“¿Es Jesús una buena noticia?”, por Jon Sobrino.
Leído en Koinonia:
1. Una pregunta chocante, pero necesaria
Que Jesús de Nazaret anuncia el reino de Dios como buena noticia a los pobres y que él mismo, su muerte y resurrección sobre todo, es presentado como eu-aggelion, es evidente en el Nuevo Testamento. A pesar de ello hemos formulado conscientemente el título de este artículo en forma chocante para que la respuesta a tan decisiva pregunta no sea rutinaria, como en nuestra opinión suele ocurrir con frecuencia.
Y es que, por decirlo desde el principio, no es lo mismo aceptar que Jesús es Dios y hombre, Señor y mesías -y nada digamos de quienes se entusiasmaban al pensarlo como rey del mundo a quien deben consagrase las naciones- que aceptar algo tan sencillo como que Jesús es “una buena persona”, es alguien que “cae bien”, que “da gusto conocerlo”. No es lo mismo adorar, rezar, obedecer a Cristo y rendirle culto -y nada digamos de organizar cruzadas para seguir su santa voluntad- que sentir gozo en el Dios que se ha manifestado en él. Pues bien, esto es precisamente a lo que estas breves líneas quisieran ayudar.
Dicho en lenguaje más conceptual, a la doble perspectiva de ortodoxia y de ortopraxis en nuestra relación con Jesucristo, queremos añadir una tercera que, a falta de mejor expresión, pudiéramos llamar ortopathos, es decir, el modo correcto de afectarnos por la realidad de Cristo. Y en ese afectarse debe estar centralmente presente en el gozo que causa el que Cristo es Jesús de Nazaret y no otro. Con esto no queremos caer en modo alguno en sentimentalismos baratos, pero sí queremos recalcar que al Cristo le es esencial -tan esencial, pudiéramos decir, como su ser humano y divino- el ser buena noticia, y que eso se tiene que hacer notar. Así como el creyente ha de aceptar su verdad y proseguir su praxis para corresponder a su realidad, así al Cristo que es buena noticia se le corresponde con gozo.
Lo que está, pues, en juego en estas reflexiones es simplemente si la realidad (ontológica y salvíficamente verdadera) de Jesucristo se muestra existencialmente también como buena noticia, lo cual -desde un punto de vista histórico- no es tan obvio. Y es que, en definitiva, se puede ser Dios, se puede se hombre e incluso se puede ser salvador de distintas maneras. El quid de la cuestión está, entonces, en ver desde Jesús cómo Dios, hombre y el salvador pueden ser un Dios, hombre y salvador buenos para nosotros. Esto es lo que vamos a analizar en estas breves líneas, pero antes hagamos algunas precisiones.
a) La primera es sobre su significado pastoral. Aunque pueda parecer puramente teórico y sólo pertinente a la cristología, el tema lleva por su naturaleza a una cuestión fundamental más amplia: si en el mundo de hoy existe o no la expectativa siquiera de que pueda haber de eu-aggelion en la Iglesia y en la realidad, en lo cual creemos, se puede estar jugando, tal como van las cosas, el futuro de la Iglesia y el aporte de la fe cristiana a la humanidad. Por eso digamos una breve palabra sobre cada una de estas cosas.
Por lo que toca a la vida de la Iglesia, quizás podrán decir algunos en el primer mundo que, después de la secularización, bastante haremos los cristianos con aceptar en oscuridad la verdad de la fe como para que nos pidan ir más allá y acoger con gozo su dimensión de buena noticia. Creemos, sin embargo, que sin ello nuestra fe se hará vana e irrelevante, como ya se constata, ciertamente en el primer mundo: “la razón principal de que nuestras iglesias se vacíen parece residir en que los cristianos estamos perdiendo la capacidad de presentar el evangelio a los hombres de hoy… como una buena nueva” (1). Preguntarnos, pues, por lo que hay de buena noticia en la fe no es empresa puramente teórica, sino que es esencial para otorgar la dirección correcta a la evangelización -redundancia, por cierto, evidente por la tautología que implica relacionar la evangelización con una buena noticia, pero muy descuidada (2).
