Sagrado Corazón, la última de las grandes devociones católicas
Del blog de Xabier Pikaza:
Hoy (27.06.14) celebra la Iglesia Católica la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, la última de las “grandes imágenes”, que ha dominado la piedad de grandes sectores cristianos desde el siglo XVII hasta la actualidad.
Es una fiesta que no tiene relieve antiguo, pues no forma parte del despliegue de la liturgia, centrada en el ciclo pascual (y en el de Navidad), pero que se ha ido extendiendo en el mundo católico como expresión de la humanidad de Jesús y de su cercanía afectiva, en un momento en que él había perdido muchos signos de humanidad y se había convertido en signo alejado de la vida, en línea sacral.
Gracias al Sagrado Corazón de Jesús, entronizado en mil casa, colocado en la puerta de millones de hogares, se ha mantenido firme la experiencia y tarea de la humanidad de Jesús, la vinculación del Evangelio con la vida concreta, con el amor y la familia, con la Presencia Providente de Dios.
Los que tenemos ya cierta edad, en todo el mundo católico, sentimos como nuestra esta imagen y esta fiesta. Por eso nos parece esencial el recordarla.
Esta fiesta, que ha sido central en la Iglesia católica hasta hace unos decenios, ha tenido y tiene una gran importancia, porque ha permitido vincular a los cristianos con el Jesús real, un Jesús hombre “querido”, al que se puede amar y rezar (a pesar de que muchas veces ha tomado formas afectadas, en el mal sentido de la palabra).
Con esta ocasión he querido situar esta devoción historia de la iglesia en los últimos siglos. Dejamos al Cristo Pantocrator de la Iglesia clásico de Oriente y Occidente, como Señor del mundo… y dejamos al Jesús Crucificado, que ha marcado la vida de la Iglesia occidental desde la edad media. Al lado de esas imágenes podemos recordar otras que han influido también en la piedad católica, desembocando en el Sagrado Corazón.
(Buen día del Sagrado Corazón a todos sus devotos).
A. DEVOCIONES A CRISTO, EN LA LÍNEA DEL CORAZÓN
1. Cristo Esposo del alma, contemplación de amor.
Esta visión ha sido más desarrollada por mujeres, pero también por varones, al menos desde la Edad Media. Tiene raíces bíblicas, pues el mismo Nuevo Testamento presenta a Jesús como esposo (en una tradición múltiple, presente en Mt y Lc, en Pablo y Juan), siguiendo una experiencia muy honda de los profetas del amor de Dios.
En esta línea, la verdadera experiencia carismática cristiana (monacal) tendría la forma de enamoramiento místico y mesiánico con Jesús, quien viene a presentarse como encarnación personal del amor de Dios, tal como lo han puesto de relieve varias santas medievales y, de un modo especial, los contemplativos del Carmelo (Teresa de Jesús, Juan de la Cruz). Conforme a esta visión, Jesús sería aquel que ha venido a enseñar a los hombres el amor más profundo, tal como está simbolizado por el Cantar de los Cantares.
La vida cristiana sería básica mente una escuela de amor. En un sentido externo, la iglesia necesita ministros de tipo jerárquico e instituciones sociales bien organizadas, pero en el fondo, eso termina siendo secundario. Lo que define a los cristianos es la experiencia íntima de amor, vivida de forma personal, por cada creyente, varón o mujer. En esta línea, el religioso puede decir “ya no guardo ganado, que ya sólo en servir es mi ejercicio”. Los religiosos cristianos no tienen “nada que nacer”, ya no aparecen “en el ejido del mundo”, en el lugar de los negocios y tareas sociales… Simplemente son testigos del amor de Jesús (del amor de Dios).
Esta no es una línea exclusivamente cristiana, sino que puede encontrarse en ciertas formas de monacato hindú y budista y, sobre todo, en la experiencia mística de los grandes sufíes musulmanes, que ha desarrollado formas de contemplación cercanas a la vida religiosa cristiana. El celibato aparece así como expresión del enamoramiento supremo, que ha marcado la experiencia cristiana más honda.
– Valor: Cristo, Esposo del alma. En esta línea, Cristo aparece como el Gran Amigo, como el Esposo del alma, es decir, como aquel que nos permite vivir en plenitud de amor. La vida religiosa tendría como tarea fundamental la de enseñar a amar, la de crear ESCUELAS DE AMOR, al servicio del despliegue total de la persona.
