“Amad a vuestros enemigos” . Domingo 23 de febrero de 2014. 7º domingo de tiempo ordinario.
Leído en Koinonia:
Lv 19,1-2.17-18: Amarás a tu prójimo como a ti mismo
Salmo responsorial 102: El Señor es compasivo y misericordioso
1Cor 3,16-23: Todo les pertenece, ustedes de Cristo, y Cristo de Dios
Mt 5,38-48: Amen a sus enemigos
Todos estamos llamados por Dios a ser santos, a ser perfectos, como el mismo Padre lo es; y el camino para llegar a la plena santidad es el amor: amor a Dios y a los hermanos, amor a los que sufren, amor a sí mismo, a la familia, amor a la naturaleza, al cosmos-caos entero.
Las tres lecturas de hoy podría considerarse que están centradas en el tema de la «santidad por el amor».
La primera lectura, un fragmento del «código de santidad» del libro del Levítico, presenta una imagen de santidad mediada por la responsabilidad con el prójimo; es decir, que el camino para llegar a Dios y lograr la santidad comienza con el respeto hacia la vida y la dignidad del otro. Este criterio es el centro de la Ley y los Profetas, el eje que determina nuestra verdadera relación con Dios, el elemento fundamental de la fe, ya que a través de la apertura a los demás es como ciertamente somos partícipes de la promesa de salvación dada por Dios a su pueblo.
Pablo, en la primera carta a los Corintios, considera al ser humano como templo de Dios y morada del Espíritu. Con ello está diciendo que cada persona es presencia concreta de Dios en la historia humana. Este templo del cual habla Pablo es la comunidad cristiana de Corinto, en donde la Palabra anunciada ha sido escuchada y ha surtido efecto. La intención, entonces, de Pablo es advertir a sus oyentes de los peligros que acechan ese templo y que amenazan con destruirlo; esos peligros se encarnan en aquellos que pretenden anular el mensaje de Cristo crucificado a través de discursos provenientes de la sabiduría humana, que rechazan la vinculación e identificación de Dios con la debilidad humana y la solidaridad de Dios con los marginados de la sociedad. El mensaje de Pablo es supremamente importante, pues comprende que el verdadero templo en donde habita Dios son las personas, es en la vida de la humanidad, en los hombres y mujeres de todo el mundo, sin distinción de raza, cultura o religión; de esta manera Pablo supera la reducción de la presencia viva de Dios a una construcción, a unas paredes o a un “lugar” específico de culto. Son las personas el lugar verdadero donde debemos dar culto a Dios; son las personas el lugar privilegiado en donde toda nuestra fe se debe expresar, especialmente con aquellos hombres y mujeres, que, siendo santuarios vivos de Dios, han sido profanados por la pobreza, la violencia y la injusticia social.
El elemento fundamental del proyecto cristiano es presentado en esta sección del evangelio de Mateo: el amor. Este amor propuesto por Jesús supera el mandamiento antiguo (Lv 19,18) que permite implícitamente el odio al enemigo. Lo supera porque es un amor que no se limita a un grupo reservado de personas, a los de mi grupo, o los de mi etnia, o a mis compatriotas, o a los que me aman, sino que alcanza a los enemigos, a los que parecerían no merecer mi amor, o incluso parecerían merecer mi desamor. Es un amor para todos, un amor universal, expresión propia del amor de Dios que es infinito, que no distingue entre buenos y malos. Ser perfecto, como Dios Padre lo es, significa vivir una experiencia de amor sin límites, es poder construir una sociedad distinta, no fundada en la ley antigua del Talión («ojo por ojo, diente por diente», que ya era una manera primitiva de limitar el mal de la venganza), sino en la justicia, la misericordia, la solidaridad, enmarcados todos estos valores en el Amor.
Como seres simbióticos que somos, que no podemos vivir nuestra vida aisladamente, sino que incluso para llegar a ser necesitamos de la convivencia, la compañía, el diálogo… la dimensión moral nos es de inevitable abordaje. No podemos convivir sin alimentar y suavizar continuamente los límites de nuestras relaciones. No hay sociedad humana sin moral, sin derecho, sin ley, sin normas de convivencia. Por su parte, la dimensión religiosa no podría no incluir esa dimensión esencial.
En el Primer Testamento vemos que la mayor parte de los mandamientos son negativos, marcando lo que no se puede hacer, los límites que no se deben traspasar. Es un primer estadio de la moral.
El Evangelio da un salto hacia adelante. Parecería no estar preocupado tanto por los límites cuanto por el «pozo sin fondo» que hay que llenar, la perfección del amor que hay que alcanzar, lo cual no se consigue simplemente evitando el mal, sino acometiendo el bien. Con el Evangelio en la mano, no estaríamos consiguiendo el bien moral supremo, la santidad, simplemente omitiendo el mal, porque podríamos estar pecando «por omisión del bien». Y, como dice santo Tomás, el mandamiento del amor siempre resulta de algún modo inasequible, pues nunca podemos dar cuenta plena de él, siempre se puede amar con más entrega, con más generosidad y más radicalidad. Es típica del Evangelio la propuesta del amor a los enemigos, el amor humanamente más inasequible y racionalmente más difícilmente justificable.
