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Dom 6.4.14. “Lázaro ¡sal fuera! En contra del negocio de la muerte”

Domingo, 6 de abril de 2014

imagesDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 5 de cuaresma. Ciclo A. Jn 11, 1-46. El evangelio ofrece hoy una catequesis de la resurrección, elaborada por la comunidad del Discípulo amado, desde un fondo de recuerdos y tradiciones históricas (cercanas a las de Lucas: Marta y María, Lázaro el mendigo…).

Empecemos leyendo el texto, un prodigio de emociones, de compromisos y esperanzas, de retos y tareas… en silencio, sabiendo que Lázaro somos todos; todos somos sus hermanas y amigos.

Jesús parece ausente y lloramos, hoy de un modo especial por todos los que mueren sin sentido, al parecer antes de tiempo como si Dios no existiera.
Pero el llanto se puede convertir en gozo y compromiso a favor de la vida. En ese sentido quiero hablar al fin de tres resurrecciones. Dejemos que el texto nos hable. Su historia es la nuestra.

Texto: Jn 11, 1-46

En aquel tiempo, [un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había caído enfermo. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro.]. Las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo: “Señor, tu amigo está enfermo.” Jesús, al oírlo, dijo…

DibujosBiblicosJesucristoLaResurreccion((… y así sigue el texto, casi todo el capítulo 11 de Juan. Vaya cada uno a su Biblia y lea con calma. Es probable que le baste lo leído. Si es así, olvídese de mi comentario. Pero, si aún le quedan ganas de sentir y de pensar… puede seguir leyendo mi reflexión)).

Éste es el texto para meditar, una baile de vida (en contra del baile de la muerte de la primera imagen).

Éste es un texto para caminar, levantarse y comenzar una vida solidaria, en comunión de amor y de esperanza.

Buen domingo a todos. Buena lectura para los que continúen con mi texto.

Un comienzo

¿Qué se puede hacer? Llorar por los muertos, consolar a los que quedan, esperar la resurrección… y comprometerse a favor de la vida, aunque ello resulte peligroso apostar por ella, como Jesús, subiendo a los lugares conflictivos (¡Vayamos, y muramos con él, como dice Tomás).

Jesús es Hijo de Dios, pero no puede impedir que su amigo muera, porque la muerte pertenece a la ley de la vida. Por eso llora, porque su amigo muere…

Lázaro murió de muerte natural, pero a muchos, en cambio, les matan, de muerte violenta, los diversos tipos de asesinos, traficantes de la vida, precisamente aquellos que no quieren que Jesús resucite… pensando que así pueden obtener ventajas de este desorden del mundo que es el nuestro.

El texto no acaba con la resurrección de Lázaro, sino con la decisión de Caifás y de los sumos sacerdotes, que deciden matar a Jesús porque da la vida, porque resucita a los muertos.

El texto debe acabar con nuestra decisión intensa a favor de la vida, en contra de todos los traficantes de la muerte que dominan en los lúgubres tugurios del poder y del dinero (mientras sigue y avanza el hambre, crecen las vallas, aumentas las opresiones)

Jesús no impidió la muerte de Lázaro.

Esperó tres días antes de venir y Lázaro murió… Son los días de la vida y de muerte en este mundo, son los días de la dura realidad de la historia. Después vino, en el día de la resurrección que es tercer día (como dicen los judíos y decimos los cristianos: Resucitó, resucitará al tercer día, que es el tiempo de la culminación).

¿Por qué no vino antes para impedir que Lázaro? Se lo preguntaron las hermanas y lloró. No pudo venir antes, pero lloró. No puede impedir un tipo de muerte en este mundo, pero sufre. También llora aquí, en nuestro día, en todos los hospitales y casas de difuntos, en los campos de concentración y en las cárceles, en los lugares donde siguen reinando las bombas y el hambre…

¿Por qué no impidió que muriera Lázaro?
¿Por qué no detuvo la mano asesina?
¿Por qué no impide que las balas alcancen el cuerpo querido?
¿Por qué no derriba del trono a los poderosos, como quería María, la Madre de Jesús?
¿Por que no despide vacíos-desnudos a los ricos, como sigue diciendo la misma María?
¿Por qué no para la mano al terremoto, al tsunami, al incendio?

Jesús lloró con sus amigas. Hay acontecimientos ante los que sólo tenemos el llanto y la condena y la promesa de cambio… con la oración y la solidaridad.Oración por los muertos… pues la oración vincula a los vivos con los muertos. Una oración con voces y en silencio, porque creemos en la resurrección, como Jesús creía en la resurrección de Lázaro.

Una oración que acepta la muerte (sin entenderla), una oración que condena a los que trafican con la guerra y el hambre, con la injusticia y la opresión. Una oración de cercanía, con las hermanos y hermanos de los muertos. Una oración en solidaridad con los amigos y compañeros.

