La Regla de San Benito, o cómo evitar que los monjes “gays” se porten “mal”.
A priori, parece sacado de una fantasía erótica. Un conjunto de hombres que viven juntos, en comunidad, alejados del mundo y en total intimidad. La vida en los monasterios tiene muchos ingredientes para fomentar la homosexualidad entre los religiosos, y esto es algo que no se escapaba a los padres de la Iglesia desde el mismo inicio de la institución. La regla benedictina, la primera que regulaba la vida en un monasterio medieval, fue redactada por San Benito de Nursia, o San Benito Abad, en el siglo VI y entraba en detalles muy curiosos y muy estrictos sobre cómo debían dormir los monjes. Nunca se habla de homosexualidad, o de actos impuros, pero ciertas precauciones no se pueden entender sin tener en cuenta las posibles escapadas sexuales de los monjes y dejan muy claro cual era el temor de San Benito.
El capítulo XXII de la Regla se dedicaba expresamente a ‘cómo han de dormir los monjes’. El primer punto ya es toda una declaración de intenciones: “Duerma cada cual en su cama”. No parece que hubiera que insistir en este tema si no hubiera monjes interesados en dormir de otro modo. El punto tercero elimina cualquier posibilidad de intimidad. Nada de dormitorios individuales o con pocas camas y nada de que no haya alguien vigilando durante la noche: “Si es posible, duerman todos en un mismo local, pero si el número no lo permite, duerman de a diez o de a veinte, con ancianos que velen sobre ellos”. El punto cuarto parece ir en la misma línea: “En este dormitorio arda constantemente una lámpara hasta el amanecer”, todo siempre bien iluminado.
Pero todas estas medidas debían parecer insuficientes a San Benito Abad, que todavía insiste en más precauciones. En el punto cinco indica que “duerman vestidos, y ceñidos con cintos o cuerdas”, ropas difíciles de quitar. Y por si fuera poco, establece la obligatoriedad de separar las camas de los más jóvenes, en el punto séptimo: “Los hermanos más jóvenes no tengan las camas contiguas, sino intercaladas con las de los ancianos”. No parece que a San Benito se le ocurriera que de este modo los monjes veteranos lo tenían fácil para abusar de los jóvenes.
Estas normas inspiraron a todos los monasterios benedictinos, pero fue Carlomagno, más de doscientos años después, quien obligó a que todas las órdenes de monjes de su imperio se rigieran por esta norma. Otro San Benito, este de Aniano, retomó la Regla en el siglo IX y la impulsó por toda Europa. Todas las órdenes monacales posteriores se basaron en estos principios. Solo se revisó la importancia que daba el texto original al trabajo manual, pero las normas para el dormitorio siguieron estando vigentes.
Foto: San Benito entregando las reglas.
Fuente Ragap
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