Pero lo que toca a la realidad de nuestro mundo, hay que estar claros en que éste no está para buenas nuevas, ni en teoría ni en la práctica, y que por ello mejor parecería ahorrarse el esfuerzo del concepto y evitar que lo tilden a uno de ingenuo. Vivimos en un mundo, en efecto, en el que las noticias no son buenas, ciertamente para los pobres y víctimas, y en el que la bondad no suele ser noticia, pues mucho más se habla de política, economía, arte, deporte, ejércitos, religión -y sus protagonistas- que de bondad y de gente buena. Pero -lo que es peor-, si a la modernidad le era constitutivo y esencial la proclamación de una buena noticia: el advenimiento del reino de la libertad, de la sociedad fraterna y sin clases…, la postmodernidad ha limitado o ha hecho desaparecer la expectativa misma de que pueda existir una buena noticia. Se nos inculca, más bien, la inevitabilidad de lo real, con la consecuencia -necesaria cuasi-metafísicamente- de que aprendamos a pactar con lo posible y a aceptar el desencanto. Nada, pues, de utopías ni de buenas noticias.
A pesar de ello, sigue siendo urgente preguntarse por una buena noticia. Lo es para que el mundo del sur, mundo de pobreza infligida injustamente, pueda mantener la esperanza de que la vida es posible -la mejor de las noticias. Y lo es para que el mundo del norte, mundo de insultante abundancia -absoluta y sobre todo comparativamente- pueda lograr esa “calidad de vida” que busca de mil modos, pero a la que mal se encamina (3). Este es, pues, el contexto pastoral y social de nuestra reflexión.
b) La segunda es sobre el significado de una buena noticia. En los sinópticos, sobre todo en Lucas, siguiendo a Isaías, eu-aggelion es la buena noticia del reino de Dios (Lc 4,43), lo bueno que Dios quiere para su creación, y evangelizar es “llevar la buena noticia a los pobres”. El contenido de la buena noticia es, entonces, la cercanía del reino de Dios y su destinatario primario son los pobres. En palabras actuales, la buena noticia es la utopía de la vida justa y digna, y su destinatario son las mayorías de este mundo para quienes la vida es su tarea más urgente y la muerte antes de tiempo su destino más probable, es decir, los débiles, pobres y víctimas; e indirectamente destinatario son también aquellos que se solidarizan con ellos.
Desde un punto de vista antropológico, esa buena noticia es algo que se espera en medio de y en contra de malas realidades y por ello es esperada con ansiedad e incertidumbre por lo difícil de su realización, y con desconfianza por la fuerza de los poderes que se le oponen y por la experiencia histórica acumulada. Es anuncio de algo q2ue toca y nos lleva a los más hondo de nuestra existencia, y que -por todo ello- trae consigo luz, ánimo, ganas de vivir y hacer, genera dignidad, generosidad, fraternidad, libertad y comunión. Es anuncio, finalmente, que formalmente produce gozo y mueve a responder con un gracias.
c) La tercera es sobre cómo una persona puede ser buena noticia. Si lo anterior es cierto, hay que preguntarse si y en qué sentido la misma persona de Jesús, no sólo su mensaje, es también buena noticia: y esto desde una doble perspectiva. Por un lado hay que analizar objetivamente y según los relatos evangélicos en qué sentido se puede llamar a la persona de Jesús buena noticia. Y, por otro lado, hay que preguntarse por la posibilidad subjetiva de apropiación personal de Jesús en cuanto es formalmente buena noticia. Lo primero es problema más bien doctrinal, por así decirlo, y exige un esclarecimiento mínimo de lo que significa eu-aggelion en el Nuevo Testamento. Lo segundo es problema más bien existencial y exige una mystagogia, es decir, una vía que nos introduzca en la captación existencial de un Jesús que es eu-aggelion. Esto es lo que queremos analizar en los dos apartados siguientes.
2. Jesús: un mediador “bueno”
2.1. Perspectiva metodológica: se puede ser “mediador” de diversas maneras
En el Nuevo Testamento, ciertamente en Pablo, también de la persona de Jesús, sobre todo de su cruz y resurrección, se dice que es eu-aggelion. Aquí, sin embargo, no vamos a analizar la buena noticia del misterio pascual, sino la buena noticia de la persona de Jesús en relación con el reino de Dios (4). Esto quiere decir, en lenguaje que hemos usado en otra parte (5), que existe la mediación de Dios: el reino de Dios, el mundo renovado en justicia y fraternidad según la voluntad de Dios, y existe el mediador de Dios: la persona de Jesús.
