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CP 2. Dom 27.4.14. Tocar las llagas, curar las heridas

Domingo, 27 de abril de 2014

TomasApostol1Del blog de Xabier Pikaza:

Camino de Pascua 2. (Domingo 2 de Pascua). Jn 20, 19-31. Este un texto clave de la experiencia pascual. Tiene dos partes:
— Encuentro pascual de la comunidad con Jesús, sin Tomás.
— Encuentro de Tomás con Jesús, que le dice: Mete tu mano…

El segundo encuentro pone de relieve la exigencia de “tocar” las heridas de Jesús, para conservar así la memoria de su pasión.Desde ese fondo quiero hoy hablar del “tocar” a Jesús, descubrir su presencia pascual, encontrarle en los heridos de la historia. Tocar a Jesús significa tocar y curar la heridas de los hombres que sufren

María Magdalena había “tocado a Jesús”, que le dijo “deja ya de tocarme” (noli me tangere), vete y diles a mis hermanos… (Jn 20, 17). Del toque físico se pasa al toque espiritual y a la misión cristiana.

Los místicos han buscado con frecuencia “toques divinos”, que son una tipo de sensación más alta de presencia del “amigo”… en la línea de eso que Juan de la Cruz llama el “toque delicado”, signo de presencia

El toque pascual de Tomas (¡mete tu dedo en mi herida…!) es el “toque de unas llagas”, es la experiencia de los crucificados del mundo. Sólo podemos tocar de verdad a Jesús confesar su pascua tocando (ayudando) a los enfermos y crucificados de la historia.

En esa línea debemos tocar las llagas de Jesús en los martirizados, oprimidos y enfermos de nuestro entorno social.

Buen domingo de octava de pascua a todos.

INTRODUCCIÓN. TOMÁS, UN CRISTIANO ESPIRITUAL

Tomás es un apóstol a quien la tradición dará una inmensa importancia (como indica el evangelio de su nombre, no incluido en el canon). Quizá está vinculado con un tipo de “gnosis” (cristianismo sin Jesús resucitado en la carne); por eso se mueve fuera de la Gran Comunidad, un Jesús que ha resucitado sólo de un modo espiritual, sin verdadera cruz, ni compromiso social, sin verdadera comunidad abierta al mundo. Por eso, no está el “primer domingo de Pascua” con los restantes discípulos

Pero se “convierte” y viene el domingo siguiente, y no sólo le “ve”, sino que le toca. Esta experiencia de tocar a Jesús forma parte esencial del misterio de la pascua cristiana. Así lo destaqué en una postal muy antigua (15 4 07), así lo destaco ahora, resituando el texto de entonces, dentro del Via Lucis pascual.

PASCUA, ENCUENTRO DE LA COMUNIDAD SIN TOMÁS (Jn 20, 19-23)

Está reunida la comunidad, formada por un grupo grande de creyentes (más que los Doce). Es evidente está María Magdalena, la única que ha creído ya viendo al Señor (cf. Jn 20, 11-18); también está el discípulo amado, que no ha tenido que ver a Jesús para creer, pues le basta la experiencia del sepulcro vacío (cf. Jn 20, 8). Parece que los demás no creen, pero es evidente que están reunidos y separados, en una casa cerrada, por medio de los judíos (20, 19). Son iglesia en frágil, oración y dudas, son comunidad que necesita la presencia del Señor. En este contexto se inscribe la visión:

A la tarde de aquel día primero de la semana,
y estando cerradas las puertas del lugar
donde estaban los discípulos,
por el medio a los judíos,
vino Jesús y se colocó en medio de ellos diciendo:
– ¡La paz con vosotros!
Y diciendo esto les mostró las manos y el costado.
Los discípulos se alegraron viendo al Señor. Y les dijo de nuevo:
– ¡La paz con vosotros!
Como me ha enviado el Padre os envío también yo.
Y diciendo esto sopló y les dijo:
– Recibid el Espíritu Santo,
a quienes perdonéis los pecados les serán perdonados;
y a quienes se los retengáis les serán retenidos (20, 19-23).

