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Archivo para Domingo, 25 de mayo de 2014

No tengo miedo de nada.

Domingo, 25 de mayo de 2014
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Del blog À Corps… À Coeur:

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“Hay que hacer la guerra más dura, que es la guerra contra uno mismo. Hay que llegar a desarmarse.

Yo he hecho esta guerra durante muchos años. Ha sido terrible. Pero ahora estoy desarmado.

Ya no tengo miedo a nada, ya que el Amor destruye el temor.

Estoy desarmado de la voluntad de tener razón, de justificarme descalificando a los demás. No estoy en guardia, celosamente crispado sobre mis riquezas.

Acojo y comparto. No me aferro a mis ideas ni a mis proyectos.

Si me presentan otros mejores, o ni siquiera mejores sino buenos, los acepto sin pesar. He renunciado a hacer comparaciones. Lo que es bueno, verdadero, real, para mí siempre es lo mejor.

Por eso ya no tengo miedo. Cuando ya no se tiene nada, ya no se tiene temor.

Si nos desarmamos, si nos desposeemos, si nos abrimos al hombre-Dios que hace nuevas todas las cosas, nos da un tiempo nuevo en el que todo es posible.

¡Es la Paz!”

*

Atenágoras I (1886-1972), patriarca de Constantinopla,

*

(en: OLIVIER CLÉMENT, Dialogues avec le Patriarche Athénagoras I, Éd. Fayard, Paris 1969, p.183. Traducido y ofrecido por Xavier Melloni, en Cetr.)

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“El Espíritu de la Verdad”. 25 de mayo de 2014. 6 Pascua (A). Juan 14, 15-21.

Domingo, 25 de mayo de 2014
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28-PascuaA6 cerezoJesús se está despidiendo de sus discípulos. Los ve tristes y abatidos. Pronto no lo tendrán con él. ¿Quién podrá llenar su vacío? Hasta ahora ha sido él quien ha cuidado de ellos, los ha defendido de los escribas y fariseos, ha sostenido su fe débil y vacilante, les ha ido descubriendo la verdad de Dios y los ha iniciado en su proyecto humanizador.

Jesús les habla apasionadamente del Espíritu. No los quiere dejar huérfanos. Él mismo pedirá al Padre que no los abandone, que les dé “otro defensor” para que “esté siempre con ellos”. Jesús lo llama “el Espíritu de la verdad”. ¿Qué se esconde en estas palabras de Jesús?

Este “Espíritu de la verdad” no hay que confundirlo con una doctrina. Esta verdad no hay que buscarla en los libros de los teólogos ni en los documentos de la jerarquía. Es algo mucho más profundo. Jesús dice que “vive con nosotros y está en nosotros”. Es aliento, fuerza, luz, amor… que nos llega del misterio último de Dios. Lo hemos de acoger con corazón sencillo y confiado.

Este “Espíritu de la verdad” no nos convierte en “propietarios” de la verdad. No viene para que impongamos a otros nuestra fe ni para que controlemos su ortodoxia. Viene para no dejarnos huérfanos de Jesús, y nos invita a abrirnos a su verdad, escuchando, acogiendo y viviendo su Evangelio.

Este “Espíritu de la verdad” no nos hace tampoco “guardianes” de la verdad, sino testigos. Nuestro quehacer no es disputar, combatir ni derrotar adversarios, sino vivir la verdad del Evangelio y “amar a Jesús guardando sus mandatos”.

Este “Espíritu de la verdad” está en el interior de cada uno de nosotros defendiéndonos de todo lo que nos puede apartar de Jesús. Nos invita abrirnos con sencillez al misterio de un Dios, Amigo de la vida. Quien busca a este Dios con honradez y verdad no está lejos de él. Jesús dijo en cierta ocasión: “Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”. Es cierto.

Este “Espíritu de la verdad” nos invita a vivir en la verdad de Jesús en medio de una sociedad donde con frecuencia a la mentira se le llama estrategia; a la explotación, negocio; a la irresponsabilidad, tolerancia; a la injusticia, orden establecido; a la arbitrariedad, libertad; a la falta de respeto, sinceridad…

¿Qué sentido puede tener la Iglesia de Jesús si dejamos que se pierda en nuestras comunidades el “Espíritu de la verdad”? ¿Quién podrá salvarla del autoengaño, las desviaciones y la mediocridad generalizada? ¿Quién anunciará la Buena Noticia de Jesús en una sociedad tan necesitada de aliento y esperanza?

José Antonio Pagola

Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
Contribuye a difundir el “Espíritu de la verdad”. Pásalo.

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“Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor”. Domingo 25 de mayo de 2014. 6º Domingo de Pascua.

Domingo, 25 de mayo de 2014
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1398445799_315714_1398446224_album_normalLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 8,5-8.14-17: Les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo
Salmo responsorial: 65: Aclamad al Señor, tierra entera.
1Pedro 3,15-18: Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida
Juan 14,15-21: Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor

La palabra de Felipe, un misionero que lleva el mensaje de Jesús a nuevas fronteras, es escuchada con atención porque hay coherencia entre lo que dice y lo que hace. La palabra y el poder sanador de Felipe son motivo de alegría para la comunidad samaritana. Para que una comunidad se mantenga firme en el evangelio es necesario tener la fuerza y la gracia del Espíritu Santo, algo que solo se logra con la oración, la imposición de las manos como signo de herencia fraterna y el bautismo comprometido con la misión de Jesús. Los discípulos y discípulas de ayer y de hoy tenemos la gracia de haber recibido el Espíritu Santo a través del Bautismo y la imposición de las manos. El Espíritu Santo es el único que puede garantizar el éxito y la eficacia de la misión. Discipulado, Espíritu y misión son las marcas que identifican al misionero de Jesús.

El pasaje de la carta de Pedro insta a la comunidad a ser santos. Una santidad que está siempre ligada al seguimiento y a las consecuencias que esta opción misionera imponga en nuestras vidas.

El Evangelio de Juan nos da la clave del verdadero seguimiento: AMAR. Este amor es el mandamiento que Jesús da a quienes quieran seguirlo. Ser discípulos o discípulas de Jesús implica tener como norma de vida el amor, un amor activo, liberador y eficaz. Ésta es la esencia del Evangelio, éste es el corazón de la vida y la práctica de Jesús, esto es lo que identifica a todos aquellos y aquellas que han asumido su misión.