Que lo primero es buena noticia es evidente por definición. Que lo sea lo segundo y de qué forma dependerá en concreto de cómo Jesús fue mediador del reino, con que espíritu llevó a cabo su misión, si y cómo se ganó el amor y la confianza del destinatario, los débiles, qué credibilidad tuvo ante ellos. Y es que el anuncio del reino puede hacerse de muchas formas: desde arriba, con poder, autoritaria y aun distanciadamente, combatiendo el pecado del mundo, sí, pero sólo desde fuera… o puede hacerse desde abajo, encarnadamente en lo débil y participando de su destino, cargando con el pecado del mundo para erradicarlo… Quizás extrañe este lenguaje, pero lo usamos para superar rutinas y hacer caer en la cuenta de que se puede ser mediador de varias formas, y lo que queremos asentar es que Jesús lo fue de tal manera que por el modo de serlo ya fue una buena noticia para los pobres (6). Esto es lo que parecen reflejar las bellas palabras de Pedro sobre Jesús “pasó haciendo el bien” (Hch 10,38); en las nuestras, Jesús atraía también por el modo de ser mediador. En el más sencillo de los lenguajes, en El Salvador hoy diríamos de Jesús que era “buena gente”, y que a los pobres les encanta encontrarse con gente así.
2.2. Perspectiva sistemática: “Ha aparecido la benignidad de Dios”
Lo que acabamos de decir debe ser verificado en los evangelios, lo que haremos más adelante. Pero ahora queremos insistir en que estas reflexiones siempre se las han hecho los teólogos más serios. Así, además de intentar asentar teóricamente la verdad sobre Jesucristo, la cristología ha expresado el impacto que causa el Jesús buena-noticia. Veámoslo en dos ejemplos.
El primero está tomado de la teología de Karl Rahner, conocida y hondamente especulativa al servicio de mostrar la verdad y relevancia de Jesucristo, en referencia sobre todo al inefable misterio de Dios. Pues bien, hablando de Dios se preguntaba Rahner cómo pueden coincidir omnisciencia y amor, omnipotencia y bondad, belleza y sabiduría… Se pregunta, pues, cómo el misterio puede llegar a ser noticia, superando lo que para los humanos es la ambigüedad de los fascinans y de los tremens, en otras palabras cómo el infinito misterio de Dios puede ser realmente humano, bueno para los humanos. Pues bien, hace ya cincuenta años y en este contexto escribía Rahner estas palabras sobre Jesucristo.
Oh Dios, mandaste al mar de tu infinitud no anegar el pobre y pequeño reducto en el cual se encierra la limitada parcela de mi vida, pero que también se extiende protegida cabe tu infinitud. De tu mar solamente debía venir el rocío de tu suavidad sobre mi exiguo campo. En palabras humanas viniste a mí, porque tú, infinito, eres el Dios de Nuestro Señor Jesucristo. El nos habló en palabras humanas, y ya no habrá de significar la palabra del amor lo que yo pudiera temer, porque cuando él dice que él, y tú en él, nos amas, entonces proviene esta palabra de un corazón de hombre. Y en un corazón de hombre, tal palabra sólo tiene un significado, sólo un significado bienhechor (7).
Y lo mismo ha ocurrido entre nosotros. Ciertamente, la cristología latinoamericana ha recalcado que la buena noticia es el reino de Dios para los pobres, pero ha recalcado también que el mediador es buena noticia. Así lo ha comunicado L. Boff con su habitual vigor y ternura franciscana:
Jesús… dice las cosas con absoluta inmediatez y soberanía. Todo lo que dice y hace es diáfano, cristalino y evidente. Los hombres lo perciben al punto. En contacto con Jesús, cada uno se encuentra consigo mismo y con lo que de mejor hay en él: cada cual es llevado a lo originario (8) Para mí, lo más importante que se dijo de Jesús en el Nuevo Testamento no es tanto que él es Dios, Hijo de Dios, Mesías, sino que pasó por el mundo haciendo el bien, curando a unos y consolando a otros. Cómo me gustaría que se dijera eso de todos y también de mí (9).