Los discípulos se encuentran reunidos en forma de comunidad eclesial que se ha separado ya del judaísmo. Tienen miedo y Jesús les conforta con su palabra y su presencia sensible (manos y costado), su envío y su poder de perdón. Es el Jesús “real” que vive en ellos, no una fantasía. Ellos son la iglesia la que está reunida ante Jesús y por Jesús, que les envía a realizar su misión (a ofrece su perdón) del Señor resucitado.

Ésta es una experiencia comunitaria: Éste es el Jesús presente en los hermanos que se unen en su nombre y se perdonan, descubriéndose así transmisores de perdón:

Notas de la Pascua

– La Pascua es ante todo paz. Jesús saluda a sus discípulos dos veces, con la misma palabra: paz a vosotros (Eirênê hymin: 20,19.21). Sobre un mundo atormentado por la guerra y la violencia, ofrece Cristo paz fundante, creadora. Sobre una comunidad encerrada por el miedo extiende el Cristo pascual la gracia de su vida hecha principio de misión universal. Jesús es paz para aquellos que le reciben y para todos. Eso es pascua.

– La pascua es presencia gloriosa del crucificado. El Señor resucitado es el mismo Jesús que se entregó por los hombres. Como señal de identidad, como expresión de permanencia de su pasión salvadora, Jesús mostró a sus discípulos las manos y el costado (20, 20), en gesto que después va a recibir nuevo contenido ante el rechazo de Tomás (cf 20, 24-29). Creer en la pascua es descubrir el valor del sufrimiento, es descubrir a Jesús crucificado como Señor glorioso. En el fondo está la misma experiencia teológica de Lc: ¡Era necesario que el Cristo muriera…! (Lc 24, 26.46). En ese fondo está la más honda experiencia social: Jesús resucitado está en los que sufren sobre el mundo.

– La pascua se vuelve así Pentecostés. Jesús resucitado sopla sobre sus discípulos diciendo recibid el Espíritu Santo (20,22), en gesto que evoca sin duda una nueva creación.

El mismo Dios había soplado en el principio sobre el ser humano, haciéndole viviente (Gen 2, 7). Ahora sopla Jesús, como Señor pascual, para culminar la creación que en otro tiempo había comenzado. Lucas 24 y Hech. 1 habían separado cuidadosamente los matices, poniendo primero la pascua y después Pentecostés. Juan ha vinculado ambos momentos, uniéndonos en un único misterio: la misma aparición pascual se vuelve efusión del Espíritu de Dios (que es Espíritu del Cristo rescatado) sobre el conjunto de la iglesia. Esto es la pascua: aquel que muere por los demás abre un camino de amor y de transformación sobre la tierra. Éste es el don de Pascua: tener el mismo Espíritu de Jesús, vivir de su aliento.

– La pascua se vuelve misión: ¡como el Padre me ha enviado así os envío yo! (20, 21). A lo largo de todo el evangelio, Jn ha presentado a Jesús como enviado de Dios: misión es toda su existencia. De ahora en adelante, los cristianos son enviados de Jesús. Realizan una obra que es propia del Señor resucitado: expanden y despliegan su camino, realizan su misterio sobre el mundo. Etán cerrados por miedo, tienen que abrirse. Están a la defensiva: tiene que ofrecer su testimonio a todos, generosamente.

– El texto culmina en un signo de perdón: a quienes perdonéis los pecados… (20, 23). El camino de Jesús se vuelve gracia creadora de perdón. Este es a los ojos de Jn el gran problema del mundo: no hay perdón, los hombres se encuentran divididos, destruidos; carecen de medios para expresar el perdón, no hay para ellos sacrificios que puedan transformarles. Ha perdido su sentido el sacerdocio de Jerusalén, no consigue perdonar el templo. Pues bien, sobre ese desierto de pecado (falta de perdón), Juan ha interpretado la pascua como experiencia transformante de perdón. Le Iglesia es perdón que se abre a todos, sin excepciones, sobre un mundo donde los hombres no perdonan.

– ¿Simetría pascual entre perdón y no perdón? Ciertamente, el texto divide a las personas de una forma que parece simétrica (a quienes perdonéis, a quienes retengáis…), de tal modo que alguno pudiera pensar que la iglesia es una institución neutral, que reparte perdón o no perdón de forma indiferente. Pues bien, en contra de eso, a la luz de todo el evangelio, debemos afirmar que la iglesia sólo es comunidad de Jesús si es signo y fuente de perdón . Ella misma expresa el perdón y así lo encarna y anuncia sobre el mundo. Por eso, donde ella ofrece perdón hay perdón y donde ella muestra que no existe perdón es que los hombres siguen enfrentados.