Jesús teme por el futuro de sus discípulos. Sabe que las fuerzas del mal son poderosas y no escatiman esfuerzos para eliminar a las fuerzas del bien. Reconoce que sus discípulos no tienen todavía la formación y la convicción necesaria para enfrentar estas fuerzas malignas. Por esto, en un gesto de amor profundo, Jesús le pide al Padre que derrame el Espíritu sobre los discípulos de ayer y de hoy, para no dejarnos huérfanos, para que permanezca siempre con nosotros en la continuidad de la misión. Mientras el mundo permanece ciego, el Espíritu permite a los discípulos de Jesús reconocerlo en los hermanos. En el amor a los demás se reconoce el verdadero rostro de Jesús. Sólo el amor, al que somos llamados, es garantía de la presencia de Dios en nosotros y en nuestras comunidades. Si el amor es la clave del seguimiento de Jesús, tendremos que preguntarnos que estamos haciendo en nuestra vida y en nuestras comunidades para impregnar el mundo de amor, un amor que con la fuerza del Espíritu, permita que la verdad, la justicia y la fraternidad sean las huellas del Reino en el mundo de hoy.


La 1ª lectura, tomada del libro de los Hechos, nos presenta a Felipe predicando a los samaritanos en su capital. Es una noticia inusitada si tenemos en cuenta la enemistad tradicional entre judíos y samaritanos, tan presente en los evangelios, en pasajes como la parábola del buen samaritano (Lc 10,29-37), o la conversación de Jesús con la samaritana (Jn 4,1-42) o en otros pasajes más breves (Mt 10,5; Lc 9,51-56; 17,16; Jn 8,48). Los judíos consideraban a los samaritanos como herejes y extranjeros (cfr. 2Re 17,24-41) pues, aunque adoraban al único Dios y vivían de acuerdo con su ley, no querían rendir culto en Jerusalén, ni aceptaban ninguna revelación ni otras normas que las contenidas en el Pentateuco. Los samaritanos pagaban a los judíos con la misma moneda, pues los habían hostigado en los períodos de su poderío y habían llegado a destruir su templo en el monte Garitzín. Por todo esto nos parece sorprendente encontrar a Felipe predicando entre ellos, en su propia capital, y con tanto éxito como sugiere el pasaje que hemos leído, hasta concluir con un hermoso final: que su ciudad, la de los samaritanos, “se llenó de alegría”.

Esta obra evangelizadora que rompe fronteras nacionales, que supera odios y rivalidades ancestrales, provocando en cambio la unidad y la concordia de los creyentes, es obra del Espíritu Santo, como comprueban los apóstoles Pedro y Juan, que con su presencia en Samaria confirman la labor de Felipe. Se trata de una especie de Pentecostés, de venida del Espíritu Santo sobre estos nuevos cristianos procedentes de un grupo tan despreciado por los judíos. Para el Espíritu divino, no hay barreras ni fronteras. Es Espíritu de unidad y de paz.

La 2ª lectura sigue siendo, como en los domingos anteriores, un pasaje de la 1ª carta de Pedro. Escuchamos una exhortación que con frecuencia se nos repite y recuerda: que los cristianos debemos estar dispuestos a «dar razón de nuestra esperanza» a todo el que nos la pida. ¿Por qué creemos, por qué esperamos, por qué nos empeñamos en confiar en la bondad de Dios en medio de los sufrimientos de la existencia, las injusticias y opresiones de la historia? Porque hemos experimentado el amor del Padre, y porque Jesucristo ha padecido por nosotros y por todos, para darnos la posibilidad de llegar a la plenitud de nuestra existencia en Dios. Por esta misma razón el apóstol nos exhorta a mostrarnos pacientes en los sufrimientos, contemplando al que es modelo perfecto para nosotros, a Jesucristo, el justo, el inocente, que en medio del suplicio oraba por sus verdugos y los perdonaba. La breve lectura termina con la mención del Espíritu Santo por cuyo poder Jesucristo fue resucitado de entre los muertos.

A quince días de que termine la cincuentena pascual, la Iglesia comienza a prepararnos para la gran celebración que la concluirá: la de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. La manifestación pública de la Iglesia. Podríamos decir que su inauguración –teológicamente hablando, no históricamente hablando–. En la lectura del evangelio de san Juan, tomada de los discursos de despedida de Jesús que encontramos en los capítulos 13 a 17 de su evangelio, el Señor promete a sus discípulos el envío de un “Paráclito”, un Defensor o Consolador, que no es otro que el Espíritu mismo de Dios, su fuerza y su energía, Espíritu de verdad porque procede de Dios que es la verdad en plenitud, no un concepto, ni una fórmula, sino el mismo Ser Divino que ha dado la existencia a todo cuanto existe y que conduce la historia humana a su plenitud.

Los grandes personajes de la historia permanecen en el recuerdo agradecido de quienes les sobreviven, tal vez en las consecuencias benéficas de sus obras a favor de la humanidad. Cristo permanece en su Iglesia de una manera personal y efectiva: por medio del Espíritu divino que envía sobre los apóstoles y que no deja de alentar a los cristianos a lo largo de los siglos. Por eso puede decirles que no los dejará solos, que volverá con ellos, que por el Espíritu establecerá una comunión de amor entre el Padre, los fieles y El mismo.

El «mundo» (en el lenguaje de Juan) no puede recibir el Espíritu divino. El mundo de la injusticia, de la opresión contra los pobres, de la idolatría del dinero y del poder, de las vanidades de las que tanto nos enorgullecemos a veces los humanos. En ese mundo no puede tener parte Dios, porque Dios es amor, solidaridad, justicia, paz y fraternidad. El Espíritu alienta en quienes se comprometen con estos valores, esos son los discípulos de Jesús.

Esta presencia del Señor resucitado en su comunidad ha de manifestarse en un compromiso efectivo, en una alianza firme, en el cumplimiento de sus mandatos por parte de los discípulos, única forma de hacer efectivo y real el amor que se dice profesar al Señor. No es un regreso al legalismo judío, ni mucho menos. En el evangelio de San Juan ya sabemos que los mandamientos de Jesús se reducen a uno solo, el del amor: amor a Dios, amor entre los hermanos. Amor que se ha de mostrar creativo, operativo, salvífico.

