La llamada a los vivientes.
Del blog À Corps… À Coeur:
La experiencia fundamental y la revelación en nosotros de lo divino, es el acto creativo.
Abrir esta brecha de trascendencia en nosotros exige que nos coloquemos en este lugar único en el que brota y donde el acto de fe, la creación poética y la acción revolucionaria no son más que uno.
El gran arte nos ofrece el modelo más evidente de esta trascendencia. Llamo gran arte (refiriéndome, en lo esencial, a las artes no occidentales o al arte occidental antes del Renacimiento) a lo contrario del arte individualista que busca la singularidad cueste lo que cueste, debido tanto a que tiene como objetivo la integración en el mercado y la competencia, y porque es sólo reflejo de un mundo destrozado en migajas y sin esperanza.
El gran arte no es reflejo sino proyecto, exploración y experimentación de mundos posibles. Más allá de su creador, la obra suscita no espectadores o consumidores pasivos, sino celebrantes de esta vida que está naciendo, co-creadores de la creación. Ni siquiera de la creación artística, sino de la creación simplemente
Esta imaginación tiene valor profético y subversivo, porque hace entrever posibilidades cuyas condiciones no están contenidas en lo que ya existe. Nos sugiere que el mundo no es una realidad ya hecha, sino una obra que hay que crear.
Desde esta perspectiva, la educación consiste no en preparar al niño para adaptarse a la orden existente o a sus exigencias técnicas o políticas, para cebarlo de saberes y de respetos, sino en mostrarle los caminos para acceder a la trascendencia, es decir a la invención del futuro. A hacer emerger la trascendencia más allá de todos los acondicionamientos.
La verdadera educación no es dogmática sino profética. Es subversiva porque enseña a vivir de manera creativa, incluso en medio del caos, a no basar nuestra esperanza en las derivas de la naturaleza o de la historia, sino a tomar conciencia de que es posible vivir de otro modo.
Las consecuencias prácticas y concretas, de esta afirmación intransigente de la trascendencia son esencialmente revolucionarias.
Las únicas revoluciones posibles son las revoluciones que no ignoran esta dimensión transcendente del hombre, que no hacen caso omiso de lo divino, las que se fundan sobre esta certeza de la fe: el fondo último de la realidad es un acto de esta libertad creadora que llamamos Dios.
Ser revolucionario, es ser un creador de esta realidad, es participar en la vida divina.
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Roger Garaudy, en La llamada a los vivientes
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