No obstante, la propuesta de esta liturgia de la palabra de una santidad a la que se accedería por el amor, casi como en un acceso privilegiado o casi único, habríamos de adicionarle alguna matización. A la santidad cristiana no se accede sólo por el amor práctico, por la práctica moral o ética. Es cierto que en la historia de las religiones el cristianismo se ha hecho famoso como la religión que más ha organizado la práctica del amor, y por el hecho de que su presencia va acompañada siempre con las «obras de caridad» (hospitales, escuelas, centros de promoción humana, leprosarios, atención a los pobres, a los excluidos…) que le son características. ¿Pero bastará el amor?
¿Y la dimensión espiritual? ¿La espiritualidad, la contemplación, la mística… dónde quedan?
Obviamente, no estamos ante una alternativa amor-caridad/espiritualidad-mística, y los grandes santos de la caridad han sido también grandes místicos. No se trata de una alternativa (o una cosa o la otra), sino de una conjunción necesaria: las dos cosas. Porque las dos se interpenetran perfectamente. De hecho, el santo también es un «contemplativus in caritate», vive la contemplación en el ejercicio de la caridad. La Espiritualidad de la liberación acuñó la famosa fórmula: «contemplativus in liberatione»… como un perfecto ensamblaje entre acción y contemplación, práctica moral y mística.
En realidad, cuando se vive la mística, la moral brota espontáneamente. Sin duda, el cristianiso está desafiado a cambiar su modo de acceder a lo moral, que no ha de ser ya tanto un acceso directo, «moralizante», insistiendo en los preceptos y sus amenazas o castigos, cuanto en un acceso indirecto, por la vía de la mística, de la experiencia mística, que no deja de ser la experiencia misma del amor.
El Concilio Vaticano II, cuyo 50 aniversario se aproxima, abrió un panorama hasta entonces inusitado, el de la «universal llamada a la santidad», una santidad que anteriormente muchos cristianos consideraban reservada a los considerados entonces «profesionales» de la santidad (los monjes, los religiosos, el clero…pero no el común de los fieles.
El evangelio de hoy está recogido en la serie «Un tal Jesús» de los hermanos López Vigil, en el capítulo 55, «Ojo por ojo, diente por diente», que puede ser escuchado aquí (http://untaljesus.net/audios/cap55.mp3) y cuyo guión –con un comentario bíblico-teológico incluido- puede ser recogido aquí (http://untaljesus.net/texesp.php?id=1300055).
Para la revisión de vida
¿Cuáles fueron los motivos de moralidad que me transmitieron cuando me educaron? ¿Temor al castigo eterno? ¿Deseo del cielo? ¿Obediencia ciega a mandatos dictados por Dios soberano?
Dice la Iª Carta de Juan: en la plenitud del amor ya no cabe el temor… ¿Cuáles deben ser los nuevos motivos fundamentales de mi buen obrar moral?
Para la reunión de grupo
– ¿Qué ideas comunes tiene el pueblo cristiano sobre la santidad? ¿Y qué imagen de santidad predomina? ¿Es una imagen actualizada o dependiente de la imaginería medieval?
– ¿Qué pasa con la espiritualidad en el cristianismo? ¿Existe preocupación en la catequesis cristiana por «iniciar» a la espiritualidad y a la mística a los catequizandos, o se considera que ése es un campo que no compete a la catequesis? ¿Por qué se ha puesto mucho más acento en formar para la moral que para la mística?
– ¿Y en las parroquias y comunidades cristianas, qué «mistagogía», qué iniciación a la mística se trata de dar?
Para la oración de los fieles
– Por nuestra sociedad mundial, en trance de pasar de una moral externa justificada por el temor al castigo, hacia una moral sin amenazas ni miedos, para que realice suavemente esta transformación…
– Para que también los cristianos nos dejemos influenciar por todo lo bueno que encontramos en la vida de tantos hombres y mujeres, de tantos pueblos y religiones, como algo con lo que Dios nos interpela y nos ayuda a crecer en santidad y en comunión…
– Para que la sociedad humana vaya convergiendo en sus convicciones sobre la dignidad humana, sobre ética básica imprescindible, y en toda sociedad se afiancen sus valores básicos…
– Para que nos hagamos conscientes de que todos estamos llamados a la madurez, a la plenitud, a la santidad…
– Para que todos los humanos nos sintamos libres, gratuita y gozosamente atados al Bien, a la Verdad, al Amor y la Justicia, como pilares esenciales de nuestra propia naturaleza…
– Para que nuestras comunidades cristianas no pierdan de vista que tan importante es iniciar a la moral como a la mística, y articulen iniciativas y prácticas pedagógicas para ayudarnos conocer y vivir la experiencia mística…
Oración comunitaria
Dios nuestro, a quien reconocemos presente en Jesús, impulsando hacia adelante el sentimiento moral de la Humanidad, con su propuesta del amor mayor, el amor que da la vida por los amigos, el amor que ama incluso a los enemigos. Ayúdanos a vivir a fondo este amor, y a que esa vivencia sea una experiencia mística, que nos afiance en el mismo Amor. Nosotros te lo pedimos inspirados por Jesús, nuestro hermano mayor. Amén.
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