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Dom 25.5.14. Rogaré al Padre, y os dará Consuelo, una Defensa.

Domingo, 25 de mayo de 2014
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espiritu-santo-02Del blog de Xabier Pikaza:

Domingo 6º de Pascua. Juan 14,15-21. El evangelio de Juan viene ofreciendo diversas imágenes de pascua: pastor y puerta, morada de Dios… Hoy nos sitúa ante la promesa y Esperanza del Espíritu Santo, como Paráclito (Defensor/Consolador) de los creyentes.

Yo rogaré al Padre
y os enviará otro Defensor/Consolador
es decir, el “paráclito de Dios”.

La Pascua de Jesús se convierte así en promesa de una presencia más alta: El Espíritu de Dios, como Defensa y Consuelo, eso es el Paráclito en la visión gnóstico/social del Evangelio de Juan:

Consuelo en la tristeza de la vida, en medio de la ausencia inmensa, perdidos en un mundo que parece sin sentido. Ésta es la gnosis, éste el conocimiento: Podemos vivir consolados.

Defensa en medio de la inmensa injusticia de la tierra, traídos y llevados por poderes de muerte… Nadie ni nada podrá destruirnos, pues el Dios de Cristo está en nosotros, el Paráclito.

Ésta es la certeza que sostiene el camino de la historia tantas veces oscura y angustiosa de los hombres. Buen domingo, buena Pascua.

Texto:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos.

Yo rogaré al Padre que os dé otro defensor (=Paráclito), que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad.

El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros.

No os dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros.

El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él

(Juan 14,15-21).

Evangelio de Juan: Catequesis del Espíritu

El evangelio de Juan es una catequesis del Espíritu, como el mismo Jesús dijo a Nicodemo, maestro de Israel, al invitarle a que naciera de nuevo (de lo alto), por obra del Espíritu:

«En verdad te digo, si alguien no nace del agua y del Espíritu
no puede entrar en el reino de Dios» (Jn 2, 5).

Éste es el tema, nacer de nuevo. Ésta es la experiencia: Descubrir que somos y ser hijos de Dios, con Jesús, en el Espíritu.

La religión anterior ha pasado, los montes sagrados y templos, los cultos antiguos. Llega en Jesús la novedad de una adoración gratuita, abierta a todos los hombres, llega el tiempo del Espíritu, la Hora de la Gran Libertad:

«Créeme, mujer: viene la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre… Pero llega la hora y es ésta en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en Verdad; estos son los adoradores que Dios busca: Dios es Espíritu, y quienes le adoran deben adorarle en Espíritu y Verdad» (Jn 4, 21-24).

Los hombres estaban divididos por sacralidades de montes y templos aislados. Ahora han de unirse en el Espíritu y Verdad universal. Eso lo sabían los judíos helenistas (Filón y Sabiduría), pero no habían podido concretarlo. Muchos cristianos posteriores han seguido encerrados en una cultura o ciudad (nación) particular. En contra de eso, Jesús quiere que todos se vinculen por el Espíritu, que brota como río de su seno:

«Esto lo dijo refiriéndose al Espíritu que debían recibir los que creyeran en él; pues todavía no había Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado» (Jn 7, 39).

Jesús resucitado es manantial del Espíritu, que mana hacia todos los humanos (como las aguas del paraíso: Gen 2, 10-14; Ap 22, 1-2). Ésta es la promesa de Dios, ésta es nuestra esperanza:

Jesús pascual, la promesa del Espíritu:

Ésta es la palabra clave: Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor (=Paráclito), que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad.

Desde ese fondo debemos recordar y retomar los textos del Espíritu-Paráclito, como abogado, defensor de los fieles en la prueba (cf. Mc 13, 11 par), intérprete y autoridad de Jesús en la iglesia.

Éstos son los principales, los cuatro grandes textos del Paráclito, es decir, del gran Consuelo

(1) Rogaré al Padre y os dará otro Paráclito, que esté con vosotros para siempre (Jn 14, 16). Ésta es la palabra clave del evangelio de hoy, el primer texto del Paráclito.

Jesús mismo había sido el Paráclito, defensor de sus discípulos. Pero ahora que se va y les deja en plano físico, pide al Padre otro, que sea presencia interior y compañía (no os dejaré huérfanos: 14, 18). Los hombres que están cerrados en el “mundo” viven en un plano de carne, es decir, de lucha mutua, de mentira. La misma realidad se les cierra y aparece como círculo de muerte.

Por el contrario, aquellos que viven iluminados por Jesús (desde la presencia de Dios) reciben la promesa del el Espíritu. Están acompañados. Esta experiencia del Dios que es Compañía es la clave de pascua cristiana.

(2) El Paráclito… os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que os dije, como Maestro interior divino (Jn 14, 26). Éste es el segundo texto del Paráclito:

La iglesia ha corrido a veces el riesgo de entender la verdad como algo impuesto por fuera, resuelto y enseñado desde arriba. Pero Jesús promete a los suyos un magisterio interior. Por eso, los cristianos sólo conocen la autoridad del Espíritu-Paráclito, que interpreta y actualiza a Cristo.

Corremos el riesgo del engaño, de la manipulación de diverso tipo, todos nos engañan. Pues bien, si confiamos en el Cristo (en el Dios que vive dentro de nosotros) tendemos la garantía de la verdad. Ésta es la verdad interna, aquella que alumbra nuestra vida, desde el interior de Dios, que es nuestra luz.

(3) Cuando venga el Paráclito… dará testimonio de mí, y vosotros también daréis testimonio, porque habéis estado conmigo desde el principio (15, 26-27). Éste es el tercer texto del Paráclito.

Jesús no ha prometido un magisterio externo de dogmas y enseñanzas. Tampoco ha dejado una estructura de poder. Su verdad se expresa en la enseñanza interior del Espíritu, que actúa a través al testimonio de los fieles.

Cuando están en riesgo las instituciones, queda y crece ese testimonio. La verdad se expresa así como “testimonio” de vida interior. Tenemos a nuestro lado el Gran Testigo de Dios, que es Jesús. Podemos ser y somos testigos de Dios unos para los otros.

