Este texto se basa en un taller ofrecido en Madrid, en febrero de 2013, sobre el libro “Lo que la Biblia realmente dice sobre la homosexualidad”, de Daniel A. Helminiak, Ed. Egales, 2003. El taller estaba dividido en dos sesiones. En la primera sesión se reflexionaba acerca de las cuestiones hermenéuticas; en la segunda sesión se trabajaba sobre el texto bíblico.“Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para aprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre [y la mujer] de Dios sean perfectos, equipados para toda buena obra.” (2Tim. 3,16-17).Para abordar un tema tan sensible como la homosexualidad y su relación con el texto sagrado (la Biblia), se hace necesario plantear ciertas cuestiones hermenéuticas que deberían constituirse en algo así como puntos de partida preliminares que nos permitirán tratar dicha cuestión con la seriedad y la sensibilidad que se merece.Podemos comenzar con una pregunta: ¿Por qué la Biblia se ha mantenido como un libro de cabecera de generación en generación? Aventuremos un par de respuestas: 1) Por su capacidad de responder preguntas y de plantear nuevas, independientemente de los cambios sociales, políticos, culturales y religiosos a los que la Historia ha asistido hasta este momento; 2) Porque actúa como un sujeto con en el que se puede establecer un diálogo real, de acuerdo con el primer punto. Sin embargo, nos encontramos con un problema, lo que se ha dado en llamar “la doble autoría”.
La “doble autoría” tiene que ver con que, en el caso de la Biblia, nos encontramos con un autor divino y muchos autores humanos. ¿Cómo debemos abordar, entonces, nuestra lectura de la Biblia, como un libro sólo divino o como un libro sólo humano, o como ambas cosas a la vez? Si nos enfrentamos a la lectura del texto como algo divino y humano, no tenemos más remedio que decidir qué significan conceptos como “inspiración”, “inerrancia”, “palabra de Dios”, etc. ¿Estamos ante un texto cuyos autores humanos han sido anulados por una especie de daimon que secuestra su manera de entender e interpretar su mundo? ¿O más bien nos encontramos ante una obra que utiliza una determinada cosmovisión para ofrecer una forma alternativa de afrontar y confrontar cuestiones universales?
Otra cuestión a la que debemos atender se relaciona con el problema de la comprensión. ¿Qué significa comprender? De acuerdo con Hans Georg Gadamer, comprender significa “ponerse de acuerdo con la cosa”. Esto quiere decir que la comprensión no es algo que se dé de forma inmediata, sino que se necesita un ejercicio personal importante que, sin duda, implica una determinada actitud de apertura total que hará posible dicha comprensión.
Todo lo que se ha expresado hasta ahora está íntimamente relacionado con la acción lectora. En la mayoría de los casos, presuponemos que al leer estamos entendiendo exactamente lo que el autor o autores quisieron transmitir exactamente. Sin embargo, eso no es del todo cierto, porque todo ejercicio lector supone un cierto grado de interpretación, y esto sucede porque vamos a los textos con nuestras propias anticipaciones y expectativas, las cuales no podemos dejar de imponer a los mismos.
Por otro lado, es muy común pretender que en nuestra lectura de los textos, simplemente entendemos, como ya se ha expresado, de forma clara y distinta exactamente lo que dicen. Pero, esa creencia de accesibilidad a los textos como si fuéramos una tabula rasa es del todo equivocada, ya que debemos tener en cuenta el papel de los prejuicios o preconceptos en nuestra comprensión del texto. En este sentido, debemos aclarar que los prejuicios o preconceptos son absolutamente necesarios para comprender el mundo en el que nos movemos y somos, el cual incluye los textos que leemos. Por ejemplo, nuestra comprensión responde a una determinada lengua, a una cultura específica, a un simbólico que hemos ido elaborando de acuerdo con la educación que hemos recibido, etc. La cuestión es que debemos aprender a discriminar entre los prejuicios que nos ayudan a comprender y los que interfieren en dicha comprensión: “Una comprensión llevada a cabo desde una conciencia metódica intentará siempre no llevar a término directamente sus anticipaciones sino más bien hacerlas conscientes para poder controlarlas y ganar así una comprensión correcta desde las cosas mismas… <Prejuicio> no significa pues en modo alguno juicio falso, sino que está en su concepto el que pueda ser valorado positivamente o negativamente.” (Gadamer, H. G., Verdad y Método, pp. 336-337, Ed. Sígueme).
Si tenemos en cuenta todo lo que se ha expresado hasta este momento, debemos afirmar la importancia de cultivar el arte del diálogo o de la conversación. Dialogar o conversar significa, sobre todo y ante todo, entrar en la dinámica de preguntas y respuestas, lo cual supone y presupone la apertura total e incondicional a la argumentación del sujeto que nos interpela y que tenemos enfrente, en este caso la Biblia. En palabras de Gadamer: “La forma literaria del diálogo devuelve lenguaje y concepto al movimiento originario de la conversación. Con ello la palabra se protege de cualquier abuso dogmático.” y “Lo que caracteriza a la conversación frente a la forma endurecida de las proposiciones que buscan su fijación escrita es precisamente que el lenguaje realiza aquí en preguntas y respuestas, en el dar y tomar, en el argumentar en paralelo y en ponerse de acuerdo, aquella comunicación de sentido cuya elaboración como arte es la tarea de la hermenéutica frente a la tradición literaria. Por eso cuando la tarea hermenéutica se concibe como un entrar en diálogo con el texto, esto es algo más que una metáfora, es un verdadero recuerdo de lo originario.” (Gadamer, H. G., op. cit. P. 446).
