El prejuicio alimenta la negación de los derechos de las personas LGBT.
Navi Pillay. Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos.
Recientemente, nuevas leyes han sido adoptadas para castigar o silenciar a las lesbianas y los gays en una serie de países. Tales leyes y la discriminación resultante, que a menudo afecta a las personas transgénero también, violan los derechos humanos universales.
El mes pasado, miles de ugandeses se unieron a la “celebración ” de la nueva ley contra la homosexualidad en el país, que castiga a los gays y lesbianas con cárcel y toma medidas contra las organizaciones de derechos humanos que los y las defienden. En enero, el presidente de Nigeria firmó una nueva legislación que castiga a las uniones del mismo sexo con hasta 14 años de cárcel. Se encuentran entre por lo menos 77 países que penalizan la homosexualidad. Cinco –incluyendo a Arabia Saudita e Irán – prescriben la pena de muerte para las relaciones homosexuales consensuales entre adultos.
En varios países de Europa del Este y Asia Central, los miembros del Parlamento han pedido recientemente leyes para castigar cualquier intento de presentar a las relaciones “no tradicionales” –y, específicamente, homosexuales– con una luz positiva, restringiendo la libertad de expresión y de reunión. Tanto en Kenya como en la República Democrática del Congo, los parlamentarios han pedido una legislación severa contra la homosexualidad. El Nuevo Código Penal de Brunei, que está previsto entre en vigor en breve, establece la pena de muerte por conducta consensual entre personas del mismo sexo. En febrero, durante un discurso televisado para conmemorar la independencia del país, el presidente de Gambia, pidió al país luchar contra los homosexuales “de la misma manera que estamos luchando contra los mosquitos que causan la malaria, o si no de manera más agresiva.”
Este aparente endurecimiento de las actitudes contra lesbianas, gays, bisexuales y transexuales (LGBT) puede ser una táctica deliberada –impulsada por grupos religiosos bien financiados– para distraer la atención de los problemas reales, como la pobreza. Homofobia complace a los prejuicios y conceptos erróneos. Entre ellos: la idea de que la homosexualidad es algo “antinatural”; que los gays son más propensos a ser pedófilos; que despenalizar la homosexualidad conducirá automáticamente al matrimonio entre personas del mismo sexo; o que la igualdad de derechos para las personas LGBT de alguna manera infringe la libertad religiosa.
En realidad, la homosexualidad es un hecho de la naturaleza que se observa en todas las sociedades humanas a lo largo de la historia; se ha tolerado durante siglos en muchas sociedades, y ha surgido recientemente como una cuestión política. No hay evidencia alguna de que los homosexuales tienen como “objetivo” a los niños con más frecuencia que los heterosexuales –la pederastia es un delito, ya sea si el autor es homosexual o heterosexual, y nadie quiere cambiar eso–. Pedir el fin a la persecución de las personas LGBT es un llamado para poner fin a la discriminación y la violencia, una premisa básica de nuestros derechos humanos universales. No está relacionada con el matrimonio entre personas del mismo sexo, un tema que las sociedades pueden optar por debatir en el ámbito nacional. Por otra parte, la libertad religiosa no significa la libertad para perseguir, o actuar con prejuicios e intolerancia.
Para contrarrestar estos prejuicios, mi Oficina lanzó el año pasado Libres e Iguales, una campaña sin precedentes de las Naciones Unidas para aumentar la conciencia sobre los derechos de las personas LGBT. Lo hicimos porque los derechos humanos son para todos los seres humanos. La discriminación por motivos de orientación sexual es tan irracional y errónea como la discriminación por el color de la piel, e igualmente viola los derechos humanos.
Algunos pueden argumentar que el tiempo finalmente se hará cargo de este problema: en el pasado, las personas LGBT enfrentaban persecución por los sistemas legales de muchos países en los que ahora pueden vivir libremente, pero no podemos simplemente esperar. Si cualquier otro grupo de millones de personas van a ser obligados a vivir con miedo y el estigma, la comunidad internacional seguramente se unirá para condenar y demandar una acción ahora. El hecho de que algunos países se niegan a reconocer la magnitud del problema –y que algunos alimenten activamente las llamas del prejuicio– hace que sea más urgente seguir presionando por el cambio. La clave será activar un debate mejor informado que disipe la insinuación, el mito y la calumnia, y nos recuerda que las personas LGBT tienen el mismo derecho a la dignidad y la libertad.
Fuente La República
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