“El eco del que vive”, por Gema Juan OCD.
De su blog Juntos Andemos:
En la mañana de resurrección, un eco rompe el silencio. Es el eco de la vida que se abre paso, el eco del Viviente que irrumpe y quiere «hacer saltar la tumba de nuestro corazón» –como decía Rahner–, «resucitar del centro de nuestro ser también, donde está como fuerza y promesa».
Pegando el oído a la pluma de Teresa de Jesús, se puede sentir ese eco y entrar en la Presencia de quien «está siempre vivo».
Es un eco que invita a dejarse llevar, para descubrir que el Jesús de los caminos compartidos, maestro en la escuela de las bienaventuranzas, en el pan partido y en el dolor es el «Cristo vivo… no hombre muerto» –dice Teresa–. Es «viva noticia» y no mero recuerdo.
Es un eco que abre puertas y provoca encuentro. La voz de Teresa no inventa nada que no exista ya en el brasero de la fe de cada creyente, solo aviva el fuego, despierta la fe y entusiasma el corazón. Hace resonar lo profundo de cada quien, que a veces dormita, como dormitaron los apóstoles aquella noche única en que Jesús les pedía compañía.
Teresa decía del Resucitado que «no podía dejar de entender estaba cabe mí», que no lo veía «con los ojos del cuerpo ni del alma», pero que «no podía dudar que era Él». Con sus palabras, desvela el rostro del Resucitado, prolonga la presencia del Viviente, que quiere ser vida de cada ser humano. El eco de su pluma es reflejo de Él y a Él da paso. Ese eco es…
Un eco luminoso, que alumbra quién es Dios y cómo su amor da vida: «Se nos da a entender cómo es Dios… todo lo hinche su amor» y «se entiende… ser Dios el que da vida».
Un eco amoroso, que transforma y enamora: «Siéntese una suavidad en lo interior del alma tan grande, que se da bien a sentir estar vecino nuestro Señor de ella… parece que todo el hombre interior y exterior conforta… así parece es este amor suavísimo de nuestro Dios: se entra en el alma, y es con gran suavidad, y la contenta y satisface».
Un eco pacífico, porque Dios nunca se impone, ni siquiera para dar vida: «No es resplandor que deslumbre». Y, a la vez, un eco inextinguible, porque cuando la vida de Jesús irrumpe, no se retira jamás: «Es luz que no tiene noche».
Un eco vibrante, que abre las puertas interiores para recibir al Dios vivo, que «como ve que le reciben, así da y se da. Quiere a quien le quiere. Y ¡qué bien querido! Y ¡qué buen amigo!».
Un eco fuerte, que trae la voz de quien tiene palabras verdaderas: «Sus palabras son obras… ¡y cómo fortalece la fe y se aumenta el amor!». Y un eco valiente: «¡Oh amor fuerte de Dios! ¡Y cómo no le parece que ha de haber cosa imposible a quien ama!» porque «la compañía que tiene le da fuerzas muy mayores que nunca».
Un eco feliz, que alegra los entresijos del ser. «Se representa por una noticia al alma más clara que el sol… una luz que, sin ver luz, alumbra el entendimiento, para que goce el alma de tan gran bien».
Un eco generoso, que hace resonar la fuerza de la gratuidad: Él «se da a sentir», sin otra razón que mostrar su amor, porque «no está deseando otra cosa, sino tener a quien dar». Y un eco íntimo, que da seguridad interior: «En diciéndome una palabra sola de asegurarme, quedaba como solía, quieta y con regalo y sin ningún temor».
Un eco reconciliador, porque de «verse tan cerca de la luz», se va «ensanchando todo nuestro interior» y nace «paz y sosiego y aprovechamiento». Y «viendo cuán sin tasa es su misericordia», dirá Teresa, se empieza a recorrer el camino de la reconciliación y a comunicar la paz y el perdón. Porque, tocado el ser por este amor, «el que [tiene] a los prójimos y el que a los enemigos… es muy crecido».
«De muchas maneras se comunica el Señor… de muchas maneras os enseñará». El eco del Resucitado es inabarcable. «Hay muchos caminos» por donde llega, para que nadie quede excluido, porque es un eco que reúne y crea comunidad: una comunidad viva, de revividos, que se hacen «espaldas unos a otros… para ir adelante».
Luminosa, amorosa, pacífica, vibrante, fuerte, feliz, generosa, reconciliadora… así es la presencia del Resucitado entres sus amigos. Quiere despertarlos del sueño que les venció en la hora de la Pasión. Y Teresa se lo suplica: «Resucitad a estos muertos; sean vuestras voces, Señor, tan poderosas que, aunque no os pidan la vida, se la deis».
Resucitando con Él, se crea una cadena de ecos que prolonga su vida. Iluminando, amando, pacificando, alegrando, reconciliando… Siguiendo sus gestos, sus huellas en los caminos, su único modo de pasar por el mundo: haciendo el bien, resucitando.
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