Con estas o parecidas palabras ilustrados teólogos han intentado comunicar no sólo la verdad sobre Jesucristo -por honda que ésta sea-, sino también su esencial dimensión de buena noticia, de cercanía y de bondad, que produce ánimo, inspiración y gozo. En otras palabras, han vuelto a decir que en Jesús “ha aparecido la benignidad de Dios y su amor a los hombres” (Tit 3,4), que Jesús no fue sólo hombre, sino hermano misericordioso (Hebr 2, 11.17), donde lo importante no es tanto el análisis preciso de los conceptos de benignidad, cercanía, fraternidad, misericordia, sino el hecho mismo de tener que poner en palabra como cosa esencial que Jesús, además de su realidad “ontológica”, además de su doctrina y praxis, tuvo un talante tal y estuvo poseído de un tal espíritu que produjo gozo. Las gentes de su tiempo, los pobres y los débiles, no lo dijeron, por supuesto, con las palabras que ahora vamos a usar, pero objetivamente esto es lo que estaban diciendo: “no sólo es buena la mediación, también es bueno que el mediador sea así”.
3.3. Perspectiva bíblica: “Acudían a él de todas partes”
También los sinópticos, como el resto de los escritos neotestamentarios, teologizan a Jesús, pero a diferencia de otros escritos lo hacen historizándolo, es decir, mostrándolo en acción, y ahí es donde se decide existencialmente si para sus oyentes -recordemos que el destinatario es esencial, no sólo opcional, para determinar si una noticia es buena- Jesús era buena noticia o no. Veámoslo.
¿Qué es lo que realmente llamó la atención de Jesús entre la gente pobre y sencilla? Indudablemente el mensaje de esperanza que traía y sus prácticas liberadoras: milagros, expulsiones de demonios, acogida a los marginados, enfrentamientos con los poderosos…, pero también su talante, su modo de ser y hacer. Veían en él a alguien que hablaba con autoridad por estar convencido de lo que decía, no como otros que hablan como fanáticos o funcionarios a sueldo. En sus tribulaciones los pobres acudían a él, y al pedirle solución a sus problemas lo hacían con lo que, al parecer, era siempre el gran argumento para convencer a Jesús: “Señor, ten misericordia de mí”. Los niños no se asustaban de él y también las mujeres le seguían. La gente acudía a él de todas partes, y al final de su vida esa gente es la que le defiende (10) y en el pueblo encuentra su mayor protección. Una mujer no pudo contener su entusiasmo y lo expresó con la mayor vivacidad: “Bendito el vientre que te llevó”.
No podemos ahora recorrer las narraciones evangélicas detallando el impacto que Jesús causó en la gente sencilla. Baste recordar que sí causó un gran impacto y por razones precisas. En palabras de E. Schillebeeckx, “en la tradición de los milagros nos encontramos con recuerdo de Jesús de Nazaret, basado en la impresión que causó particularmente en el pueblo sencillo rural de Galilea, que era menospreciado por todos los movimientos religiosos” (11). En otras palabras, los pobres y sencillos, secularmente oprimidos y marginados, encuentran en Jesús a alguien que los ama y los defiende, y que trata de salvarlos simplemente porque están en necesidad. Esto, ayer como hoy, no es frecuente y es en verdad una buena noticia. Parafraseando el tan citado texto de Miqueas 6, 8, pudiéramos decir que Jesús, el buen mediador, pasó por este mundo practicando la justicia, y lo hizo, como mediador bueno, amando con ternura a lo débil y pequeño.
Si tratamos ahora de sistematizar desde nuestro tiempo y en nuestra conceptualización el impacto que pudo haber causado Jesús entonces y puede causar ahora como buena noticia a los pobres y a quienes se solidarizan con ellos, podemos decir, tal como capto las cosas desde El Salvador, lo siguiente (12).
De Jesús impacta la misericordia y la primariedad que le otorga: nada hay más acá ni más de ella, y desde ella define Jesús la verdad de Dios y del ser humano. Es buena noticia, entonces, que a Jesús se le muevan las entrañas a misericordia y que configure su vida y su misión desde ella.