– Riesgo. Pueden olvidarse otros aspectos del Cristo, vinculados a la vida social en el mundo, a la paternidad-maternidad, a la obra social y a la misión universal de la iglesia, al servicio del Reino de Dios y de los más pobres..
Esta experiencia aparece también en otras religiosas (hinduismo, budismo), pero sólo el cristianismo ha podido desarrollarla de una de forma consecuente. En esta perspectiva se sitúa un tipo de vida religiosa, especialmente femenina, que ha encontrado en Jesús al esposo cercano, al amigo del alma, en amor crucificado y abierto a la resurrección. Esta experiencia sigue abierta en la actualidad y, siempre que no degenere en formalismos o ritualismos, puede convertirse en uno de los elementos más importantes de la misión cristiana en el futuro.
2. Gran Capitán, Buen Caballero. Cristo Rey
Siguiendo modelos medievales de entrega, al servicio de la gran tarea de la conquista cristiana del mundo, partiendo de San Bernardo, se ha puesto de relieve la visión de un Cristo que dirige a los “buenos soldados” en la empresa de organizar y sacralizar el mundo bajo su reinado. Ciertamente, este Jesús no suele llevar espada (la espada la llevan San Miguel y San Jorge, Santiago y los reyes canonizados), pero capitanea, como portador de la Bandera de Dios, la gran lucha en la que se alistan sus soldados, desde los Monjes Militares del siglo XII-XIII, hasta los voluntarios de la Compañía de Jesús y de sus imitaciones y adaptaciones, desde el siglo XVI hasta la actualidad.
–Los monjes soldados… han seguido al Cristo que quiere transformar el mundo con su entrega a favor de los pobres y oprimidos… Pero lo han en formas militares que a veces han chocado con el pacifismo básico del evangelio.
– La forma jesuítica de esta espiritualidad es la que mejor ha configurado gran parte de la tarea misionera de la iglesia en los siglos XVI-XX. Es claro que el Cristo Capitán de la Compañía de Jesús ya no actúa en forma militar, sino en forma de entrega de la vida al servicio del Reino y de la Iglesia. Pero parecen claras las connotaciones de llamada y servicio radical, en obediencia ciega.
Este Cristo, Capitán o Gran Rey, exige soldados que dejan familia y posesiones de este mundo para mejor seguirle. De esta forma, Cristo ya no es un mero profeta, anacoreta, monje, amigos… sino que viene a presentarse como Rey Universal.
‒ Valor. Cristo aparece en ese modelo como un Rey a cuyo servicio quedan liberados los religiosos (o los consagrados), para realizar una tarea más fuerte de extensión del reino, como especialistas al servicio de la misión cristiana.
‒ Riesgo. Interpretar la vida cristiana como algo que hay que hacer, como una tarea en la línea de la efectividad, como si hubiera que cambiar el mundo… Se puede perder el aspecto más contemplativo del Cristo.
En este contexto, el celibato propio de la vida religiosa se entiende como desprendimiento y liberación, al servicio una tarea mesiánica. De esta forma se han interpretado en la Edad Moderna los textos básicos de tipo profético de los evangelios: dejar padre y madre, envío al servicio del evangelio…
El buen soldado ha de estar disponible, negando incluso su vida afectiva privada, para entregarse a la obra de su Señor divino. Esta ha sido, quizá, la mayor aportación cristológica de la modernidad al tema y experiencia del celibato y, conforme a ella, los monjes han tendido a volverse “soldados” del evangelio, liberados para una obra fuerte de Jesús, al servicio de la misión cristiana.
3. Mesías compasivo, hombre para los demás: el servicio humanizador.
Esta línea está vinculada a la anterior y puede tener su origen en los monjes hospitalarios y guerreros de la Edad Media. Pero después se ha desarrollado en una perspectiva diferente, de servicio caritativo, descubriendo y explorando otra faceta de la vida de Jesús: era compasivo, al servicio de los excluidos y oprimidos de su entorno; superó su familia cerrada, de tipo exclusivista, que intentaba encerrarle en una casa (cf. Mc 3, 31-35), pues su verdadera familia eran todos los que cumplen la voluntad de Dios, con el hambriento y sediento, el exilado, enfermo o encarcelado (cf. Mt 25, 31-45). En esta línea se actualizan diversos rasgos de Jesús:
En esta perspectiva del Cristo compasivo se inscriben muchas congregaciones religiosas de la modernidad (entre ellas las Hijas de la Caridad, de santa Luisa de Marillac); para ellas, el celibato significa ante todo ternura compasiva, empatía con los pobres, cercanía y solidaridad respecto de los rechazados de la sociedad. También Buda y otros grandes hombres religiosos han podido cultivar un tipo de compasión semejante, pero se ha desarrollado de un modo especial siguiendo al Cristo. En esta línea, el celibato es libertad y entrega al servicio de los demás.