Esta experiencia de gracia pascual pertenece al conjunto de la comunidad. Aquí no está reservada a los Doce o los presbíteros, no es algo que se deba encerrar en algunos iniciados varones. Aquí no hay varones ni mujeres, hay creyentes, todos con la misma experiencia, todos con la misma tarea. Aquí no hay sólo Pedro ni Zebedeos, aquí está María Magdalena, con la otra María, con todas las Marías… Ésta es la Iglesia universal de los que escuchan la palabra, y reciben el aliento de Jesús. La iglesia entera, desde el don pascual de Cristo, es signo y principio de perdón sobre la tierra. Allí donde el perdón se expresa y se hacer carne en una comunidad está presente y se hace visible el Señor resucitado.

TOMAS EN LA GRAN COMUNIDAD. TOCAR LAS LLAGAS DE JESÚS (20, 24-29).

Bastaban las señales anteriores: la paz de Cristo, el recuerdo de su entrega (manos y costado), el perdón en el Espíritu. Pero el texto sigue diciendo que faltaba Tomás, precisamente uno de los Doce. No es un cristiano normal el que ha dejado de participar en la asamblea, sino uno de los antiguos compañeros de Jesús, de sus Doce seguidores. Precisamente Tomás, uno de los líderes de la iglesia primitiva, corre el riesgo de entender la resurrección de un modo espiritualista, fuera de la comunidad.

Éste Tomás es un seguidor “especial” de Jesús, máxima autoridad en plano espiritualista, pero sin “carne y sangre”, es decir, sin compromiso social. Los otros discípulos le dicen hemos visto al Señor de las llagas, al Señor del Perdón para todos los pueblos (Jn 20, 25). Pero él duda, tiene su Jesús interior, no quiere otro. Por pide un signo (si no veo en sus manos la huella de los clavos…). No es un signo de “resurrección sin más”, sino de resurrección en la carne, como principio de misión y perdón universal. Pide un signo y Jesús se lo concede, en eSta bellísima parábola pascual:

Y ocho días después, estaban de nuevo sus discípulos en casa
y Tomás con ellos;
llegó Jesús, estando las puertas cerradas,
se puso en medio y dijo:
– ¡Pas a vosotros!
Luego dijo a Tomás:
– Trae tu dedo aquí y mira mis manos,
trae tu mano y métela en mi costado
y no seas incrédulo sino fiel!
Respondió Tomás y dijo:
– ¡Señor mío y Dios mío!
Y Jesús le dijo:
– Porque has visto has creído.
¡Felices los que no han visto y han creído! (Jn 20, 26-29).

En medio de la comunidad reunida, como signo de falta de fe y de confesión creyente (de en la resurrección carnal, de fe en la presencia de Jesús en los que sufren), el evangelio de Juan ha destacado la figura de Tomás (el cristiano espiritual, el apóstol-jerarca separado del pueblo), elaborando en torno a él esta bellísima escena pascual. Tomás es la expresión del ser humano al que le cuesta creer en la resurrección del Jesús Histórico, del Jesús de las llagas en los manos y el costado, del Jesús de la carne, del Jesús del pueblo crucificado.

Probablemente cree en Jesús, pero en un Jesús espiritual (puramente interior), sin necesidad de compromiso comunitaria… sin llagas en las manos y el costado. Probablemente cree en un Cristo glorioso, desligado de la historia de Jesús, de las manos que han tocado a los pobres, del corazón que ha amado a los expulsados de la sociedad. Pues bien, en contra de eso, la comunidad, que es aquí la Gran Iglesia, le dice que hay que “tocar a Jesús”, que el resucitado es el mismo Jesús de la historia, el de las llagas en las manos y el costado.

Tocar al Cristo, la pascua mística.

Ciertamente hay un tipo de “toque espiritual”, del que han hablado los místicos. Así lo ha señalado la primera carta de Juan:

Lo que existía desde el principio, lo que oímos,
lo que vieron nuestros ojos,
lo que contemplamos y palparon nuestras manos
sobre la Palabra de la Vida,
y la Vida se ha manifestado y hemos visto y damos testimonio…
Eso que vimos y oímos os lo anunciamos ahora (1 Jn 1, 1-3).