De Jesús impacta su honradez con lo real y su voluntad de verdad, tanto en su juicio sobre la situación de las mayorías oprimidas y de las minorías opresoras, como en su reacción hacia esa realidad: defensa de los débiles y denuncia y desenmascaramiento de los opresores. Es buena noticia, entonces, que Jesús sea voz de los sin voz y voz contra los que tienen demasiada voz.
De Jesús impacta su fidelidad para mantener a lo largo de la historia honradez y misericordia hasta el final en contra de crisis internas y de persecuciones externas. Es buena noticia, entonces, que Jesús sea fiel y mantenga la misericordia hacia donde quiera que le lleve.
De Jesús impacta su libertad para bendecir y maldecir, para acudir a la sinagoga en sábado y para violarlo, libertad en definitiva para hacer el bien. Es buena noticia, entonces, que para Jesús la libertad no sea sólo ni principalmente la libertad burguesa ni siquiera la existencial, sino la que consiste en que nada puede ser obstáculo para hacer el bien.
De Jesús impacta que quiere el fin de las desventuras de los pobres, y que quiere el bien, la felicidad y el gozo de sus seguidores, y desde ahí formula las bienaventuranzas. Es buena noticia, entonces, que para Jesús existe un camino que lleva a la verdadera felicidad.
De Jesús impacta que acoja a pecadores y marginados, se siente a la mesa y celebre con ellos y que se alegre de que Dios se revele a ellos. Es buena noticia, entonces, que Jesús celebre la vida y celebre a Dios.
De Jesús impacta, finalmente, que confíe en un Dios bueno y absolutamente cercano, a quien llama Padre, y que esté absolutamente disponible a ese Padre que sigue siendo Dios, misterio absoluto e inmanipulable. Es buena noticia, entonces, que Jesús sea hermano nuestro también a ese nivel estrictamente teologal.
Ver hecha realidad en una persona cada una de estas cosas, honradez y verdad, misericordia y fidelidad, libertad, gozo y celebración, confianza en el Padre y disponibilidad ante Dios, es siempre una brisa de aire fresco en nuestra historia, ver a gente así es en verdad una buena noticia. Pero impacta también, y quizá incluso más que lo anterior, el que en una misma persona aparezcan unidas y se reconcilien cosas difícilmente reconciliables en la historia. Y eso es lo que aparece en Jesús. El se nos muestra, a la vez, hombre de misericordia (misereor super turbas) y hombre de denuncia profética (“ay de ustedes los ricos”), hombre de reciedumbre (“quien quiera venir en pos de mí, tome su cruz y sígame”) y hombre de delicadeza (“tu fe te ha salvado”), hombre de confianza en Dios (“abba, Padre”) y hombre de soledad ante Dios (“Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”)…
Y así pudiéramos seguir. Lo importante es que -sea cual fuere la fortuna de la descripción anterior- los evangelios nos presentan a un Jesús encarnado todo lo que es más humano y simultaneando todo lo que sea humano> Eso es lo que le hace no sólo un buen mediador sino un mediador bueno. Ese Jesús, en sí mismo, no sólo por la noticia que trae, es buena noticia para los seres humanos, al menos para los pobres y sencillos.
Eso es, pensamos, lo que impactó de la persona de Jesús, y que pudiéramos concentrarlo en las palabras siguientes: no es fácil encontrar en la historia personas que aman en verdad a los pobres, pero mucho más difícil es encontrar personas que sólo a ellos aman y no a ninguna otra cosa por encima de ellos, el templo, el sábado, la ley (el partido, la organización, la iglesia…), y que están dispuestos a correr todos los riesgos personales e institucionales por ese gran amor…
Terminemos este apartado diciendo que también a Ignacio Ellacuría, el intelectual, el analista político, el filósofo y el teólogo, le impactó ese modo de ser de Jesús, ese talante y espíritu bueno de Jesús. Esta es la experiencia que tuvo hace ya años uno de sus alumnos:
En un curso abierto de teología el P. Ellacuría estaba analizando la vida de Jesús y de pronto se le fue la racionalidad y se le desbordó el corazón. Y dijo: “Es que Jesús tuvo la justicia para ir hasta el fondo y al mismo tiempo tuvo los ojos y entrañas de misericordia para comprender a los seres humanos”. Ellacu se quedó callado y concluyó hablando de Jesús con estas palabras: “fue un gran hombre” (13).