(4) Conviene que yo me vaya, porque si no me fuere, el Paráclito no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré (16, 7). Texto final, la gran promesa.

Una presencia material de Jesús estorbaría, pues él quedaría fuera de la vida de sus fieles. Muchos parecen añorarle así, actuando a través de milagros, apariciones, seguridades exteriores.

Por eso es necesario que Jesús se vaya, que cumpla su tarea, para que sus fieles asuman la verdad en el Espíritu, que es presencia y experiencia interior de Jesús. Por encima de todas las restantes instancias eclesiales, Jesús apela a la Confianza del Espíritu, Paráclito (Abogado y Consolador) de los fieles.

Es Consolador, pues lo buscamos allí donde nuestras tradiciones patriarcales, de seguridad externa, van envejeciendo.
Es Abogado, porque necesitamos defensa en este mundo convulso, en crisis de violencia y muerte.
Es el don pascual de Jesús, que se aparece y habla, dándoles poder de perdonar (=vincular en amor) a todos los humanos: «Dicho esto, alentó sobre ellos y les dijo: recibid el Espíritu Santo» (Jn 20, 22).

Este es el momento clave de la nueva creación, reverso y cumplimiento de Gen 2, 7 (cuando Dios soplaba en la boca de Adán, dándole su aliento).

El Espíritu de Dios se identifica ahora con el Aliento de vida que Jesús nos ofrece, en el momento cumbre de la pascua, cuando alienta y nos ofrece su Espíritu, para que así vivan en gesto de gracia y perdón a todo el mundo.

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Alegría, esperanza, amor. Domingo 6º de Pascua.

Domingo, 25 de mayo de 2014
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jsalvDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Las lecturas continúan las tres situaciones de la iglesia que comenté el domingo pasado.

Iglesia naciente: modelo de una nueva comunidad (Hechos de los apóstoles)

En aquellos días, Felipe bajó a la ciudad de Samaria y predicaba allí a Cristo. El gentío escuchaba con aprobación lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los signos que hacía, y los estaban viendo: de muchos poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se curaban. La ciudad se llenó de alegría.

Cuando los apóstoles, que estaban en Jerusalén, se enteraron de que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan; ellos bajaron hasta allí y oraron por los fieles, para que recibieran el Espíritu Santo; aún no había bajado sobre ninguno, estaban sólo bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.

Tras la institución de los diáconos, Lucas nos cuenta la actividad de uno de ellos, Felipe, en la fundación de la comunidad de Samaria. Esto le sirve para indicar las características que debería tener cualquier nueva comunidad.

1) No debe excluir a nadie. Felipe se dirige a Samaria, la región más despreciada y odiada por un judío.

2) Felipe predica a Cristo. Los misioneros no proponen una filosofía moral ni una ética; su intención primordial no es reformar las costumbres sino dar a conocer a Jesús.

3) La palabra va acompañada de la acción. Lucas la concreta en signos y prodigios semejantes a los que realizaron Jesús y los apóstoles: curación de todo tipo de enfermos.

4) El fruto de esta actividad es que «la ciudad se llenó de alegría». El evangelio no es un mensaje triste.

5) Sólo falta algo que el diácono Felipe no puede dar: el Espíritu Santo. Eso lo concede la oración de los apóstoles Pedro y Juan, que simbolizan al mismo tiempo con su presencia la unión entre la nueva comunidad y la iglesia madre de Jerusalén.

Iglesia sufriente: calumnias y esperanza (1 de Pedro)

Queridos hermanos: Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere; pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia, para que en aquello mismo en que sois calumniados queden confundidos los que denigran vuestra buena conducta en Cristo; que mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal. Porque también Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios. Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida.

La carta de Pedro menciona el tema de las calumnias que sufrían los primeros cristianos. Recuerdo dos de ellas, tomadas de textos de Tertuliano y Minucio Félix.

Se decía que cuando uno iba a incorporarse a la comunidad e iniciarse en los misterios, se tomaba a un niño muy pequeño, se lo recubría por completo de harina y se lo colocaba sobre una mesa. Cuando el neófito entraba en la sala, le ordenaban golpear con fuerza aquella masa. Él lo hacía, pensando que no se trataba de nada grave. Y golpeaba una y otra vez hasta matar al niño. Entonces, todos se lanzaban sobre el niño muerto para lamer su sangre y repartirse sus miembros, sellando de ese modo la alianza con Dios.

Otra acusación era la del incesto. Según ella, los cristianos se reúnen en sus días de fiesta para celebrar un gran banquete. Acuden con sus hijos, hermanas, madres, personas de todo sexo y edad. La sala está iluminada sólo por un candelabro, al que se encuentra atado un perro. Cuando han comido y bebido abundantemente, ya medio borrachos, excitan al perro tirándole trozos de carne a un sitio al que no puede llegar, hasta que el perro tira el candelabro, se apaga la luz, y todos se abrazan al azar y se entregan a la mayor orgía entre hermanos y hermanas.

En este contexto, la carta de Pedro recomienda:

1) Saber dar razón de nuestra esperanza con mansedumbre y respeto. Es decir, saber explicar qué creemos y esperamos, pero sin usar condenas y descalificaciones.

2) Es mejor padecer haciendo el bien que padecer haciendo el mal.

Esta conducta, humanamente tan difícil, sólo se puede conseguir recordando el ejemplo de Jesús que, siendo inocente, murió por los culpables. E igual que él resucitó, también nosotros recibiremos el premio de nuestra paciencia.

Iglesia creyente: «obras son amores» (evangelio de Juan)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él.»

El evangelio, en pocas palabras, reúne temas tan distintos que resulta difícil encontrar un elemento común. No se puede pedir un discurso lógico y ordenado a una persona que se despide de sus seres más queridos poco antes de morir. Destaco tres temas.

1) Este breve fragmento comienza y termina con palabras muy parecidas: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos.» «El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama». Como dice el refrán: «Obras son amores, y no buenas razones».

