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Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso.

Lunes, 27 de enero de 2014

Ya que, debido al incidente que nos tiene preocupados, no hemos podido trabajar en el blog durante esta semana, traemos hoy este precioso texto que hemos conocido gracias a Homoprotestantes ya que el objetivo de la UNIDAD de todos los cristianos bajo el ÚNICO pastor que es Jesús, el Cristo, es una carrera de fondo en la que no podemos desfallecer.

Semana de Oración para Unidad de los Cristianos
Is 49, 3.5-6/Sl 39/1 Co 1, 1-3/Jn 1, 29-34

¿Quién no ha experimentado nunca el efecto balsámico que tienen unas palabras de confianza, de coraje, de ánimo en un momento determinado de nuestra vida? Especialmente aquellas palabras que nos hacen sentir que nuestro trabajo no es en vano, que lo que hacemos – a pesar de nuestras humanas limitaciones y que aquello mismo que estamos haciendo no sea para enmarcarlo –, tiene valor para alguien, aunque sólo sea para una persona. Quien jamás ha recibido tales palabras sabe muy bien la sed que anida en su alma por oírlas alguna vez. Y eso aunque uno sepa, de tantas veces que se lo han dicho, que debe hacer las cosas para el Señor sin esperar ningún humano agradecimiento a cambio. Cuando esta palabra de ánimo, de reconocimiento, llega es como el agua fresca cuando uno tiene sed; es como el bálsamo que suaviza y cura cualquier herida.

Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso. Parece que Dios nos conoce bien, ¿no? Que conozca perfectamente que también nosotros, de vez en cuando, necesitamos oír estas palabras de ánimo y fuerza. Porque justamente es la palabra que el profeta recibe de parte de Dios para su pueblo: Estoy orgulloso de ti. Y la Palabra de Dios no es palabra muerta, en todo caso somos nosotros los que ahogamos esta Palabra o la hacemos improductiva. La Palabra de Dios es palabra viva, que invita siempre a no quedarnos contentos, a no sentirnos “sobraos”; sino que es una palabra dinámica, cargada de poder para seguir adelante, para no quedarnos anclados en tiempos pasados, aquellos que siempre pensamos que fueron mejores que los que ahora nos toca vivir.

Nos llega esta Palabra también hoy a nosotros. A todos y a cada uno de nosotros, porque Dios no hace acepción de personas. Dios te dice hoy a TI: hombre o mujer, niño o adolescente, joven, adulto o anciano, soltero, casado o viudo: Tú eres mi siervo, mi sierva, de quien estoy orgulloso. En la medida en que nos vayamos comportando como lo que somos en realidad, hijos e hijas de Dios, iremos escuchando esta palabra: Estoy orgulloso de ti… y no necesitaremos escuchar otras extrañas palabras lisonjeras y vacías que no vienen de Él. Y esta Palabra también nos llega en esta semana en la que desde ayer hemos empezado a orar, como solemos por estas fechas, por la Unidad de los Cristianos. Creo que podemos oír y tomar esta palabra de parte de Dios como su reconocimiento a todos los esfuerzos llevados a cabo desde las diferentes Iglesias, Comunidades eclesiales y denominaciones cristianas, esfuerzos hechos para acogernos mejor entre nosotros, para poder entendernos mejor desde las distintas realidades, por todo aquello que ha implicado de crecimiento y conocimiento mutuos… Con todo, justamente en este sentido, nos llega esta Palabra de la misma forma que plasma el texto de Isaías que hemos oído proclamar: Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob… te hago luz de las naciones. La Palabra nos empuja a seguir adelante, a no dormirnos, a no pensar que ya está todo hecho… sino a seguir trabajando para que tanto el escándalo de la división como la tentación de la uniformidad puedan desaparecer pronto de nuestros respectivos horizontes.

¿La solución? Hacer caso al Bautista: seguir mirando TODOS hacia el mismo lugar, hacia quien de verdad es el centro: ¡Éste es el Cordero de Dios! No podemos hacer otra cosa (si es que queremos prosperar en esta labor ecuménica común a los cristianos y cristianas de nuestro siglo XXI), que mirar al Único capaz de borrar nuestras diferencias superficiales, al Único capaz de sanar nuestras heridas históricas, nuestras grandes incomprensiones, que mirar a JESÚS para poder escuchar algún día, esperamos no muy lejano, todos juntos (como la gran familia que por el bautismo ya somos) un gran y rotundo: TÚ ERES MI SIERVO, DE QUIEN ESTOY ORGULLOSO.

Autor: Fray Ángel de Ara-Coeli

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