Jesús es, pues, buena noticia, porque nos lleva a lo más nuestro y originalmente humano, en palabras de Boff. Es buena noticia porque simultanea en su persona lo difícilmente simultaneable, en palabras de Ellacuría. Es buena noticia porque en último término expresa amor y sólo amor, en palabras de Rahner.
3. Mistagogia en la buena noticia que es Jesús: las buenas gentes de hoy
Hemos tratado de encontrar en los relatos evangélicos al Jesús buena-noticia para los pobres y débiles de su tiempo. Pero si se nos pregunta por qué hemos podido encontrar esos rasgos en Jesús, más aún, por qué los hemos buscado siquiera y nos hemos planteado la pregunta por la buena noticia que es Jesús, la respuesta es sencilla: porque aquí en El Salvador han ocurrido dos cosas. La primera es que los pobres -y algunos con ellos- todavía esperan con fervor una buena noticia y creen que es posible que se haga realidad, porque la han visto, oído y tocado en procesos grandes o pequeños. Y la segunda es que la han captado también como cosa real en personas como Rutilio Grande o Monseñor Romero, quienes les han anunciado una buena noticia y quienes, por el modo como lo han hecho, se han convertido ellos mismos en buena noticia.
De esta forma, la realidad de los pobres se convierte en lugar de captación de la buena noticia, y las personas que les han impactado fungen como principio hermenéutico para comprender hoy al Jesús buena-noticia. Y es que la discontinuidad que existe entre el presente y los textos del pasado sólo se supera fundamentalmente en base a algo de continuidad que se da en la misma realidad. En cuanto algo en la realidad de hoy sea buena noticia se podrá comprender la buena noticia en el pasado. En cuanto haya hoy personas que se nos muestran como buena noticia, se podrá comprender a Jesús. Por ello es la realidad actual de El Salvador y sus gentes la que nos posibilita, más aún, la que nos empuja cuasi-físicamente a captar a un Jesús buena-noticia.
Quiénes son en este mundo esos hombres y mujeres hay que buscarlo, como se busca una perla preciosa, y agradecerlo. Por mencionar sólo dos nombres, Juan XXIII y el Padre Arrupe fueron buena noticia para creyentes y también para no creyentes. La condición para poder reconocerles como tales, de parte de la gente, no fue una determinada ideología, ni una confesión religiosa, ni siquiera una determinada fe. La única condición fue tener un corazón honrado en busca de verdad y de autenticidad. Y la condición en ellos mismos no es que apareciesen “en todo perfectos”, sino que se mostraron “en todo humanos” (14), que comunicaron amor, cariño, dignidad, esperanza y hasta humor…
Estas personas existen en nuestro mundo y ellas son las que nos ayudan a apropiarnos existencialmente de ese Jesús quien no sólo fue verdadero Dios -cercano, pero en cuanto Dios también infinitamente distante- ni sólo verdadero hombre -hermano, pero también hermano mayor, perfecto y sin pecado-, ni sólo salvador y redentor nuestro -por su encarnación, cruz y resurrección-, sino que fue todo ello de tal modo que en su día atrajo y trajo gozo a mucha gente. Estas personas de hoy, los conocidos Juan XXIII y Arrupes, y muchos otros desconocidos, son la mystagogia para comprender -viéndola y apropiándonosla- la buena noticia de Jesús. Pueden ser, además, y ojalá lo sean, bueno líderes o inspirados teólogos, abnegados pastores o heroicos trabajadores, pero en directo son más que eso: otorgan a nuestra existencia y a nuestra fe, ánimo y gozo. No nos quitan, por supuesto, el sufrimiento, pero nos ayudan a que salgamos victoriosos de la amargura y la tristeza. Ellos son los que nos proclaman, con su vida en definitiva, aunque también nos lo puedan explicitar en palabras, que en este mundo hay amor y hay gracia.
Y en el mundo en que vivimos, como decíamos en la introducción, esas personas son muy importantes porque los poderosos no tienen el más mínimo interés en presentarnos y ofrecernos para nuestra humanización a esas personas-buena-noticia. Nos presentan como necesarios a dirigentes políticos y, quizás, eclesiásticos, a pensadores y empresarios, a artistas y deportistas, y a todos ellos nos los muestran diariamente en los medios de comunicación. Sin embargo, poco, muy poco, se dice de las personas que en una determinada época se convierten en evangelio para la humanidad, y mucho menos se habla de ellas cuando, como en el caso de Jesús, a su calidad de evangelio unen su calidad de profetas.