La relación entre el amor y la observancia de los mandamientos es muy antigua en Israel: se remonta al Deuteronomio, donde amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser, se concreta en la observancia de sus leyes, mandatos y decretos. En el caso de Jesús hay una gran diferencia, sus mandamientos se resumen en uno solo: «Esto os mando: que os améis los unos a los otros como yo os he amado».

2) Teniendo en cuenta la proximidad de la fiesta de Pentecostés, son importantes las palabras: «Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros.» Parece una contradicción manifiesta pedir al Padre que nos dé algo que ya vive en nosotros. Son los dos tiempos en los que se mueven a menudo estos discursos: el de Jesús, que mira al futuro y pide al Padre que nos dé un defensor; y el nuestro, que ya hemos recibido el Espíritu y vive en nosotros.

3) La unión plena del cristiano con el Padre y con Jesús. «No os dejaré huérfanos, volveré.» «Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros

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Todas las diócesis de la Iglesia de Inglaterra votan a favor del nombramiento de obispas

Domingo, 25 de mayo de 2014
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Episcopal Church Consecrates First Female In Developing WorldEl Concilio anglicano votará la medida en julio

Australia, Nueva Zelanda y Estados Unidos ya tienen mujeres en el episcopado

Pat Storey se convierte en la primera mujer obispo de la Iglesia Anglicana

Todas las diócesis de la Iglesia de Inglaterra votaron a favor de permitir que las mujeres presten servicio como obispas, informó la institución, dejando pendiente sólo un obstáculo importante para cambiar siglos de práctica.

El asunto ha dividido desde hace mucho tiempo a la Comunión Anglicana, una organización cristiana con más de 80 millones de fieles en todo el mundo.

Iglesias anglicanas en Australia, Nueva Zelanda y Estados Unidos ya tienen mujeres prestando servicio como obispas.

La Iglesia de Inglaterra ha batallado durante años para decidir si admite a las mujeres en jerarquía.

El Concilio General de la Iglesia votó en febrero a favor de enviar a sus 44 diócesis una iniciativa que permita la existencia de obispas.

La Iglesia dijo hoy que todas votaron a favor, con Manchester, la última en hacerlo, el jueves. La legislación ahora regresará al Concilio en julio para su votación final.

(RD/Agencias)

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“El problema está en la teología”, por José Maria Castillo.

Domingo, 25 de mayo de 2014
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teologia-calendasDe su blog Teología sin Censura:

El problema capital, y la raíz de los demás problemas que se nos plantean a los católicos en este momento, no está en la reforma de la Curia Vaticana, ni en el cambio de tales o cuáles cargos en el gobierno de la Iglesia, ni en el nombramiento de nuevos obispos con una mentalidad distinta de la que muchos tienen ahora, ni siquiera en que el papa Francisco se mantenga firme en la conducta y en la imagen pública, tan ejemplar en tantas cosas, que estamos viendo en este hombre tan singular, que es el papa Bergoglio. Por supuesto, todo lo que acabo de indicar es importante. Pero nada de eso es lo verdaderamente decisivo.

La Iglesia tiene su origen y su fundamento en Jesús de Nazaret y en su Evangelio. Como es lógico, y esto supuesto, el problema capital de la Iglesia, y la raíz de todos los problemas que la Iglesia tiene que resolver, está en que sea siempre fiel y coherente con su origen y su fundamento. Es decir, que la Iglesia piense como Jesús pensó. Hable como Jesús habló. Y viva como Jesús vivió. Pero resulta que, con el paso de los tiempos, en la Iglesia se han ido elaborando y afirmando una serie de ideas, de normas, ritos y tradiciones a los que se les concede más importancia que al Evangelio. De ahí, que haya tanta gente, que piensa e incluso dice: “Jesús, sí; Iglesia, no”. Que es tanto como afirmar: “Evangelio, sí; Teología, no”.

Es evidente que, mientras este estado de cosas se mantenga, la Iglesia lo tiene difícil. Y los cristianos, más difícil aún. Porque viviremos divididos dentro de nosotros mismos. Y divididos entre nosotros. Organizados y aparentemente unidos con las enseñanzas de unos concilios y unos dogmas que en realidad no nos unen, ni responden a las preocupantes preguntas que mucha gente se hace. En muchas cosas, tenemos una teología que responde a las preguntas que se hicieron las gentes de otros tiempos. Pero que, en este momento, no sólo no nos dicen nada, sino que incluso nos provocan desinterés o incluso fastidio.

Un ejemplo nada más: a mí me fastidia tener que decir en el “Credo”: “Creo en Dios Padre Todopoderoso”. Porque “Todopoderoso” es la traducción del texto original del concilio Nicea, que afirmó su fe en Dios Padre “pantokrator”, el título imperial que se adjudicó la dinastía de los “antoninos” (del 96 al 192). En semejante “dios”, yo no creo. Y como ésta, tantas otras….

Muchas veces pienso en el papa Francisco. Estoy seguro que a él le gustaría ser menos “personaje sagrado” y más “hombre sencillo” y humilde. Esto, por supuesto. Pero el papa Francisco, como seguramente les pasa a muchos obispos, curas, monjas y laicos, se tiene que sentir – también él – partido en su intimidad secreta. Partido, y no sé si roto, por un Evangelio y una Teología que, seguramente, están en su corazón como dos grandes realidades yuxtapuestas, pero no fundidas. Porque es imposible fundirlas. Por eso el papa se ve, seguramente, en la durísima situación de tener que ser fiel a ambas. Él no puede evidentemente modificar el Evangelio. Pero tampoco puede cambiar la Teología, de la noche a la mañana. De ahí, la contradicción de un hombre que es, al mismo tiempo, tan humano, tan sencillo y tan cercano a los más humildes. Pero que, a veces, cuando tiene que hablar como papa y desde la teología establecida, tengo la impresión de que los humildes ya no lo entienden, ni quizá se interesan mucho por lo que les dice. El papa tiene que vivir y hablar de acuerdo con el Evangelio y de acuerdo con la Teología. Pero, ¿puede hacer ambas cosas íntegramente y sin fisuras?

