“Canonizaciones, una invitación a pensar”, por Ivone Gebara, Brasil.
Leído en Adital:
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La multitud de fieles en la Plaza de San Pedro fue impresionante el pasado veinte de abril. La fuerza del catolicismo reapareció nuevamente públicamente con todo su vigor, particularmente, en su capacidad de proponer a los fieles vivos, su adhesión a algunos muertos como símbolos de un cristianismo/catolicismo bien vivido. Juan XXIII y Juan Pablo II fueron elevados a los altares y ahora son “sujetos” de veneración del pueblo católico de todo el mundo. Muchas dudas y críticas así como adhesiones y elogios circulan en los medios de comunicación social en relación a los nombres indicados. No es posible llegar a un consenso entre las opiniones, debido a la pluralidad del “Pueblo de Dios”. La jerarquía clerical responsable de las decisiones, juzgó las indicaciones y tomó la decisión final ejecutada por el papa en solemne misa. Desconozco si los jerarcas recordaron las devociones de los más pobres, poco aficionados a venerar papas muchas veces identificados como reyes o señores poderosos. Las devociones de los pobres son más vinculadas a la Virgen María, a Jesús y a los santos más tradicionales como San Francisco, San José, San Expedido, tipos de santos que piensan más capaces de entender su sufrida vida cotidiana.
La cuestiones sobre las que quiero reflexionar, hasta cierto punto van más allá de las personas canonizadas y pretenden abrirse a otra problemática. ¿Podemos imitar a los santos, a los mártires, a los héroes, a grandes líderes? ¿Cómo puede hacerse tal imitación? Es que ellos después de muertos, ¿serian poseedores de cualidades superiores y estarían exentos de los límites de su propia historia? ¿No estaríamos nosotros alienándonos de nuestra responsabilidad histórica o personal de reconocer que cada uno tiene que vivir su historia y opciones propias? ¿No estaríamos dejando de lado las opciones de mujeres y hombres en la construcción de nuestra historia actual, para seguir modelos que, aunque hayan tenido su valor, no podrán ser imitados? ¿Que imitar en ellos? Y ¿Cómo hacerlo de hecho? Las preguntas son existenciales, no abstractas, tomando en cuenta que van a exigir comportamientos personales en nuestra historia actual.
En la propuesta de imitación que presentan algunos grupos de la Iglesia Católica, ciertamente no entran consideraciones más críticas en relación a los escogidos para la santidad. ¿Por qué no llamar la atención también sobre los errores cometidos en el pasado que no deberían repetirse? Así percibiríamos, tal vez con mayor claridad la mezcla y contradicciones presentes en el ser humano y en sus acciones.
Pero, probablemente este procedimiento crítico y realista mancharía la figura del santo o del héroe y saldría del esquema de perfección dualista, presente en la Iglesia. Quedaría también fuera de la oposición, firmemente mantenida por la mayoría entre cielo y tierra, entre Dios y los hombres, entre el bien y el mal, entre ángeles y demonios. De hecho se admite en los medios de iglesia que el santo o el héroe no haya sido perfecto, pero no se habla directamente de lo que podría haber sido evitado, o de lo que puede parecer criticable, en la perspectiva del bien común, concretamente situado y fechado.
Los escogidos para la santidad institucional aparecen como prototipos de bien, de valentía, de justicia, de tal forma que sus debilidades y cobardías no salen a luz. Una vez más, el “hombre ideal” o idealizado y “la mujer idealizada” según algunos parámetros establecidos, es presentado como modelo a los fieles. Este modelo pasa encima de lo ordinario de la vida y es capaz de acentuar sacrificios inútiles y neurosis de muchos tipos en los fieles. Conocemos, además, vidas de santos/as que se infligieron torturas y sacrificios corporales que ya no tiene sentido imitar.
Intuyo que muchas veces tenemos poca conciencia del significado alienante de las imitaciones. Al imitar a alguien, dejo de mostrar mis dones personales, dejo del lado mi propia manera de ser, dejo de reconocer mi capacidad personal y, de cierta forma, me disminuyo buscando en la persona ajena, mi realización personal. La imitación propuesta en el catolicismo no es como el arte del teatro, en que el actor o actriz interpretan a un romántico apasionado o un cruel dictador y después vuelven a ser ellos mismos, a la espera de nuevos papeles.
La imitación que la Iglesia propone es una especie de conformidad a un ideal de vida considerado más perfecto que otro y por eso digno de ser imitado. Sin duda muchos fieles saben que ciertas vivencias personales u opciones, no pueden ser imitadas. En ese caso se exaltan las virtudes que presumiblemente el santo/a habría vivido y esas virtudes comienzan a ser proclamadas porque fortalecen las convicciones de la institución religiosa. Es interesante notar que las virtudes de obediencia a un modelo de ser humano que la Iglesia considera más próximo a la voluntad divina, parece ser una constante en los modelos de santidad. Los santos son, salvo excepciones, sumisos a la Iglesia jerárquica y si no lo fueron durante su vida, pasan a serlo después de muertos. La vida del santo/a es reinterpretada de forma que pueda servir a los intereses y a los valores defendidos por la institución.
