“La columna no escrita” , por Paco Tomás.
Un buen artículo que hemos leído en El Asombrario&Co:
Javier Fernández, sobre sus palabras sobre los gays: “Hay gente que lo entendió mal”
Javier Fernández, sobre sus palabras sobre los gays: “Hay gente que lo entendió mal“
La columna no escrita , por Paco Tomás
Autorretrato del patinador Javier Fernández, abanderado del equipo español en los Juegos Olímpicos de Sochi, publicado por el deportista en la red social Instagram.
Pedir a los homosexuales que “se corten” es muy peligroso, es dar argumentos a quienes los condenan incluso a pena de muerte. Lo dijo, se lió o fue malinterpretado Javier Fernández, abanderado del equipo español en los homófobos JJ OO de invierno en Rusia. Luego se disculpó, y eso, dados los tiempos que corren, ya es mucho. Paco Tomás reflexiona en su columna sobre el significado de sufrir en carne propia un ‘linchamiento’.
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A modo de prólogo diré que nunca he logrado aficionarme a esa peligrosa satisfacción que siente un grupo, más o menos amplio, al notarse poderoso por concentrar su fuerza como oposición, incluso ataque, contra una sola persona. Tal vez sea una evocación de aquel “seis contra uno, mierda para cada uno” con el que nos defendíamos en el patio del parvulario. No me gustan los linchamientos, ni siquiera los de aquellos que no dudarían un segundo en hacerlo conmigo, y siempre intento que el sentido del equilibrio me permita llegar al final del alambre sin romperme una pierna. Solo la rectificación atenúa la intensidad de mi argumentario; el perdón de aquel que ridiculizó, menospreció, agredió verbalmente, insultó y, tras ser consciente de su error, se disculpa. Para mí no es lo mismo escribir un artículo incendiario contra el obispo de Alcalá de Henares o contra Javier Hurtado, ese joven militante del PP que le dijo a una mujer que protestaba contra la reforma del aborto que era “muy fea, igual te hubieran abortado”. No es igual porque ellos jamás piden perdón, jamás reconocen que sus fobias generan odios que fomentan la violencia, porque creen que están en posesión absoluta de la verdad y que el resto debemos someternos a sus criterios y valores, sin libertad alguna de decisión. Su intransigencia alimenta mi obstinación. Es natural. Lo que ya no lo es tanto es seguir atacando cuando se ha rectificado.
Puede que esta larga justificación tenga más que ver con la necesidad de explicarme que con su interés, como lectores, en conocer lo que sucede en mi cabeza cuando me siento en el escritorio, frente al documento en blanco, y empiezo a escribir esta columna. Estoy seguro de ello. En cualquier caso, todo lo escrito aporta razones por las que he estado a punto de no publicar esta columna contra las recientes declaraciones del abanderado español de los Juegos Olímpicos de Invierno, el patinador Javier Fernández. En el momento en el que leí su opinión, esa en la que animaba a los atletas homosexuales en Sochi a que ‘se cortasen un poco’ durante los Juegos y luego siguiesen con su vida, sentí la necesidad de contestar a su falta de empatía, a la injusticia que subrayaba esas palabras, a su ceguera, con un artículo inflamable. Pero cuando el patinador se disculpó, se excusó en la mala interpretación de sus palabras, comprendí que hacer leña de un árbol, que si bien no había caído sí había recibido un buen hachazo, no era algo que me hiciese sentir cómodo.
Independientemente de que nos creamos sus argumentos, aceptemos que siempre existe la posibilidad de que un comentario se saque de contexto o se malinterprete, o que pensemos que lo importante no es lo que se dice sino lo que se piensa, opino que, tras la disculpa, no se puede atacar con la misma intensidad con la que responderías si, al otro lado del debate, solo hubiese empecinamiento. Si yo alguna vez cometo un error, me gustaría que con mi disculpa, al menos se abriese un paréntesis de moderación. Sobre todo en un país como el nuestro, donde la aceptación de responsabilidades y el perdón parecen estar gravados con un 50% de IVA y por eso no los usa nadie.
Por eso no he escrito la columna ofendida que tenía en mente el pasado viernes. Ya no es necesaria. Al leer la disculpa de Javier Fernández noto cómo se ha puesto, inconscientemente, en la piel de la víctima. Al menos eso quiero pensar. Él declara: “No sabes cómo se sufre al ver que todos se ponen contra ti porque un periódico saca algo de contexto que yo no he dicho”. Te equivocas Javier. Sí lo sabemos. Cualquier ser humano que haya sufrido una persecución lo sabe. Los gays y lesbianas rusos lo saben. De hecho, hasta les apalean y les encarcelan. Por sentir.
No se puede dejar de ser quien uno es por unos días. No se puede ser gay en horario de oficina. No se puede limitar el sentimiento a la intimidad. Eso es colaborar a hacer de este mundo un infierno aún mayor. No voy a cortarme, Javier. Me he pasado muchos años de mi vida, muchos, cortándome. Me corté tanto que casi me desangro. Así que no. No voy a cortarme. Nadie debería cortarse. Lo que esta sociedad global necesita son personas que se coloquen a nuestro lado frente a la sinrazón, a la intransigencia que vulnera los Derechos Humanos, y no opiniones que nos animen a autolesionarnos.
Así que, Javier, si sufriste durante 24 horas el infierno de sentir que todos están contra ti, intenta que, de ahora en adelante, ese sentimiento espantoso te ayude a empatizar con las víctimas. Que eso que sentiste, que es una nimiedad comparado con lo que sufre un gay o una lesbiana ante la intolerancia y el fundamentalismo religioso y político, te haga aún mejor para que así no vuelvas a situarte, sin querer, en el bando de los malos.
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