“Teresa de Jesús y la Biblia (II): Las tentaciones”, por Gema Juan, OCD.
De su blog Juntos Andemos:
La narración de las tentaciones aparece en los tres evangelios sinópticos: Mateo, Marcos y Lucas. A lo largo de los escritos de Teresa se puede ver cómo ha comprendido este importante pasaje evangélico, que viene a ser un resumen, a la vez que un programa de la vida de Jesús.
Hay referencias explícitas al texto bíblico pero, sobre todo, una larga resonancia. Teresa mira a Jesús, su respuesta a la tentación, su opción de amor y fidelidad. Y pide «poner los ojos… en el verdadero camino», en el que hizo Jesús, para descubrir quién es Él y seguirle.
Avisa de la necesidad de considerar «el camino que Su Majestad tuvo en esta vida». «Declara algunas tentaciones», da remedios para ellas… Dirá: «Vivimos en vida tan incierta y entre tantas tentaciones y peligros, [que] dice bien su Majestad enseñándonos que pidamos y él lo pide para sí: «mas líbranos de mal, amén». Por eso, insistirá en que «mirando Su vida» se descubre cómo responder a la propia.
Muy brevemente, pues hay sobrados estudios sobre este pasaje evangélico, las tres tentaciones vienen a decir lo siguiente:
– Si eres Hijo de Dios… la tentación de usar a Dios, de utilizarle en propio beneficio. Un Dios que es casi un amuleto y ofrece ventajas a sus servidores.
– Si eres Hijo de Dios… la tentación de poner condiciones a Dios, de exigirle. De buscarle y hacerle presente a través de lo espectacular y grandioso. La tentación del prestigio.
– Si te postras y me adoras… la tentación del poder. Que puede ser pactar con la fuerza o con los fuertes del mundo. La tentación del uso del poder para lograr el objetivo del Reino.
Habría un denominador común: la obediencia de Jesús a la palabra de Dios. Una idea que recorre la vida de Jesús de principio a fin y que le lleva a su gran decisión de asumir voluntariamente la subida a Jerusalén y la pasión. Y una lección fundamental que recoge continuamente el Nuevo Testamento: que el camino de la vida es camino de muerte.
Teresa dirá a sus hermanas –y en ellas a todo creyente–: «O somos esposas de tan gran rey, o no». O somos seguidores, o no. Y seguir a Jesús es entrar en el camino de la pasión, de la entrega que genera vida. Eso significa «padecer con Él», en boca de ella. No es autoinmolarse o buscar heroicidades imposibles, es entrar, desde la confianza, en la obediencia.
Es poner «los ojos en el Crucificado», porque eso conduce a descubrir su presencia real en el mundo y lleva a buscar el bien de los demás, a entregarse «mirando cómo o por dónde [les] podéis hacer placer y servir». Quienes entran en la obediencia de la fe «aman muy diferentemente… no aman sino verdades», concluye.
Teresa resalta la respuesta que Jesús dio a las tentaciones, cuando dice: «¿Qué fue toda su vida sino una continua muerte?». Entiende que Él no se enfrentó cuarenta días, en el desierto, a la tentación y la dejó allí, resuelta para el resto de su vida. Por eso, advierte al comienzo de las Moradas: «Mirad que en pocas moradas de este castillo dejan de combatir los demonios».
El demonio, dirá, es «un gran pintor». Pinta un Dios manejable y un superhombre, dibuja una vida fácil para quien se pliega a la mentira e inventa la mayor falacia, la de una felicidad apoyada en la infelicidad ajena. Por eso, añade: «Es amigo de mentiras y la misma mentira».
Teresa ha bebido en el evangelio, por eso descubre la tentación en la vida. Dirá que hay quienes parece que «quieran seguridad de algún interés», como si Dios debiera cubrir y asegurar. Como si Él tuviera que ocupar el lugar de la persona y ocuparse de lo que le corresponde a ella. Y responde tajante a la tentación: «No pensemos que está todo hecho… echemos mano del obrar mucho y de las virtudes, que son las que nos han de hacer al caso».
Advierte: «Hay algunas personas que por justicia parece quieren pedir a Dios regalos». Quieren que Dios haga lo que desean, en vez de buscar «toda palabra que sale de la boca de Dios». Le exigen, en definitiva, un modo de portarse para estar con Él. Les queda ante Dios «un no sé qué de parecer se merece algo por lo servido». Creen que «merecen» y reclaman a Dios.
Teresa ha visto que Dios no tiene en cuenta la «sangre ilustre», que su bondad no llega por cauces humanos de «señoríos, riquezas, honras». Cauces de poder, en definitiva. «Por donde pensáis acrecentar, perderéis», avisa. Por ahí va la tentación.
Hablará de los «extraños reveses [que tienen] estos señores que todo lo pueden». De la «desventura y ceguedad» que lleva postrarse ante la mentira y mentira, decía ella, es «llamar señores a… esclavos de mil cosas» y es todo «lo que yo no veo va guiado al servicio de Dios».
«¡Qué espantados nos traen estos demonios, porque nos queremos nosotros espantar con otros asimientos de honras y haciendas y deleites!, que entonces, juntos ellos con nosotros mismos que nos somos contrarios amando y queriendo lo que hemos de aborrecer, mucho daño nos harán». Este es el resultado de vivir como no-hijos, de no fiarse, de no vivir de cara a la «vida de todas las vidas». Jesús hizo lo contrario: fiarse y obedecer, asumiendo hasta el fondo la condición de hijo, de modo que «no retuvo el ser igual a Dios… y se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres».
Para seguir a Aquel que se revela como verdadero Dios y como verdadero hombre, vuelto al Padre y a los hombres por solo amor, Teresa marca un camino claro y lleno de veredas: «Quien muy de veras ama a Dios», no puede «amar vanidades… ni riquezas, ni cosas del mundo, de deleites, ni honras; ni tiene contiendas ni envidias. Todo porque no pretende otra cosa sino contentar al Amado». Esos, dice Teresa «van por el camino del amor como han de ir, por solo servir a su Cristo crucificado».
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