“Ejemplo para tiempos convulsos”, por Gabriel Mª Otalora
ECLESALIA, 03/06/14.-Hay personas que han venido a este mundo para hacer pensar a los demás, a todos los que prefieren que sean otros quienes reflexionen por ellos y a los que no están dispuestos a cuestionar a fondo las ideas que sustentan su existencia. Hay que ver lo remueven y mueven a la reflexión, buscando, todo el día dando vueltas en torno a las verdades de la vida con el mejor corazón y afán de encontrar sincero.
Años atrás, estos temperamentos valientes eran piezas predilectas de las diferentes inquisiciones religiosas y otras más prosaicas. No ha sido el caso de la incansable Simone Weil, buscadora desde una heterodoxia que no le impidió forjarse una vida ejemplar de compromiso con el hermano, arrebatada como estaba por el mensaje de amor de Cristo. No fue ajusticiada ni maltratada por su falta de alineamiento con la Iglesia Católica. Ella batallaba consigo misma para encontrar puntos de conexión entre su fe al amor de Dios en el hermano, a la caridad evangélica alejada de la filantropía, y unirlo todo con los dogmas y prácticas de la Iglesia institución. Se consideraba no marxista y anticapitalista en su lucha incesante del bien, poniendo su praxis por encima de sistemas cerrados que impiden nuevos cauces en los que desarrollar una existencia más solidaria y fraterna.
Fue una persona estudiosa que cuestionó la vida, preguntó, inquirió respuestas, buscó a Dios mientras participaba de su obra en el mundo desde una actitud admirable fruto del riesgo de la fe comprometida que se orienta a la vida de amor proclamado en el Evangelio. Simone Weil se sentía embargada de un sentimiento religioso movido en la inspiración cristiana que le hizo anhelar una comunidad universal y un sincretismo religioso.
Su paso por este mundo fue breve; murió un 24 de agosto de 1943 con apenas 34 años que han supuesto un aldabonazo de autenticidad que le hace seguir de actualidad. Murió de puro compromiso por los demás, sabiendo renunciarse a sí misma por solidaridad. Un año antes de su muerte, escribió una carta dirigida a un religioso en donde recoge todas sus preguntas (nada menos que 35) en medio de una gran tensión vital a caballo entre su apuesta radical por la causa evangélica y algunas cuestiones de la Iglesia Institución que ella necesitaba una explicación, una opinión de contraste desde dentro de la Iglesia que le diese respuestas para incorporarse a la institución eclesial y realizar su testimonio desde dentro. Son 35 preguntas profundas desde la lucidez del creyente y la inteligencia de quien filosofa con lucidez.
Simone Weil incomoda, pero no por los errores dogmáticos o sus lagunas teológicas, por otra parte expuestas con humildad y con el objetivo de buscar síntesis. La incomodidad viene del ejemplo de vida que desarbola cualquier teoría filosófica, teológica o eclesial. Desde fuera de la Iglesia, hizo Iglesia e interpretó el Evangelio más genuino como lo han hecho tantos y tantas inspirados por el Espíritu Santo, aunque hayan vivido embarcados en otra fe o en otras experiencias miles de años antes o después de Jesucristo. No se pueden poner “peros” al que busca honradamente la Verdad y menos si vive su vida conforme a los valores del Reino. Al contrario (Concilio Vaticano II); si estamos abiertos a su autenticidad tenemos una oportunidad de centrar mejor nuestra fe mediante un diálogo abierto y sincero. ¿Cómo alguien de “fuera de la Iglesia” puede enseñarnos algo? Quien así sienta, mejor haría en reflexionar sobre su pendiente conversión… Weil incomoda porque puede ayudarnos a ser más auténticos sin que probablemente podamos oponer a su vivencia radical tantas sacas de amor divino como ella generó hacia sus congéneres.
Quizá porque el religioso que recibió sus preguntas sabía de sus hechos y su postura evangélica, no fue capaz de contestarle. Quien sabe lo que aquél hombre sentiría al leer su extensa reflexión. Supongo que sentiría un desconcierto que lamentablemente se convirtió en falta de valor para recoger el guante entre dos creyentes de camino hacia la razón de sus vidas. El gran Maritain hizo de intermediario, por tanto no fue una carta enviada arrebatadamente al primer dominico que se puso delante. ¿Qué pensaría ella ella de su silencio? No podemos olvidar el tiempo en el que la judía Weil, francesa y profesora de filosofía escribe sus reflexiones: está en medio de la Segunda Guerra Mundial colaborando con la Resistencia en labores burocráticas.
Y expresaba reflexiones como esta: “La caridad y la fe, aunque distintas, son inseparables. (…) Cualquiera que sea capaz de un movimiento de compasión pura hacia un desdichado posee, quizá implícitamente, pero siempre realmente, el amor a Dios y la fe”.
Así sentía esta buena e inquieta mujer, que no dejó de ser una persona que alimentaba su fe con el Nuevo Testamento, los místicos, la liturgia y la celebración de la misa, según su propia confesión. El Espíritu sopla como y donde quiere, sin encasillarse en ningún postulado. En ninguno. Necesitamos más humildad y apertura de miras para aprender del ejemplo, y no de las meras palabras, las apariencias o los prejuicios, dando gracias a Dios por la experiencia de fe que nos ha concedido sin hacer comparaciones con los supuestos voltajes de luz espiritual que ha otorgado a los demás.
Simone Weil me ha hecho reflexionar en oración más que algunos con su ortodoxia.
GABRIEL Mª OTALORA, gabriel.otalora@euskalnet.net
BILBAO (VIZCAYA).
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
Comentarios recientes