Hermano Papa Francisco, tú fuiste jesuita y yo también. Tú me conoces y yo te conozco. Desde mi modesto y humilde punto de vista, desde lo que veo y oigo a la gente, creo que soy fiel a la realidad si te digo que, en este momento tan duro que estamos viviendo, si en pocos meses has llegado a ser considerado como uno de los hombres más importantes del mundo, semejante importancia sólo se debe a una cosa: tu desconcertante humanidad, tu sencillez y tu bondad. Al decir esto, afirmo, como es lógico, la primacía del Evangelio sobre la Teología. Pero no sólo eso. Además de eso, afirmo también que, por este camino, la Teología se pone al día por sí sola.

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“Ecumenismo, Amor, Eremitismo y Socialismo Humanista para salir de las Tinieblas de Occidente”, por José Antonio Vázquez Mosquera.

Domingo, 25 de mayo de 2014
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12113985065_c8460408bb_mLeído en su blog Cristianía:

Desde la llamada Baja Edad Media, el verdadero proyecto moderno nacido, en Occidente, en los siglos XI y XII (una revolución espiritual fruto del encuentro del cristianismo con otras tradiciones -celta, islámica, judía, clásica…-, centrada en el ideal del amor y la libertad espiritual como metas para la humanización), fue desviado hacia un ideal colectivo orientado a la búsqueda del poder y la uniformidad cultural. Así fue destruido uno de los “proyectos” o “ideales colectivos” occidentales más bellos, el que animó la llamada Edad Media Sapiencial del siglo XII (con todos los fallos que se quiera luego en su concreción) , y que se visibilizó en la nueva cultura del amor de la Provenza medieval, exportada a toda Europa: la época de los trovadores y las Damas, los monjes rebeldes y las monjas, místicas y sabias, los caballeros defensores de los pobres, los alquimistas y científicos alternativos, los filósofos integrales…

Fue ese ideal desviado (basado en la búsqueda del poder a través del acrecentamiento del conocimiento racional instrumental) el que terminó identificándose con la modernidad, cuando, en realidad, era su enfermedad; y es que no habría que olvidar que la adquisición moderna de conocimientos, a través de la ciencia y la técnica, que muchos señalan como característica de la modernidad, además de aportar numerosos beneficios para la humanidad, ha sido también un instrumento utilizado por las clases dominantes, que en la sociedad burguesa se equiparan a aquellos que poseen el “dinero” (verdadero y absurdo fin en sí mismo del sistema capitalista), para dominar más a la sociedad.

Naturalmente que la ciencia y la sociedad modernas nos ha aportado muchos elementos valiosos y que deben ser conservados, pero enmarcados en este proyecto “capitalista y antihumanista”, autoritario, impulsado por las “falsas” élites occidentales dominantes (falsas por estar constituidas por líderes de dominación y n o de servicio), se han visto obstaculizados para alcanzar toda la capacidad “humanizadora” que podrían haber desarrollado y , en muchos casos, han servido para potenciar los aspectos “oscuros” del “proyecto” occidental: imperialismo, economicismo, guerras, injusticia, contaminación, armamentismo, control mental y social demagógico, materialismo, masificación y cosificación de las personas, reduccionismo, autoritarismo… Podría visualizarse, la progresiva imposición de este modelo de falsa modernidad en Occidente, como una verdadera tiniebla, que se ha ido adueñando de nuestra cultura y sociedad, hasta ser hoy de un espesor, y una capacidad de engaño, sorprendentes y que se extienden al mundo entero.

Es cierto que el mito del “progreso continuo” ilimitado, alcanzado de la mano de la ciencia y la técnica, que había impulsado a la pseudomodernidad del siglo XIX, se vino abajo, en el siglo XX, tras las consecuencias de las dos guerras mundiales y la crisis ecológica, que pusieron de manifiesto lo ilusorio que había en la creencia de que el proyecto occidental economicista, desarrollista, explotador de la naturaleza, materialista y tecnocrático llevaría, por sí sólo, a la realización de la felicidad en la sociedad, cuando sus frutos fueron las guerras mundiales con millones de muertos, en una barbarie sin precedentes, y el embarcarse en una dirección que nos lleva a una catástrofe ecológica apocalíptica. Sin embargo, por ahora, no parecen vislumbrarse alternativas al actual modelo que parezcan tener la capacidad suficiente para sustituirlo por otro más humanizador, solidario e integral. Y es que mientras las metas sigan siendo las mismas (el poder, el dinero o el conocimiento instrumental y tecnocrático) o se busque un mero cambio exterior, cualquier alternativa resultará ilusoria a la larga.

Las diversas corrientes de pensamiento humanistas, que se han ido desarrollando tras la evidente crisis de la falsa modernidad, herederas del verdadero proyecto moderno, coinciden en la necesidad de un nuevo ideal colectivo, basado en el valor supremo de la persona, que se realiza en la comunión y la solidaridad, en la confianza en la razón (no en el racionalismo instrumental) para salir de las tinieblas de la ilusión y en la apertura a la espiritualidad, más allá y en colaboración, con las religiones. En el fondo, no es más que una nueva expresión contemporánea del verdadero proyecto moderno, centrado en la búsqueda del amor y la libertad espiritual, como metas de la cultura y la sociedad, que fue derrocado en Occidente por el proyecto capitalista, autoritario y monocultural. Leer más…

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“La comparecencia del Vaticano ante la ONU”, por Raúl Lugo.

Domingo, 25 de mayo de 2014
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curas4La ONU concluye que el Vaticano violó la Convención contra la Tortura en los casos de abusos sexuales.

El Vaticano ha violado la Convención contra la Tortura en los casos en los que podía haber impedido abusos sexuales y no lo hizo, o en las ocasiones en que ni investigó ni denunció los hechos delictivos, según la ONU.

Interesante artículo que hemos leído en el blog de Raúl Lugo Iglesia y Sociedad:

La semana pasada publiqué en este espacio algunos de los puntos más relevantes de las observaciones que el Comité de la ONU que vigila el cumplimiento de la Convención de los Derechos de los Niños/as, recibiendo y revisando los informes que periódicamente los Estados que han firmado y ratificado la Convención deben presentar, ha hecho al estado Vaticano o Santa Sede. Mi propósito al publicarlas en esta columna era propiciar una mirada a las observaciones como un conjunto y en su contexto original, para no basar nuestras opiniones y comentarios solamente en lo que la prensa de distintas tendencias ha estado publicando.