A veces resulta difícil separar esta perspectiva de la anterior, pues los ministerios de la caridad religiosa se han vinculado con frecuencia con la unidad ministerial de la iglesia. Pero, en principio, son cosas distintas: este Mesías compasivo, liberado para el amor a los hambrientos y encarcelados, desborda los límites y leyes de una Iglesia organizada en torno a sí misma, y no tiene más norte ni signo que el servicio del Reino, es decir, el amor a la humanidad sedienta de amor y de servicio humano.
B. EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. DE SANTA GERTRUDIS A PIO XII
Esta devoción (que en algún sentido recoge el impulso de las anteriores) aparece sobre todo en Francia, impulsada por Santa M. Margarita de Alacoque (1647-1690), y ha sido después promovida de un modo especial por los Jesuitas, y por cientos de congregaciones y grupos religiosos, a lo largo de los siglo XVIII-XX, marcando desde entonces la piedad católica.
Pero más que a Santa M. Margarita quiero aludir, en el principio de esta devoción a Gertrudis la Grande (1265-1301). Ella fue confiada desde niña al monasterio cisterciense de Helfta, en Turingia, donde recibió una educación intensa. A los veinticinco años, una intensa experiencia espiritual le llevó a iniciar una vida contemplación marcada por el entorno celebrativo (litúrgico) y por la importancia que toma en su vida el Sagrado Corazón de Jesús (de Dios). En este contexto litúrgico, tuvo una visión de la Trinidad en la que percibió sobre todo la función mediadora de Cristo y su comunión con el Padre.
1. Santa Gertrudis. Cristo Corazón y la Trinidad de Dios
Gertrudis la santa-teóloga del Dios-Trinidad, que se expresa y revela en el corazón de Jesús. Ésta es su novedad, ésta su experiencia clave: El descubrimiento de que toda la Trinidad se manifiesta en forma de corazón. Ésta es su visión de Jesús-corazón, unido a su Madre-Corazón, como humanidad amada, que eleva su plegaria a Dios:
“Estaba en pie, en presencia de la Trinidad, lleno de juventud y de gracia, como un príncipe florido. Sobre cada uno de sus miembros, él llevaba una flor de tal belleza y de tal resplandor que nada visible o material podrían dar idea de ello. Esto significa que la pequeñez de un hombre no puede ni siquiera acceder a la alabanza inaccesible de la muy excelente Trinidad; por eso, el Cristo Jesús, en su humanidad, en la que se dice que es menor que el Padre, asume nuestro pobre fervor y lo ennoblece en sí mismo, a fin de convertirlo en holocausto digno de la suprema e indivisible Trinidad.
Cuando se entonaban las vísperas, el Hijo de Dios, teniendo en sus manos su Corazón, lleno de benignidad y nobleza, lo presentó, bajo el símbolo de una cítara, a los ojos de la gloriosa Trinidad. Toda la devoción todas las palabras cantadas durante los coros de la fiesta resonaban allí suavemente. Aquellos que salmodiaban sin devoción particular, sino sólo por rutina, o, aún más, por satisfacción puramente humana, no producían más que un sordo murmullo, en los tonos bajos (de la cítara del Corazón de Jesús). Pero aquellos que se dedicaban a cantar devotamente la alabanza de la venerable Trinidad, parecían hacer que resonara en la cítara del Corazón de Jesús una melodía sublime, desde los tonos más suaves hasta las cuerdas más sonoras.
Después, mientras se cantaba la antífona Osculetur me (Béseme: Ct 1, 1), se oyó una voz desde el trono que decía: «Que se aproxima mi Hijo bienamado, en quien yo siempre me he complacido y que me dé un beso infinitamente suave, a mi que soy el objeto de su amor». Y el Hijo de Dios se adelantó entonces, bajo su forma humana, y dio un beso muy suave a la inaccesible divinidad, pues sólo su humanidad muy santa ha merecido estar desposada con la divinidad, a través de un lazo de unión inseparable.