Otra cuestión es la de saber qué criterios seguir para elevar a los altares y decretar que la vida de esa persona es digna de imitación. ¿Que motiva a algunas personas a querer declarar santo/a a alguien? ¿Pensarían ellas que eso promovería y agregaría valor y gloria a los fieles difuntos? ¿Qué razones tiene el papado para escoger y decretar su santidad? ¿Cómo pueden los jueces de una causa de beatificación o de santificación, juzgar que aquel individuo fue agradable a Dios? ¿De qué Dios se está hablando? ¿Qué modelos de Dios, están en juego? ¿Qué implicaciones políticas y económicas tienen esas acciones que de repente ponen una aureola en la cabeza de un “muerto” y mandan imprimir estampas para ser vendidas o distribuidas a los fieles? Todo lo anterior sin hablar de los extraordinarios milagros muchas veces exigidos, como forma de probar la santidad de alguien.
¿Por qué no decir que las personas y en ellas se incluye ciertamente a quienes físicamente ya salieron de esta historia, nos inspiran, nos ayudan a llevar nuestras cargas, nos enseñan según nuestras necesidades? La inspiración parece un fenómeno que indica una mayor libertad que la imitación. Pero la canonización no va por ese camino. Tiene que ver con Canon, con leyes que se establecen para los fieles, aunque se diga que cada uno es libre de escoger o no la vida de este o de aquel santo como su modelo.
Soy consciente de tener más preguntas que respuestas y en las preguntas manifiesto mi inquietud por los rumbos que está tomando el Papa Francisco sobre el lugar de devoción en la vida de los católicos.
Si bien reconozco la calidad de su persona, sus discursos y acciones en relación con los pobres de este mundo, me inquieta la contradicción en su teología. Y esta contradicción, en mi opinión, disminuye el poder de su palabra, especialmente cuando se trata de la justicia en las relaciones humanas.
A veces tengo la impresión de que el Papa es cautivo de un sistema religioso establecido y consagrado por el Vaticano. Por más que él intente romper las jerarquías y los formalismos con gestos más sencillos, en situaciones como las canonizaciones, él se rinde a estos procedimientos y se hace públicamente connivente con ellos.
¿Será que todavía necesitamos canonizaciones? ¿No estarían ellas algo en contra de la afirmación de la libertad como prerrogativa de los seres humanos? ¿No reforzarían a las jerarquías tan presentes en nuestro mundo, jerarquías que excluyen, que establecen privilegios y que marcan diferencias sociales y a veces incluso ontológicas entre las personas?
¿Será que necesitamos ceremonias tan pomposas, con la presencia de jefes de estado, embajadores, reyes y príncipes, para en las formas, corroborar tales acciones del papa?
Seguramente muchas personas juzgan todo esto como un reconocimiento del poder de la iglesia y, principalmente el reconocimiento de la virtudes y cualidades de los candidatos a santos y santas. Se vive aún la necesidad de adoración en las personas, tanto a nivel político, artístico y religioso. No se trata aquí de negar a los diferentes grupos el derecho de constituir un club religioso de admiradores, sino más bien de ayudarlos a desarrollar una reflexión que los vuelva más libres y responsables de su vida personal y los destinos del mundo.
Una vez más somos invitados/as a pensar, a tratar de entender mejor lo que nos pasa y lo que nos es propuesto. La fe no puede incluir el olvido de nuestros valores históricamente situados, no puede se puede reducir a una adhesión al proyecto de otro, aunque él o ella sean mejores. La fe no es algo trivial, sino vital. Fe no es oscuridad y ciega obediencia, sino acogida de la vida en su diversidad de aspectos, acogida de la originalidad de mi persona, de mi camino, con sus luces y sus sombras. Pero todo esto, no nos olvidemos, habita en la diversidad de la vida, irreductible a un modelo único, a una única forma, a una solo lenguaje.
Creo necesario pensar, aun sabiendo que los pensamientos de muchos tienen poca influencia en la masa y en las jerarquías. No podemos renunciar a la dignidad y la gran aventura de poder pensar y repensar la vida, de sentirla desde diferentes lugares y formas, de asumir la parte que nos corresponde en nuestro pedazo de suelo, en nuestro espacio. Tal postura tiene consecuencias en nuestras vidas, en nuestras creencias y en la relación que mantenemos con personas e instituciones. La vida no nos pide que adaptemos nuestra vida personal a la de los otros, sino que dejemos florecer la originalidad que nos constituye regada por la contribución e inspiración de muchos y muchas.
[Tradução: Ricardo Zúniga – ricardozunigagarcia@gmail.com].
[Ivone Guebara, en la segunda fotografía, es escritora, filósofa y teóloga]
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