No cabe duda que la comparecencia del Vaticano ante el Comité es un hecho histórico. Después de la presentación de un primer informe en 1995, diez años antes de la muerte de Juan Pablo II, el Vaticano regresa ante el Comité –con un considerable retraso, como bien se señala en las Observaciones– habiendo enfrentado en este tiempo una de las más grandes crisis de su historia. La develación de los abusos cometidos por cientos de ministros ordenados contra menores de edad en diversas partes del mundo y el emblemático caso del fundador de los Legionarios de Cristo minaron la credibilidad de la iglesia y llevaron su prestigio internacional a uno de los niveles más bajos que hayamos conocido en la historia. Quien no parta del reconocimiento de este dato, difícilmente podrá comprender por qué la comparecencia de la Santa Sede ha suscitado tanto revuelo mediático.

Las recomendaciones de la ONU pueden parecer duras, pero apuntan a asuntos sustanciales. La Convención es uno más de los instrumentos internacionales que han ido forjando la llamada cultura de los derechos humanos, quizá el mayor signo de los tiempos de nuestra época. La respuesta que la iglesia ofrezca ante este nuevo paradigma definirá su pertinencia para los tiempos modernos.

Algunos articulistas que han salido en defensa de la Santa Sede interpretan las Observaciones del Comité de la ONU como un ataque de los enemigos de la iglesia. Lo hacen seguramente de muy buena fe y con amor a la institución. Pero a mí me parece una posición errónea. Argumentar, por ejemplo, que la ONU no parece preocuparse de que en los Estados Unidos hayan sido cinco veces más los casos imputados a pastores de comunidades protestantes que a sacerdotes católicos, no apunta a la resolución del problema que tenemos que enfrentar los católicos, sino que nos recuerda solamente el adagio de las abuelas: mal de muchos, consuelo de tontos. No habrá posibilidad de asumir la responsabilidad de la iglesia si no comenzamos por reconocer la gravedad de lo que ha pasado y tomamos medidas claras, transparentes y verificables de que estamos decididos a no permitir que tales cosas vuelvan a repetirse.

Y no me refiero a los crímenes de pederastia. Probablemente habrá siempre algunas personas que, explicable o inexplicablemente, incurran en ese delito. Lo que tenemos que entender es que la vergüenza mayor de la iglesia no ha sido que algunos de sus miembros más cualificados hayan incurrido en acciones criminales contra menores de edad, sino que la institución haya encubierto a los perpetradores de esos delitos y haya puesto su prestigio (éste sí, mundano en lenguaje de la teología del cuarto evangelio) por encima de la compasión hacia las víctimas.

Y todo parece partir de una verdad que, de tan clara, resulta apabullante: los abusos sexuales contra menores de edad son un delito, un crimen que debe ser perseguido. La conciencia actual del bienestar pleno de niños y niñas implica garantizarles una vida en la que ellos/as estén libres de ese tipo de violencia. A nadie se le ocurriría que un ministro religioso que ha robado un banco, que ha defraudado a alguien o que ha participado en un secuestro, evada la acción de la autoridad civil y la sanción que le corresponde. Da un poco de vergüenza que haya jerarcas que públicamente insistan en la distinción entre pederastia y efebofilia, no porque no sea algo que deba discutirse objetivamente en otros ámbitos, sino porque dan la impresión de hacerlo para exculpar a los criminales y seguir garantizándoles impunidad.

Por eso me ha gustado que, a contrapelo de los “defensores” de la iglesia, el Papa Francisco haya impulsado, como un gesto de alto simbolismo, que unos días después de la publicación de las Observaciones del Comité la plana mayor de los Legionarios de Cristo haya hecho público un documento en que, de manera abierta y por primera vez en la historia de la Congregación, se haya reconocido los actos criminales de su Fundador. Al quebrar la contumacia de esa institución se da un signo sencillo y tardío, pero claro, de que la tolerancia cero va a seguirse estableciendo en toda la iglesia.

No es cierto que el Comité de la ONU haya minusvalorado lo que en la iglesia universal se ha hecho para combatir el problema de la pedofilia entre el clero. En varias ocasiones el Comité reconoce los esfuerzos emprendidos por la Santa Sede. Pero es cuando menos ingenuo afirmar que las Conferencias Episcopales de muchos países hayan asumido con toda energía los esfuerzos por limpiar la iglesia de la impunidad que ha rodeado a ese tipo de casos. El encubrimiento continúa y en los corrillos clericales abundan las justificaciones que impiden que la seriedad con que la Santa Sede quiere enfrentar el problema se haga una realidad universal.

Diré una última palabra como discípulo de Jesús y miembro activo de la iglesia católica. Si esta crisis de credibilidad no nos impulsa a regresar al evangelio, a desempolvar nuestra teología, particularmente nuestra teología moral, de tantas telarañas que no forman parte del mensaje original del Maestro de Nazaret; si no comprendemos que la cultura de los derechos humanos representa el desafío civilizatorio más relevante de este cambio de época y nos dejamos confrontar por ella descubriéndola como un signo de los tiempos y no interpretándola, en cambio, como si fuera un ataque a nuestra identidad cristiana; si seguimos manteniendo como si fueran verdades eternas posiciones morales que pueden ser renovadas a la luz de las mejores conquistas de las ciencias; entonces creo sinceramente que estaremos perdiendo una oportunidad histórica y seremos responsables de la irrelevancia cada vez mayor de esta institución a la que, en medio de sus virtudes y defectos, sigo amando con dolorido, pero sostenido amor.

El mundo, aquel al cual Dios tanto amó hasta el grado de entregarle a su Hijo único, espera de nosotros un testimonio cada vez más claro de fidelidad al evangelio. La iglesia, para ser fiel a su Fundador, tiene que ponerse de parte de las víctimas. Y en los casos de pederastia clerical las víctimas, no nos equivoquemos, son los menores agredidos, no los perpetradores del delito. La exigencia de que los abusadores y sus encubridores institucionales rindan cuentas claras de sus actos y afronten la sanción que les corresponde, no es un ataque a la iglesia, como algunos quieren hacer ver, sino la oportunidad de que entremos en un camino de sincera conversión que nos ayude a sacar a la institución eclesiástica de la profunda crisis en la que se haya sumida. No es, por mucho, el único campo en que la iglesia necesita una profunda reforma. Pero es urgente para dar un signo claro que reivindique el sufrimiento de tantos niños y niñas y muestre al mundo la intención firme de que no permitiremos que delitos tan graves vuelvan a cometerse impunemente.

