Del blog Dominio Público del diario Público:
María Jesús Méndez
Directora de MíraLES Magazine y de la revista Oveja Rosa
Hoy se celebra el Día de la Visibilidad Lésbica. ¿El día de qué? Sí, el día en que se conciencia a la sociedad, y a las mismas lesbianas, que existimos, que somos más que un anuncio publicitario para atraer el consumo de los hombres, que la vida es mejor y más grata fuera de los armarios.
Ante la siempre típica pregunta de ‘¿dónde están las lesbianas?’, ‘¿por qué no son tan visibles como los gays?’, podemos decir que ser lesbiana en 2014 se parece mucho a ser una persona más, indistinguible en un grupo de gente, en una masa humana que se desplaza en el metro con escasa expresión facial un lunes por la mañana.
Ser lesbiana en 2014 es ser una mujer que estudia, trabaja, busca empleo, emprende, vota, se embaraza, se casa, se divorcia. Una poliamorosa o alguien que comparte lecho con una sola mujer durante gran parte de su vida. Una lesbiana tiene sexo ocasional, sexo con amor, sin amor, con deseo o sin él. Tiene la regla, aún no le llega, o ya la ha dejado partir. Mujer que sueña, que crea, que ve la televisión, que un martes por la tarde se entera de que su madre tiene cáncer, y lucha, y un domingo reúne a la familia para celebrar el cumpleaños número 85 de su abuela.
Tan normal que otros tiempos, no demasiado lejanos, llegan a parecernos ajenos. Como supongo que para muchas mujeres parecían ajenas las historias previas a 1985 en España. Cuando tomar la decisión de no acabar un embarazo podía estigmatizarlas y recluirlas en la cárcel. Hasta 1985 estaban los viajes a Londres para abortar (para quienes podían pagarse ese lujo), las aborteras del barrio que usaban cánula y aguja, el agua caliente en los pies mezclada con mostaza y caldo de perejil, el perejil en la vagina para contraer el útero, y muchos procedimientos caseros que quitaban la vida a unas 3 mil mujeres cada año, por complicaciones e infecciones.
La legalización del aborto, el reconocimiento legal de una mujer a decidir sobre su cuerpo… ya tan normalizado que parece que siempre ha estado ahí. Hasta que ha dejado de estar. Hasta que el gobierno ha decidido condenar la libertad femenina con una dura ley antiabortista.
Subir un escalón no es garantía de que no volveremos a bajar. O de que algún día la escalera se derrumbe por completo. El hábito de dar las cosas por sentadas es muy peligroso. Nos condena a construir un futuro que no tiene en cuenta su pasado.
Hace dos años murió torturado y golpeado un joven chileno por ser gay, Daniel Zamudio. El crimen fue tan horrible que conmovió a la sociedad chilena y hasta una ley antidiscriminación surgió de esa indignación popular. Parecía que se había aprendido una lección. Pero hace unos meses, en el mismo hospital en que Zamudio perdió la vida, falleció Esteban Parada, con las costillas rotas y el cuerpo apuñalado por su orientación sexual.
Subir un escalón no es garantía de que no volveremos a bajar.
Ser lesbiana en 2014, en España, es ver películas y series en las que aparecen otras mujeres con la misma orientación, es alegrarse porque presentadoras y actrices reconocen abiertamente su homosexualidad (Ellen Page, Ellen DeGeneres, Jodie Foster, etc), porque Disney introduce entre sus personajes a la primera pareja de madres lesbianas, es sentir que se hace justicia cuando el director de un colegio español es imputado por negar la matrícula a un niño con dos padres.
Ser lesbiana en 2014, en España, salvo alguna cosa, como diría Rajoy, es una agradable burbuja atemporal. A unos kilómetros, en el continente africano, ser lesbiana es un delito en 38 países. En otros es justificación de asesinato, violaciones, y cadena perpetua.
Veinte años después de la legalización de la homosexualidad en Rusia, el parlamento aprobó una ley para prohibir la “propaganda homosexual”, abriendo la puerta a una sistemática ola de crímenes impunes contra gays y lesbianas.
En enero se cumplieron 35 años de la despenalización de la homosexualidad en España, país que ostenta el título de mayor aceptación a esta orientación sexual. Pero subir un escalón, o 35, no es garantía de que no lo volvamos a bajar.
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