De ese Jesús buena-noticia tiene mucha necesidad la Iglesia para su evangelización y el mundo para su humanización. Los templos podrán vaciarse sin que ello preocupe mucho al mundo, pero si de la humanidad fuese desapareciendo el Jesús que contaba parábolas como la del buen samaritano o la del hijo pródigo, que nos decía en las bienaventuranzas cómo vivir ya salvados y en la parábola del juicio final cómo quedar salvados para siempre, el Jesús, en fin, que enseñó oraciones como el Padrenuestro, el daño sería irreparable.
Y por lo que toca a la Iglesia, podrá discutirse hasta la saciedad la importancia de mantener la ortodoxia, pero pensamos que en el momento actual el amor bien que la Iglesia puede hacer al mundo es hacerle presente al Jesús buena-noticia -lo cual por cierto nada tiene que ver con laxismo- porque de eso es lo que tiene gran necesidad. Lo que hay que recordar, sin embargo, es que, como el reino de Dios, buena noticia es correlativo a pobres y a los que, aunque sea de forma análoga, se asemejan a ellos. No podemos explicarlo más ahora (15), pero hay que insistir -hermenéuticamente, como dicen los teóricos, existencialmente como lo anhelan los humanos- en que para escuchar la buena noticia hay que estar en aquel lugar en el que Dios dijo que iba a ser proclamada: en la esperanza de los pobres.
Pensando en cómo exponer gráficamente todo lo que hemos dicho, me ha venido a la mente Monseñor Romero, quien fue buena noticia de Dios para los pobres de este mundo. Para muchos de nosotros aquí en El Salvador no hay ninguna duda de que Monseñor ha sido un evangelio en nuestros días. Y si he podido escribir estas líneas sobre Jesús como buena noticia es porque Monseñor Romero y personas como él lo hacen posible, y además fuerzan a ello.
Para terminar nada mejor, entonces, que transcribir un relato de un libro recientemente publicado en la UCA. Su autora, María López Vigil, lo ha escrito en base a testimonio de personas que vieron, oyeron y tocaron a Monseñor, y concluye con su libro con el siguiente testimonio.
Han pasado los años. Alrededor de la tumba de Monseñor Romero, en las paredes, sobre la lápida, se han ido amontonando día con día los agradecimientos. Tablitas de madera barnizada agradecen milagros en los ojos, en las piernas varicosas o en el alma. Plaquitas de mármol cuadradas, rectangulares, a veces de plástico en forma de rombito o de corazón, dan también gracias al arzobispo por el hijo hallado o por la madre curada, piden la paz y que acabe la guerra y recuerdan nombres. Hay también papelitos de tela, bordados, en blanco, con hilos de colores… Todo lo que dolió está allí, la felicidad recordaba también. No se pierde nada, todo vuelve al regazo de Monseñor.
Una mañana de invierno, el cielo cerrado en agua, un hombre harapiento, pelo encolochado por el polvo, camisa de hoyos. limpia con esmero esa tumba, valiéndose de uno de sus harapos. Apenas amanece pero él ya está activo y despierto. Y aunque el harapo está sucio de grasa y tiempo, va dejando brillante la lápida. Al terminar sonríe satisfecho. A aquella hora temprana no ha visto a nadie. Tampoco nadie lo ha visto. Yo sí le vi. Cuando sale a la calle, necesité hablar con él.
- Y usted, ¿por qué hace eso? - ¿El qué hago...? - Eso, limpiar la tumba a Monseñor. - Porque él era mi padre. - ¿Cómo así?
– Es que yo no soy más que un pobre, pues. A veces acarreo en el mercado con un carretón, otras veces pido limosna y en veces me lo gasto todo en licor y paso la goma botado en la calle… Pero siempre me animo: ¡son babosadas, yo tuve un padre! Me hizo sentir gente. Porque a los como yo él nos quería y no nos tenía asco. Nos hablaba, nos tocaba, nos preguntaba. Nos confiaba. Se le echaba de ver el cariño que me tenía. Como quieren los padres. Por eso yo le limpio su tumba. Como hacen los hijos, pues (16).
