“El problema está en la teología”, por José Maria Castillo.
De su blog Teología sin Censura:
El problema capital, y la raíz de los demás problemas que se nos plantean a los católicos en este momento, no está en la reforma de la Curia Vaticana, ni en el cambio de tales o cuáles cargos en el gobierno de la Iglesia, ni en el nombramiento de nuevos obispos con una mentalidad distinta de la que muchos tienen ahora, ni siquiera en que el papa Francisco se mantenga firme en la conducta y en la imagen pública, tan ejemplar en tantas cosas, que estamos viendo en este hombre tan singular, que es el papa Bergoglio. Por supuesto, todo lo que acabo de indicar es importante. Pero nada de eso es lo verdaderamente decisivo.
La Iglesia tiene su origen y su fundamento en Jesús de Nazaret y en su Evangelio. Como es lógico, y esto supuesto, el problema capital de la Iglesia, y la raíz de todos los problemas que la Iglesia tiene que resolver, está en que sea siempre fiel y coherente con su origen y su fundamento. Es decir, que la Iglesia piense como Jesús pensó. Hable como Jesús habló. Y viva como Jesús vivió. Pero resulta que, con el paso de los tiempos, en la Iglesia se han ido elaborando y afirmando una serie de ideas, de normas, ritos y tradiciones a los que se les concede más importancia que al Evangelio. De ahí, que haya tanta gente, que piensa e incluso dice: “Jesús, sí; Iglesia, no”. Que es tanto como afirmar: “Evangelio, sí; Teología, no”.
Es evidente que, mientras este estado de cosas se mantenga, la Iglesia lo tiene difícil. Y los cristianos, más difícil aún. Porque viviremos divididos dentro de nosotros mismos. Y divididos entre nosotros. Organizados y aparentemente unidos con las enseñanzas de unos concilios y unos dogmas que en realidad no nos unen, ni responden a las preocupantes preguntas que mucha gente se hace. En muchas cosas, tenemos una teología que responde a las preguntas que se hicieron las gentes de otros tiempos. Pero que, en este momento, no sólo no nos dicen nada, sino que incluso nos provocan desinterés o incluso fastidio.
Un ejemplo nada más: a mí me fastidia tener que decir en el “Credo”: “Creo en Dios Padre Todopoderoso”. Porque “Todopoderoso” es la traducción del texto original del concilio Nicea, que afirmó su fe en Dios Padre “pantokrator”, el título imperial que se adjudicó la dinastía de los “antoninos” (del 96 al 192). En semejante “dios”, yo no creo. Y como ésta, tantas otras….
Muchas veces pienso en el papa Francisco. Estoy seguro que a él le gustaría ser menos “personaje sagrado” y más “hombre sencillo” y humilde. Esto, por supuesto. Pero el papa Francisco, como seguramente les pasa a muchos obispos, curas, monjas y laicos, se tiene que sentir – también él – partido en su intimidad secreta. Partido, y no sé si roto, por un Evangelio y una Teología que, seguramente, están en su corazón como dos grandes realidades yuxtapuestas, pero no fundidas. Porque es imposible fundirlas. Por eso el papa se ve, seguramente, en la durísima situación de tener que ser fiel a ambas. Él no puede evidentemente modificar el Evangelio. Pero tampoco puede cambiar la Teología, de la noche a la mañana. De ahí, la contradicción de un hombre que es, al mismo tiempo, tan humano, tan sencillo y tan cercano a los más humildes. Pero que, a veces, cuando tiene que hablar como papa y desde la teología establecida, tengo la impresión de que los humildes ya no lo entienden, ni quizá se interesan mucho por lo que les dice. El papa tiene que vivir y hablar de acuerdo con el Evangelio y de acuerdo con la Teología. Pero, ¿puede hacer ambas cosas íntegramente y sin fisuras?
Hermano Papa Francisco, tú fuiste jesuita y yo también. Tú me conoces y yo te conozco. Desde mi modesto y humilde punto de vista, desde lo que veo y oigo a la gente, creo que soy fiel a la realidad si te digo que, en este momento tan duro que estamos viviendo, si en pocos meses has llegado a ser considerado como uno de los hombres más importantes del mundo, semejante importancia sólo se debe a una cosa: tu desconcertante humanidad, tu sencillez y tu bondad. Al decir esto, afirmo, como es lógico, la primacía del Evangelio sobre la Teología. Pero no sólo eso. Además de eso, afirmo también que, por este camino, la Teología se pone al día por sí sola.
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