Después, el Hijo de Dios, con mucha dulzura, dijo a la Virgen, su Madre, el cuyo honor se cantaba esta misma antífona: «Venid, vos también, mi dulcísima madre, y recibid mi dulce beso». Y cuando el Seño Jesús hubo dado también a su Bienaventurada Madre este beso extremadamente suave, con gran dulzura y ternura, en cada uno de sus miembros, esta gloriosa Virgen quedó maravillosamente adornada con las mismas flores resplandecientes con las que su Hijo, el Señor, había dignado presentarse, como adornado por las oraciones que se le ofrecían.
Y el Señor Jesús confirió este honor a su Madre, porque ella le había dado su cuerpo humano, cuyos miembros muy santos –aunque ella fuera tan humilde– aparecían adornados de nuestra devoción y de nuestras oraciones. Ella [Gertrudis] comprendió también esto: cada vez que se nombraba a la persona del Hijo en esta fiesta, Dios Padre le testimoniaba su ternura, como a Hijo muy querido, de una forma que no puede ni expresarse, ni tampoco valorarse en lo que vale. Pues bien, esta ternura de Dios glorificaba de forma admirable a la humanidad de Jesucristo. Y gracias a esta glorificación de la humanidad de Cristo, todos los santos adquirían un conocimiento nuevo de la incomprensible Trinidad”. (Santa Margarita, el El Heraldo IV, 41. SCh 255, p. 327-331). Texto tomado en parte de Diccionario de autores cristianos.
Una reflexión moderna. Pio XII Trinidad y Corazón de Dios.
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús (unida a la de Cristo Rey) ha dominado la piedad católica del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX, extendiéndose hasta nuestros días. El teto más significativo sobre esta devoción es uno de Pío XII, la encíclica Haurietis Aquas (25 de Mayo de 1956), donde cita a Gertrudis entre las precursoras (núm 26) y sitúa esta devoción, aunque sólo de pasada en un contexto trinitario, identificando en realidad el Corazón de Jesús el Espíritu Santo, en una línea que podría ser digna de estudio:
23. La misión del Espíritu Santo a los discípulos es la primera y espléndida señal del espléndido amor del Salvador, después de su triunfal ascensión a la diestra del Padre. De hecho, pasados diez días, el Espíritu Paráclito, dado por el Padre celestial, bajó sobre los apóstoles reunidos en el Cenáculo, como Jesús mismo les había prometido en la última cena: Yo rogaré al Padre y él os dará otro consolador para que esté con vosotros eternamente. El Espíritu Paráclito, por ser el Amor mutuo personal por el que el Padre ama al Hijo y el Hijo al Padre, es enviado por ambos, bajo forma de lenguas de fuego, para infundir en el alma de los discípulos la abundancia de la caridad divina y de los demás carismas celestiales. Pero esta infusión de la caridad divina brota también del Corazón de nuestro Salvador, en el cual están encerrados todos los tesoros de la sabiduría y la ciencia.
Esta caridad es, por lo tanto, don del Corazón de Jesús y de su Espíritu. A este común Espíritu del Padre y del Hijo se debe, en primer lugar, el nacimiento de la Iglesia y su propagación admirable en medio de todos los pueblos paganos, dominados hasta entonces por la idolatría, el odio fraterno, la corrupción de costumbres y la violencia.
Esta divina caridad, don preciosísimo del Corazón de Cristo y de su Espíritu, es la que dio a los Apóstoles y a los Mártires la fortaleza para predicar la verdad evangélica y testimoniarla hasta con su sangre; a los Doctores de la Iglesia, aquel ardiente celo por ilustrar y defender la fe católica; a los Confesores, para practicar las más selectas virtudes y realizar las empresas más útiles y admirables, provechosas a la propia santificación y a la salud eterna y temporal de los prójimos; a las Vírgenes, finalmente, para renunciar espontánea y alegremente a los goces de los sentidos, con tal de consagrarse por completo al amor del celestial Esposo.
(Edición virtual en http://www.corazones.org/doc/haurietis_aquas.htm).
CONCLUSIÓN
A partir el Vaticano II está devoción está siendo re-situada y necesita quizá un nuevo impulso bíblico, litúrgico y antropológico.
Hace falta, sin duda, volver al corazón… pero superando algunas formas a veces un podo infantiles y ñoñas que podido tomar esta imagen… Hay que vincular el Corazón de Jesús al Jesús histórico, en su camino de misión en Galilea y Jerusalén.
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