No cabe duda de que en el tema que nos ocupa –como en tantos otros que se han presentado como conflictivos- nos encontramos con un problema de comprensión, o lo que es lo mismo con un problema hermenéutico. Los métodos de interpretación de los textos sagrados han ido cambiando a lo largo de la historia. Por ejemplo, la tradición judía y la iglesia cristiana hasta el siglo XIX mantenían diferentes formas de acceso a la comprensión de los textos. En el siglo XIX surge de la mano de Schleiermacher, entre otros, lo que se ha dado en llamar el sistema gramático-histórico-literal, en el cual se pretende ir más allá de “la literalidad de las palabras y su sentido objetivo” para atender también a “la individualidad del hablante o del autor.” (Gadamer, H. G., op.cit., p. 239). Sin embargo, dicho sistema presenta ciertas limitaciones en el quehacer hermenéutico y surgen los métodos histórico-críticos que, combinando diferentes disciplinas intentan llegar al “verdadero sentido” de los textos.
Tanto el sistema histórico-gramático-literal como los métodos histórico-críticos, aunque muy útiles y dignos de ser tenidos en cuenta, no han sido capaces de dar respuesta a la cuestión principal: la comprensión. Y, en este sentido una vuelta de tuerca a la hermenéutica podría proporcionarnos una posible solución. ¿Por qué no aplicar un modelo deconstructivista? En mi opinión, este modelo aporta la consideración y asunción de la diferencia como algo valioso. Su protesta contra lo tradicional y su preocupación por poner de manifiesto que las instituciones pretenden eternizarse a costa de la vida, tienen una clara aplicación: la diferencia no debe ser un principio de marginación o discriminación; las instituciones no están por encima de la vida (en palabras de Jesús, el sábado fue hecho por causa de las personas y no las personas por causa del sábado).
Por otro lado, otra de sus grandes aportaciones es la idea de que cada nuevo contexto necesita nuevas lecturas. Lecturas actualizadas que transformen las vidas actuales de los lectores. Es necesaria una cierta flexibilidad y creatividad en la interpretación que posibiliten la destrucción de viejas estructuras y la creación de otras que respondan a las necesidades actuales de individuos y colectividades.
¿Qué conexión podemos establecer entre las cuestiones hermenéuticas y las de identidad sexual en su relación con los textos bíblicos? Para empezar, la identidad sexual es algo que no se plantea en ningún momento en dichos textos, ya que que la sexualidad humana se consituye en objeto de reflexión sólo a partir del planteamiento de uno de los filósofos de la sospecha: Sigmund Freud (1856-1939). Por tanto, resulta del todo anacrónico imponer al texto una problemática ajena al mismo. Esto quiere decir que deberíamos ser capaces de entender que, en los pocos textos en los que tradicionalmente hemos entendido una condena de la homosexualidad, lo que nos encontramos más bien es con una regulación de la homogenitalidad, íntimamente relacionada con la penetración (masculina) como impureza (ver los Códigos de Santidad en Levítico).
Por otro lado, y en el tema que nos ocupa, como en otros de índole parecida (el papel de la mujer, el divorcio, las relaciones fuera del matrimonio, el aborto, etc.) hacemos de los textos bíblicos un uso deshonesto. Apelamos a ellos únicamente para dar valor a lo que sólo es una opinión personal poco contrastada, sin ningún tipo de argumentación –o con una muy débil y poco sostenible- y que tiene que ver con una supuesta literalidad mal aplicada y bastante parcial, todo sea dicho. Creo que las ciencias bíblicas, como cualquier otra disciplina, deben ser aplicadas con todo rigor, y no se trata de renunciar al libre examen de las Escrituras, sino simplemente de reconocer nuestros propios límites, ser algo más humildes y no pensar que somos teólogos o biblistas sin serlo en realidad. De hecho, pretendemos hacer del mundo que nos rodea y de sus practicas algo sagrado de acuerdo con nuestra propia “interpretación” de eso “sagrado”, y sin embargo debemos reconocer que, a partir del cristianismo, de los textos del Nuevo Testamento y de la oferta de salvación que hace la iglesia, el mundo no es más que “este mundo” (H. G. Gadamer, op. cit., p. 200), así que ¿cómo vamos a hacernos cargo de él? ¿cómo vamos a pensarlo? ¿cómo vamos a entenderlo? ¿a través de la exclusión y la marginación de ciertos colectivos? ¿vulnerando los derechos humanos? ¿ignorando las enseñanzas y las prácticas del Maestro?
Puede que muchas personas crean que la homosexualidad es pecado, y que estén convencidas de que dicha creencia está basada estrictamente en las Escrituras, pero ello, si fuera verdad, no les legitima para privar a las personas de su derecho a vivir con dignidad y en libertad. Se cuenta que en una ocasión una mujer fue llevada ante Jesús acusada de adulterio; los que la acusaban (de forma injusta y de mala fe) estaban dispuestos a ejecutarla, e iban a hacerlo sin ninguna dilación ni misericordia, hasta que Jesús dijo: “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra.”
Una pregunta final: ¿No será que nuestros prejuicios o anticipaciones negativas están privando al texto bíblico de aportar en nuestro tiempo y en nuestra cultura alternativas reales de soluciones reales en situaciones reales?
Por Joana Ortega Raya para Lupa Protestante
Comentarios recientes