Notas:
(1) E. Schillebeeckx, Jesús la historia de un viviente, Madrid 1981, 103.
(2) En nuestra actual situación eclesial esto significa que aunque es muy importante reflexionar sobre la necesaria novedad de la evangelización en nuestros días (problema pastoral), más lo es, teológica y existencialmente, recordar la prioridad que tiene el comunicar «eu-aggelion» (problema esencial). En otras palabras, bueno es preguntarse cómo ha de ser la «nueva evangelización», pero es más esencial preguntarse cómo va a ser simplemente «evangelización».
(3) Repitámoslo: hay más vida y más calidad de vida en la austeridad compartida fraternalmente -verdadera buena noticia, pero camino todavía intransitado- que en todos los progresos de pocos -incluidas muchas de sus libertades- a costa de los retrocesos de las mayorías, que es el camino por el que nos quieren hacer transitar a todos.
(4) Creemos también que desde un punto de vista histórico es más fácil comprender la cruz y la resurrección de Jesús como consecuencia del anuncio del reino en contra del antirreino, la primera, y como la justicia que Dios hace a la víctima Jesús, la segunda, que a la inversa, lo cual además lo muestra la historia de la teología y de la pastoral. Dicho en palabras sencillas, le es más fácil a la teología de la liberación integrar en ella el Kerygma cruz/resurrección de Bultmann que a una teología bultmanniana integrar la centralidad del reino de Dios.
(5) Jesucristo liberador, Madrid 1991, 146ss.
(6) Queremos insistir en que no es lo mismo captar al Jesús buena-noticia «relacionándolo» con el reino de Dios (que es lo que intentamos hacer aquí) que «identificándolo» con él, como si Jesús fuese ya el reino de Dios en persona -la «autobasilea tou Theo», en palabras de Orígenes. Cuando esto ocurre, se tiende a desvalorizar el reino de Dios, la mediación, en favor de Jesús, el mediador, lo cual puede llevar a serias consecuencias como si Dios pudiera estar absolutamente feliz con la aparición del mediador sobre la tierra, pues le fue fiel, pase lo que pase a su creación. Dicho en palabras fuertes, como si para Dios ya no fuese absolutamente decisivo lo que pasa a su creación -incluidos los Auswitchzs y Hiroshimas, o los actuales horrores de El Mozote y el Sumpul- porque, al fin y al cabo, el Hijo sí le ha salido obra perfecta. También en lenguaje chocante decía Ellacuría que “a Dios Padre le salieron y, o le resultaron muchos hijos pobres”. Y concluía que “éste es un hecho primario y masivo que no puede pasar por alto quien quiera hablar de Dios. “Pobres”, en C. Floristán-J. J. Tamayo (eds), Conceptos fundamentales de pastoral, Madrid 1983) 790.
(7) Palabras al silencio, Salamanca 1991, 29.
(8) Jesucristo y la liberación del hombre, Madrid 1981, 122s.
(9) L. Boff, Una espiritualidad liberadora, Estella 1992, 15.
(10) Sobre este debatido punto, véase Jesucristo Liberador, 198ss.
(11) Op. cit. 168.
(12) Esto ya lo hemos analizado en un artículo anterior, Jesús como buena noticia, «Sal Terrae» octubre (1988) 715-726.
(13) «Carta a las Iglesias» 245(1991) 10.
(14) Desde luego no fueron “en todo perfectos” para la derecha, pero, por así decirlo, ni siquiera lo fueron para la izquierda. Recordemos que Juan XXIII, por ejemplo, firmó una instrucción exigiendo el uso del latín en la Iglesia que fue juzgada como trasnochada, y el Padre Arrupe tuvo que llegar a expulsar de la Compañía a un amigo suyo muy querido -quien, a pesar de ello, hasta el día de hoy le recuerda con tierno cariño. No se trata pues de ser admirados por perfectos o de que sean en todo complacientes, sino de ser queridos por humanos.
(15) Véase lo que escribimos en Jesucristo Liberador 110-121.
(16) Piezas para un retrato, Uca Editores, San Salvador 1993, 398s.
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