En este caso, el “palpar la palabra de la vida” puede entenderse de un modo e intimista, más allá del simple roce corporal de manos. Sólo en encuentro personal que afecta a toda la existencia, los cristianos pueden afirmar que han palpado la Palabra de la vida. Se expresa así una nueva experiencia de corporalidad resucitada que desborda el puro encuentro de las manos exteriores.
En ese aspecto podemos y debemos afirmar que los cristianos tocamos a Jesús resucitado con las manos de la fe, en un espacio nuevo de corporalidad pascual. La pascua no se puede interpretar como experiencia de una idea; ella no nos pone en contacto con fantasmas.

Al encontrarnos con Jesús hallamos (tocamos y palpamos) la vida del Mesías que transforma (fortalece) nuestra vida. La fe pascual viene a expresarse de esa forma como experiencia mística del sufrimiento y muerte del Mesías. Pero se trata de una experiencia mística encarnada en las manos llagadas, en el costado rodo, es decir, en la historia del sufrimiendo de los hombres. Los mismos signos de muerte (clavos que han atado a Jesús de pies y manos al madero, lanza que ha cortado su costado) vienen a mostrarse ya como señal de vida. La misa cruz del mundo (de todos los que sufren en la tierra, del camino de cruz de la historia) se vuelve lugar de pascual.

Corporalidad pascual

Jesús ha respondido mostrando la herida: mete tu dedo aquí, mete tu mano… (Jn. 20, 27). Sólo así, en contacto de corporalidad a corporalidad, en encuentro con la Vida triunfante del Cristo, puede realizarse la experiencia de la pascua. Lo que importa de verdad no es el aspecto externo de la herida, la forma en que Jesús ofrece pecho y manos en nivel de carne antigua. Nueva es la experiencia de corporalidad trasformada: el mismo cuerpo de muerte se ha vuelto principio de pascua.

El mismo viejo cuerpo del amor concreto y de la entrega, el cuerpo que han matado (con heridas de lanza y clavos), se convierte así en un signo de vida. Frente a los riesgos de un falso espiritualismo gnóstico que quiere olvidarse de la carne, frente a todos los intentos de entender la pascua como puro cambio de conciencia (algo que sucede en el nivel interna de la transformación mental), Jn ha querido explicitar la corporalidad mística del Cristo de la pascua.

Tocar las llagas: de nuevo a la realidad histórica de Jesús

De esa forma ha combatido Juan la herejía de aquellos que afirmaban: Cristo no ha venido en carne, es sólo un mero espíritu (cf 1 Jn 4, 2-3). Combate también la herejía de aquellos que añaden: Cristo fue carne cuando estaba sobre el mundo, pero ahora, en su gloria pascual, es puro espíritu; ha dejado atrás las ataduras y miserias de su cuerpo.

Pues bien, en contra de eso, nuestro texto ha querido resaltar la corporalidad de la resurrección y lo ha hecho de esta forma, destacando el valor concreto de las llagas de manos y costado.

La muerte de Jesús no ha sido un puro accidente del pasado, no es algo que se olvida, señal de pura imperfección y vida baja de la tierra. La muerte ha sido el gesto supremo de la entrega de Jesús, el signo de su amor perfecto. Por eso, la experiencia positiva de esa muerte continúa en la gloria de la pascua.

El Señor resucitado sigue siendo aquel que lleva en sus manos y costado las heridas de su entrega, los signos de su amor crucificado en favor de los hombres.

Este Jesús pascual sigue estando presente en las llagas de los hombres y mujeres de la manos rotas, en la herida del costado de los hombres y mujeres que sufren.

1. No hay experiencia pascual sin un retorno a la corporalidad del Cristo, que sigue siendo el mismo Jesús de la historia que ha muerto por la causa del Reino de Dios.

2. No hay experiencia pascual si no se descubre a Jesús resucitado en las llagas de los pobres y expulsados del mundo, si no se les toca, es decir, si no se les acompaña, si no se les ayuda.

3. Ésta fue la experiencia radical de Francisco de Asís, que descubrió las llagas de Dios (de Cristo) y el camino pascual al ayudar a los hermanos leprosos y llagados.

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