricas tienen todas las oportunidades de pagar por los abortos en condiciones de total seguridad médica, en el país o en el extranjero.
Y otras muchas, porque si en algo no se ha equivocado el Cardenal y la mayor parte de la alta jerarquía católica del país, ha sido en eso de colocarse en el lado oscuro de la vida. Del lado de todo lo salvaje, lo aborrecible y lo desviado que nos impide despegar como sociedad y creer que a pesar del Cardenal, los católicos dominicanos tienen derecho a una iglesia decente, y todos a un futuro mejor.
Fuente 7 Días
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