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“El persistente nacionalcatolicismo”, por Vicenç Navarro.

Domingo, 25 de mayo de 2014
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Rajoy-saluda-Rouco-Varela-presencia-principesLeemos en el blog de Vicenç Navarro:

Artículo publicado por Vicenç Navarro en el diario digital EL PLURAL, 10 de marzo de 2014, y en la columna “Pensamiento Crítico” en el diario PÚBLICO, 12 de marzo de 2014

Este artículo señala las similitudes entre el pensamiento hegemónico en el establishment conservador español y el existente durante la dictadura anterior que precedió al periodo democrático.

Estamos viendo hoy en España una avalancha de políticas públicas de clara orientación ultraliberal que están dañando el bienestar y calidad de vida de la ciudadanía. Estas políticas incluyen recortes del gasto público social que están empobreciendo e incluso desmontando el ya escasamente financiado Estado del Bienestar español, uno de los que tiene el gasto público social por habitante más bajo de la Unión Europea de los Quince (UE-15), el grupo de países de la UE de semejante nivel de desarrollo al de España. Estos recortes van acompañados de reducciones sin precedentes de derechos laborales, sociales e incluso políticos, afectando muy negativamente a la calidad del sistema democrático (ya en sí, uno de los menos desarrollados en la UE-15). Hoy se están revertiendo las conquistas sociales que se habían conseguido durante el periodo democrático postdictatorial, siendo el caso más llamativo el de la eliminación de los derechos de la mujer de controlar su propio cuerpo, una de las conquistas más significativas alcanzadas por el movimiento feminista en España.

Nunca antes, durante el periodo democrático, se había visto un ataque tan frontal al bienestar de la población y, muy en particular, de las clases populares, y, sin embargo, el partido político responsable de llevar a cabo tales políticas ganaría las elecciones legislativas hoy según muchas encuestas, en caso de que estas se convocaran. Ni que decir tiene que ha sufrido un descenso en su apoyo electoral, pero lo sorprendente es que continuaría ganándolas, un caso único en la Unión Europea, donde la gran mayoría de partidos gobernantes que han impuesto estas políticas de austeridad y reducción de derechos laborales y sociales han sufrido enormes descalabros y perdido las elecciones. Es, pues, paradójico que el partido gobernante español, que ha sido el partido que ha aplicado políticas más duras y políticas sociales más reaccionarias (no hay otra manera de definirlas), todavía cuente con el considerable apoyo popular que tiene. ¿Por qué?

La continuidad del nacionalcatolicismo

Para responder a esta pregunta hay que remontarse a un debate que ha tenido lugar sobre la naturaleza del sistema dictatorial que existió en España desde 1939 hasta 1978, y de la Transición de aquel sistema dictatorial al actual democrático. Este debate sobre la naturaleza de aquel régimen dictatorial ha sido entre politólogos, habiendo sido considerado por muchos de ellos (siendo el más prominente el Profesor de Ciencias Políticas de Yale, EEUU, el Sr. Juan Linz) como un sistema autoritario pero no totalitario, entendiéndose por esto último un sistema claramente ideológico que intentaba configurar todas las dimensiones del ser humano. Según la interpretación del Profesor Linz y sus seguidores, el régimen dictatorial no era totalitario. Era meramente autoritario, es decir, su objetivo era primordialmente reproducir, siguiendo medidas autoritarias, incluso coercitivas, el orden social existente, sin desear configurar la ideología y manera de ser de la sociedad.

Frente a esta interpretación había los autores –incluyéndome a mí- que señalábamos que el régimen era mucho más que autoritario: era totalitario, es decir, que intentaba abarcar y configurar todas las dimensiones del ser humano, a través de una ideología totalizante que normativizaba la gran mayoría de las actividades humanas, desde el sexo hasta el lenguaje que la ciudadanía utilizaba, y ello lo hacía a través de la promoción de una ideología que entraba en todos los entresijos del orden social. Dicha ideología incluía un nacionalismo extremo, dominante, y que era percibido como asfixiante para cualquier otra visión de España distinta de la que tuviera el orden dominante. Este nacionalismo iba acompañado de un catolicismo enormemente fundamentalista y conservador, y sumamente intervencionista en todas las esferas de la actividad humana. Este nacionalcatolicismo invadía todas las dimensiones de la sociedad. Frente a esta interpretación de la dictadura como régimen totalitario, el Profesor Linz y otros autores, sostenedores de la tesis de que el régimen era meramente un régimen autoritario, contestaban que, si bien era cierto que el nacionalcatolicismo podría haber imbuido aquel régimen muy al principio de su existencia, esta característica desapareció, convirtiéndose en un régimen meramente autoritario.

El nacionalcatolicismo durante el periodo democrático

Pues bien, la realidad muestra que no solo el nacionalcatolicismo configuró aquel régimen, sino que esta ideología ha permanecido durante el periodo postdictatorial como la ideología dominante en los mayores medios y fórums del establishment español conservador. Ni que decir tiene que la cultura política y mediática en el país ha cambiado mucho y los elementos progresistas de la cultura, apoyados por las fuerzas progresistas del país, han conseguido cambios notables. Pero la estructura ideológica dominante, reproducida en el establishment político-mediático-económico y cultural español, es una evolución del nacionalcatolicismo, que adquiere mayor prominencia en la cultura de las derechas españolas, las cuales, en el abanico político del espectro europeo, equivalen a las ultraderechas. No hay diferencias notables en la cultura política entre las ultraderechas españolas y las europeas y estadounidenses (como el Tea Party, por ejemplo). Las derechas del establishment español conservador son herederas de las derechas gobernantes durante la dictadura. Y su comportamiento –desde sus tics autoritarios, su falta de sensibilidad democrática, su tolerancia cuando no participación en la corrupción (rampante durante la dictadura), su nacionalismo españolista, su catolicismo reaccionario– es continuista con el de las derechas del régimen dictatorial. Leer más…

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