Muchas veces no se entiende. Tampoco Jesús entendía. No hizo un sermón explicando las razones de la muerte de Lázaro. Simplemente lloró.

Lázaro ¡Sal fuera!

Jesús lloró, pero creía (porque creía) en la resurrección. Y de esa forma habló, llegado el tercer día, culminado el tiempo del llanto (que es el tiempo de muerte de este mundo, un tiempo del que nadie vuelve a la historia anterior).

¡Lázaro sal fuera! Esta palabra hay que decirla desde ahora, con Jesús. ¡Salgamos fuera todos, de manera que no vivamos más de muertes, que no sigamos más aletargados, envueltos en sudarios y vendas, pactando con la violencia y la injusticia, dando cobertura a los que matan.

Esta palabra ¡sal fuera! es para todos. Tenemos que salir de un mundo en el que, de un modo o de otro, nos hemos acostumbrado a la muerte, de manera que muchos viven (vivimos) de la muerte de los demás.

Salir fuera de la tumba significa vivir para la vida, en justicia y solidaridad. Que los educadores eduquen para la paz, que los políticos gobiernen para la justicia, que los trabajadores trabajen para el bien de todos… que todos podamos vivir para la concordia, condenando la violencia de un modo radical, total…

El riesgo de los optan por la vida

El camino de la vida empieza por el llanto y la conversión. Es un camino en el que intervienen muchos factores y donde tienen responsabilidad muchas personas, empezando por los políticos y los educadores, por los dueños de la economía y los creadores de opinión, por los dirigentes de las iglesias etc.

Este camino por la vida es hermoso, pero muy arriesgado. Los que trabajan sin más por la vida, los que sacan a los hombres y mujeres de sus tumbas suelen ser perseguidos, porque hay intereses creados y muchos prefieren que las cosas sigan así. Así lo dice el evangelio:

Pero algunos de ellos fueron a los fariseos y les dijeron lo que Jesús había hecho [resucitando a Lázaro]. los principales sacerdotes y los fariseos reunieron al Sanedrín y decían:
–¿Qué hacemos? Pues este hombre hace muchas señales. Si le dejamos seguir así, todos creerán en él; y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar y nuestra nación.
Entonces uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote en aquel año, les dijo:
–Vosotros no sabéis nada; ni consideráis que os conviene que un solo hombre muera por el pueblo, y no que perezca toda la nación (Jn 11, 46-50).

Que muera uno (Jesús) para que el “buen” sistema siga… Que mueran muchos, millones, para que el sistema siga viviendo. De ese rechazo, de esa muerte de los otros vivimos…

Es peligroso optar por la vida en este mundo de muerte. Hay muchos (personas e instituciones) que prefieren mantener las cosas así, traficando con la muerte. El evangelio supone que los primeros traficantes de la muerte (¡que Lázaro se pudra!) son los dirigentes religiosos y políticos que controlan el poder desde la muerte.

Jesús protesta contra el “negocio” de la muerte

No quiero condenar en exclusiva a los políticos, ni acusar a los dirigentes religiosos (a los que acusa este evangelio), ni siquiera a los traficantes de la muerte (vendedores de armas, promotores de una economía que mata….), pues de alguna forma todos nosotros, los ricos del mundo, vivimos de una economía que crece (¡como la de España!) vendiendo más armas a los “pobres”, para que se maten…

Pero debo añadir que nadie, nunca, debería aprovecharse de la muerte de los demás para medrar, para manteniendo ningún tipo de injusticia; que nadie se aproveche de la injusticia para justificar ningún tipo de acción opresora, con el argumento de Caifás (¡matemos a Jesús para vivir todos más tranquilos).

El único valor es la vida, cada vida, por encima de la “santa nación” a la que apelaba Caifás (en pacto con el Santo Imperio de Roma)… Por eso, el evangelio sigue comentando que, en un sentido, Caifás tenía razón, porque Jesús “murió no solamente por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban esparcidos” (Jn 11, 51). Pero esa es la “razón de la muerte”, no el principio de la vida, que es la “resurrección”, en sus tres formas:

Tres resurrecciones

(a) La primera resurrección es aquella en la que creen algunos judíos y la mayor parte de los cristianos (si creen) (como Marta): “Mi hermano resucitará en la resurrección del último día”. Pero, mientras tanto ¡dejemos que la muerte siga reinando sobre el mundo! ¡Vivamos de la muerte de los otros!

Ésta es la fe de gran parte de Israel, en tiempos de Jesús, la fe de los fariseos y los apocalípticos, y en el fondo nuestra fe (si la tenemos, como he dicho). Al final de los tiempos, los muertos se alzarán de las tumbas, unos para la vida eterna, otros para la condena. Así es como creen, todavía, la mayor parte de los cristianos. Y no está mal esta fe, pero no es la esencia de la vida cristiana.

(b) La segunda resurrección está unida a la fe en Jesús: “El que cree en mí aunque haya muerto vivirá”. Es la resurrección vinculada a la experiencia del encuentro con Jesús, que vence al pecado (el poder de la muerte), haciendo que se exprese en nosotros, aquí, en este mundo, el poder de la Vida.

Ésta es la resurrección de los optan por la vida, la resurrección de los que se comprometen a vivir en contra de la muerte injusta que oprime y que mata…

“El que cree en mí… aunque haya muerto”, es decir, aunque se encuentre dominado por el pecado (por el miedo, por la ira…), recibirá el perdón, obtendrá la gracia, podrá transformarse y vivir, aquí, en este mundo. Ésta es la resurrección propia de aquellos que viven

(c) La tercera resurrección es la fe que “salta” hasta la vida eterna (como el agua de la vida). “Y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”… Los que creen de verdad (los que están vivos en Cristo) no pueden morir, no morirán nunca jamás (aunque externamente fallezcan). Nadie que vive en Cristo (es decir, en la Palabra de Dios, en el Seno de su Amor) puede morir. Cambia de vida, su vida se transforma, pero él no muere.

Ésta es la resurrección de los que creen en la vida… Nada podrá matarles, nadie les podrá silenciar…

Esta experiencia de vida (el que cree y vive en Jesús no muere) no es un engaño interior, sino la experiencia suprema de la Fuerza de la Vida, que es Dios en nosotros. De esta fe en la resurrección ya acontecida que les hace entregarse en amor por la vida de los otros siguen viviendo los auténticos creyentes.

Apéndice 1. Marta judía, esperanza de resurrección.

La fe en el Amor que resucita a los que han muerto por amor (o asesinados por los sistemas de violencia de la historia) constituye, a mi entender, el punto de partida y centro del verdadero judaísmo, ras la catástrofe del 70 d. C. y la codificación de Misná y Talmud. Ciertamente hubo (y hay aún) otros modelos de identificación, pero este es el más significativo: los judíos se han mantenido fieles al amor de elección de Dios porque han esperado, en gesto de amor, el día de la Resurrección, que se identifica con el Reino. Por eso mantienen el testimonio y recuerdo de sus mártires, que esperan la justicia que responda a la opresión e injusticia de su muerte, no por venganza, sino por fe en la gloria y la verdad de Dios.

Ese futuro de resurrección define el triunfo de la gracia y hace posible que los fieles se mantengan unidos fielmente, sin más seguridad que su esperanza de Reino, aunque hayan estado sometidos bajo duros estados y poderes, controlados en gran parte por cristianos y musulmanes. Esos poderes y estados asumen el orden, controlan la administración, pueden dominar por la fuerza de ‘su Dios’ a los vasallos, pero en el fondo no necesitan ‘creer’ en Dios ni en resurrección, pues controlan y poseen desde ahora un poder divinizado. Por el contrario, los judíos sometidos bajo el dictado de los grandes poderes sólo tienen la autoridad que les ofrece el amor y la esperanza de resurrección, es decir, el Reino.

Se ha dicho a veces, citando de manera interesada a Nietzsche, que la esperanza judía brota del resentimiento de aquellos que no pudieron triunfar en el mundo, generando así una moral de esclavos e incapaces. Pues bien, en contra de esa acusación, podemos afirmar que los judíos han sido testigos de un amor más alto y que han podido expresarlo y cultivarlo en gratuidad, sin imponerse por la fuerza sobre el mundo. Significativamente, Nietzsche volvió a divinizar el rito pagano del eterno retorno, esto es, la fuerza que siempre permanece, evadiéndose con ello de la tarea del presente. Por el contrario, la esperanza de futuro no ha sido para los judíos un motivo de evasión, sino todo lo contrario: fuente de fidelidad al mundo presente, principio de una historia abierta a todos los pueblos de la tierra.

La resurrección no es huída de este mundo, como puede suceder con la experiencia sacral de la inmortalidad del alma cuando afirma que esta realidad que vemos y tocamos es sólo una apariencia. La afirmación del eterno retorno de Nietzsche devaluaba el instante concreto de la historia, pues la introducía en la rueda infinita de los giros cósmicos, donde nada permanece. Por el contrario, la esperanza de futuro consagra y ratifica la historia actual, el amor del presente, haciendo que podamos vivirlo con toda intensidad, como revelación de Dios y apertura generosa a los demás, sin imposiciones ni violencias. De esa manera, el judaísmo, configurado como pueblo de la resurrección, ofrece un testimonio de apertura concreta y universal porque espera la manifestación de Dios, no solo para los judíos, sino para todos los pueblos de la tierra.

Apéndice 2. Marta cristiana, Mesías ya resucitado.

Como ha puesto de relieve el discurso de Pablo ante el Sanedrín (cf. Hech 23, 1-10), cristianos y fariseos (herederos del viejo Israel, que perdura y se mantiene tras la caída del templo) fundan su camino y ofrecen su propuesta a partir de una misma esperanza y experiencia de resurrección. El judaísmo nacional la aplica a la vida y futuro del pueblo, al que Dios resucita después de cada crisis. Los cristianos afirman que la resurrección se ha expresado y culminado ya en la historia y pascua de Jesús, a quien había crucificado la autoridad del sistema. De aquí se deducen dos consecuencias.

1. El tiempo se ha cumplido (cf. Mc 1, 5; Gal 3, 3-4). La resurrección se ha iniciado por Cristo, como acción final de Dios, que unifica en amor a todos los humanos, de manera que ella puede ser objeto y tema de experiencia y comunión actual, más que de simple esperanza.

2. El mediador o testigo de la resurrección es el que ha dado la vida por los otros (con y como Jesús). Testigos de la resurrección son con él quienes ofrecen lo que son y lo que tienen al servicio de la vida.

Ciertamente, los cristianos siguen esperando la victoria completa del Cristo. Pero añaden que Jesús ha resucitado ya, de manera que su amor (la vida del futuro, la unidad de todos los humanos) puede extenderse y realizarse ya en la tierra, dentro de la historia. Ellos piensan que la misión básica del judaísmo nacional se ha cumplido, de manera que los nuevos judíos mesiánicos (= cristianos) se atreven a testimoniar desde ahora la comunión universal de Dios sobre la tierra.

El sistema político-económico no cree en la resurrección, sino sólo en un talión (¡el suyo!) que se mantiene invariable, siempre vencedor, en eterno retorno de violencia, sobre los procesos de la humanidad, elevando a unos y humillando a otros, pero imponiendo la misma opresión de la fortuna: no acepta trascendencia, ni resurrección de gracia. Por el contrario, el mesianismo cristiano cree en la resurrección, realizada en Jesús y abierta a todas las personas, ratificando así la gratuidad y entrega de la vida por los otros. Por eso se atreve a superar la identidad nacional del judaísmo, no para negarlo y destruirlo con violencia (como han querido hacer los perseguidores), sino para ofrecerle humilde y gozosamente el testimonio de su universalidad.

Lógicamente, los cristianos ya no se limitan a esperar la resurrección, aguardando su llegada final, cuando Dios invierta la suerte de los hombres y confirme el valor de los rechazados y asesinados de la historia (como tiende a pensar el judaísmo); ellos confiesan que la gracia de Dios se ha expresado y encarnado ya en la pascua de Jesús como triunfo de la vida que se entrega y regala, se acoge y comparte. La resurrección no es algo que vendrá, sino que ha venido y se ha ‘encarnado’ (se ha realizado) en Cristo: es gracia de Dios, es la expresión y experiencia de la vida que se tiene en la medida en que se entrega a los demás, que culmina y triunfa en la medida en que se pierde, creando comunión.

La imposición de un sistema de poder proviene del miedo de la muerte, que sigue triunfando y domina sobre los humanos con su fuerza. En esa línea ha interpretado Pablo la exigencia y tragedia de la Ley, necesaria pero siempre insuficiente. Vivir bajo el dictado del sistema-ley significa asegurar lo que somos y tenemos, pues no tenemos ni somos más que aquello que podemos dominar y manejar con nuestras propias fuerzas. Por ella nos mantenemos en lucha permanente, de tal forma que el ‘dios’ de la pura historia humana viene a presentarse como guerra de todos contra todos. En contra de eso, la fe cristiana en la resurrección rompe la ley de violencia del todo que quiere divinizarse a sí mismo, pues cada individuo descubre en amor que posee un valor infinito y que puede amar a los demás, pues ha sido amado en Cristo, por encima de la muerte.

En el fondo, la resurrección cristiana se identifica con la gratuidad: con el hecho de que los hombres comparten la vida y la tienen de verdad en la medida en que la entregan. No deben aguardar al fin del tiempo: ya ahora, aquí, ellos viven la experiencia de la pascua realizada. Así recibe su valor y realidad el otro (cualquier prójimo): signo y presencia concreta de Dios. Cada individuo vale por sí mismo, es infinito, no como parte de un sistema glorioso y permanente, sino porque, en su mismo pequeñez, donde el sistema le niega o expulsa, es presencia y vida de Dios, vida que puede compartirse en amor con otros a quienes la regala. Por eso, entregar la vida no es perderla, sino confiarla al Dios-Amor y recuperarla en forma pascual. Así lo muestra la historia de Jesús, que los cristianos entienden como presencia del Reino de Dios y verdad del judaísmo.

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